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agosto 29, 2023

LXXX HAZME SITIO, VOY A TU CASA

Sobre Lucas 19, 1-10



No existen las casualidades sino la providencia, y por ese camino encontré hace pocos días un hatillo de cuadernos con todo lo que escribía justo en los tiempos previos e inmediatamente posteriores a mi salida del armario. Leyéndolos con perspectiva es precioso comprobar cómo Dios fue moldeándome poco a poco hasta hoy. Y es emocionante descubrir ahora el sentido a lo que entonces me causaba más incertidumbre que confianza. 


Entre todo lo que estaba en esos cuadernos hay una reflexión sobre el texto de Lucas 19, cuando lo de Zaqueo. Estoy seguro de que era la primera vez que profundizaba en este pasaje y que me preguntaba sobre lo que aquel hombre bajo de estatura como yo, podía decir a mi vida. Hasta ese momento cualquier interpretación acerca de la lectura de cuantas había recibido se basaba en el hecho de que Zaqueo era un hombre rico, y a que su existencia la había fundado en amasar riquezas sin escrúpulos, lo cual le convertía en un ser despreciable que giraba en torno al dinero sin importarle nada los demás. 


Pero mi reflexión no se fijaba en el patente poder que Zaqueo justificaba en su estatus, sino en otras cosas de él que, de repente, eran reflejo de las mías. Porque a parte de ser no muy alto, como Zaqueo, cuando escribí todo aquello también estaba buscando desesperadamente a Jesús.


Zaqueo tenía en común conmigo la convicción de que no podía seguir por más tiempo con un estilo de vida que no le llenaba. Siempre hablo desde mi propia experiencia, pero sé que muchas personas LGBTIQ+ creyentes en un momento determinado de nuestras vidas compartimos la sensación de que no merece la pena vivir por más tiempo dentro del armario, y ansiamos dejar entrar a Dios en él para que ilumine ese escondite de tantos años, derribe sus muros, entre la luz y podamos ser nosotras y nosotros mismos por fin. 


Cuando Zaqueo se sube al árbol para alcanzar a ver a Jesús, me subo con él. Es el primer tiempo, ese en el que más parece que solo interese mirar sin más compromiso que no perderse el espectáculo. Desde el árbol acompañado de Zaqueo no hago demasiado por llamar la atención del Maestro. Quizá me alegre de la suerte por estar allí, y puede que ore para que esas ganas de cambiar de vida y valorarme se hagan más fuertes, porque —¿quién sabe?— es posible que la próxima vez me atreva a estar pisando suelo y tocar su manto.


Pero el segundo momento llega de forma inesperada. Jesús quiere entrar en mi casa y comer conmigo. Zaqueo se llena de alegría y ambos, Zaqueo y yo, estamos contentos de que el Señor se haya fijado en nosotros que somos a los ojos de todos unos pecadores. Nos llama por nuestro nombre, pide que bajemos de ese lugar alejado y lo llevemos al centro de nuestras vidas, al hogar donde el corazón palpita sin nada que evite escuchar nuestros latidos.


Zaqueo fue transformado por Jesús. Y doy fe, con muchas personas más, de que nuestras vidas fueron restauradas con la decisión del Maestro por entrar en lo más íntimo de cada una de nosotras y de nosotros y cambiarnos por entero. No importaba que Zaqueo fuera el jefe de los publicanos, ni que yo fuera un homosexual. Jesús siempre toma la iniciativa. Es el pastor que busca la oveja perdida, es quien pide agua a la samaritana, quien toca a los apóstoles y les propone seguirle, quien dice a Zaqueo que baje enseguida porque hoy va a alojarse en su casa.


Terminando el texto de Lucas, hay una frase que el evangelista pone en boca de Jesús y que a mí personalmente siempre me transmitió mucha confianza cada vez que, por alguna circunstancia, se ponía en duda el amor de Dios hacia las personas excluidas, particularmente las personas LGBTIQ+. Dice Jesús: «Hoy ha entrado la salvación en esta casa, pues también este es hijo de Abrahan».


En el libro de la Sabiduría hay una sentencia sobrecogedora en la misma línea, que dice: «Señor, amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste pues, si odiaras algo, no lo habrías creado».

Es este Dios misericordioso, el Dios de Jesús, quien nos libera. Quiero decir: no me siento liberado de mi supuesto pecado de ser homosexual, pues no lo es. Me siento salvado del miedo a visibilizarme tal como soy, del temor a expresar mi fe desde mi identidad homosexual, y también es el Dios del Maestro, el Dios Abbá, quien me conmueve hasta el punto de olvidar afrentas y curar los resentimientos. Ya no tengo miedo, porque Jesús me ha pedido entrar en casa, me ha buscado y me ha salvado. Zaqueo y yo estamos contentos. Ya no subiremos a la higuera. Ya no es necesario.



En aquel tiempo, entró Jesús en Jericó y atravesaba la ciudad. Un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo, porque tenía que pasar por allí. Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: "Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa." Él bajo en seguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador." Pero Zaqueo se puso en pie y dijo al Señor: "Mira, la mitad de mis bienes, Señor, se la doy a los pobres; y si de alguno me he aprovechado, le restituiré cuatro veces más." Jesús le contestó: "Hoy ha sido la salvación de esta casa; también este es hijo de Abrahán. Porque el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido."

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