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agosto 31, 2023

LXXXII LA PROMESA

Sobre Lucas 23, 35-43



Jesús fue un fracasado para muchos, para la inmensa mayoría de sus seguidores. Sólo unos cuantos continuaron creyendo en Él durante su pasión y después de su muerte en cruz. Casi todas las demás personas que lo habían acompañado pensaron que en el Gólgota terminaba todo. Un loco más que se había atrevido a enfrentarse a los poderes religiosos y políticos diciéndoles a la cara la verdad y poniéndoles en evidencia. Como sucedió con Juan, el Bautista, a quien también asesinaron los poderosos por bocazas. Jesús murió prácticamente solo.


Según los Evangelios, junto a Cristo agonizante se encontraban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás, María Magdalena y el discípulo a quien tanto amaba. Frecuentemente nos olvidamos de que también estaban a su lado dos crucificados más. En cualquier caso no era lo que se esperaba para la muerte de un rey. No era un funeral de Estado ni se hicieron presentes los sumos sacerdotes implorantes. La gente que acudió lo hizo atraída por el poco probable espectáculo de que Dios abriera los cielos y mandara una legión de ángeles a liberar al Mesías. Pero no sucedió. Jesús expiró y no ocurrió nada.


Es muy provocador que nuestra fe tenga como principal símbolo una cruz. Un instrumento de martirio cuya finalidad es acabar en la muerte segura del ajusticiado, se traduce en signo de vida. Como decía San Pablo, predicamos lo que es escándalo para unos y necedad para otros. Convertimos escándalo y necedad en trono del Reino porque advertimos que en la muerte de Jesús se inicia la vida para los pobres de espíritu, para los mansos, para los que lloran, para los que tienen hambre y sed de justicia, para los misericordiosos, para los limpios de corazón, para los pacíficos y también para los que sufren persecución.


Esto me recuerda que no hace mucho me preguntaron la razón por la que me expongo tanto. No entendí muy bien a qué se referían. Querían saber por qué contaba tanto de mí, de tan dentro de mí. Les dije que he muerto tantas veces que necesito narrar todas esas en las que a cambio he resucitado. Me he sentido tantas veces frustrado que no puedo perder ocasión para compartir cómo se puede salir adelante.

Y me acuerdo de ello porque esa respuesta tiene mucho que ver con el episodio que describe Lucas sobre lo que sucedió en el Gólgota. Jesús aparece clavado en la cruz agonizando, ofreciendo una imagen de fracaso que hace estremecer a las inmensa mayoría de las personas que creyeron y confiaron en Él, hasta el punto de que se esconden renegados abandonándolo a su suerte, pero esperando en lo secreto que todo lo que predicó fuese verdad.


Las personas que en algún momento de nuestra vida hemos tenido la suerte —digo bien— de sentirnos profundamente solas, excluidas, alejadas, marginadas, gozamos de un sentido especial para advertir la esperanza en momentos en los que todo parece que se hunde y se acaba. No me equivocaré demasiado si en el delincuente también crucificado que se dirige a Jesús pidiéndole que se acordase de Él cuando regresara, estamos las mujeres y hombres LGBTIQ+. 


Nos resultan muy familiares expresiones del tipo “sálvate tú, sálvate a ti mismo” que gritaban a Jesús mientras agonizaba. Tanto que para muchas y muchos ha sido una constante en nuestra vida el buscar los medios para no perdernos y perderlo todo, para no alejarnos definitivamente. Por eso es muy fácil identificarnos con ese hombre ajusticiado que reconoce en Jesús al Rey del Mundo y le dice “acuérdate de mí”.


El preso bueno tiene muy poco que ofrecer. Tan solo un poco de vida y toda su fe. En eso descansa su confianza en Jesús reconociéndole como el único que puede salvarlo. Las personas LGBTIQ+ compartimos con este hombre que muere junto a Jesús una experiencia de soledad y abandono muy similar, que lejos de convertirnos en víctimas nos hace ser mujeres y hombres privilegiados porque así hemos conocido de primera mano la bondad y la misericordia de Dios.


Nuestras experiencias vitales con frecuencia están salpicadas de dolor y de cruces. Es prodigioso experimentar cómo Cristo da sentido a todo cuando responde “hoy mismo estaremos juntos”, porque esa frase que pronunció dirigiéndose a su compañero nos la está susurrando a cada una y cada uno de nosotros integrándonos en su Reino, incluyéndonos sin excepciones.


No puede entenderse a Jesucristo como Rey del Universo en un Mundo con exclusiones, en una Iglesia con fronteras. Las personas LGBTIQ+, como otras realidades que comparten con nosotras cargas incomprensibles, formamos parte del Reinado de Dios. Negar esa evidencia es falsear el mensaje de Jesús y callar la promesa que hizo en la cruz. “Hoy mismo estaremos juntos” actualiza su deseo de que se nos considere iguales en una Iglesia abierta y valiente, misericordiosa y profética. 



En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo: "A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido." Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo: "Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo." Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: "Éste es el rey de los judíos." Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: "¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros." Pero el otro lo increpaba: "¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibirnos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada." Y decía: "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino." Jesús le respondió: "Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso."

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