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agosto 20, 2023

LXXI TE SEGUIRÉ SEÑOR, PERO SOY LGBTIQ+

Lucas 9, 51-62



Este texto de Lucas tiene dos partes bastante claras y a primera vista diferentes, aunque por supuesto conectadas entre sí.

Por un lado, una experiencia habitual en la vida pública de Jesús, que a la Comunidad LGBTIQ+ nos resulta familiar: el rechazo. Por otro, la más radical invitación de Jesús al seguimiento.


1. El rechazo.


En aquel tiempo -el de Jesús-, era evidente la animadversión de los samaritanos con respecto a los judíos. En nuestro mundo -en todo el orbe- hay muchas sociedades y culturas que difícilmente se soportan entre sí. Una vez, siendo un adolescente con muchas preguntas que hacer sin atreverme a pronunciarlas, hice un trabajo en clase de Historia de 3º de Bachillerato. Me dediqué a analizar qué ideas, grupos sociales, razas, religiones, estaban tan enojadas entre sí como para permitir la violencia. Opresores contra víctimas, opresores contra otros opresores y sus variedades.

Resumiendo mucho aquel trabajo escolar, y dejando a un lado los datos obvios sobre decenas de culturas y sociedades enfrentadas a los judíos, las personas negras ultrajadas por los blancos (y variedades del blanco), capitalistas frente a comunistas, democracias frente a dictaduras, cristianos frente a no cristianos o musulmanes contra no musulmanes (hay un etcétera muy largo), dejando pues aparte todo eso, escribí un capítulo describiendo todo lo que pude averiguar acerca de cómo las personas homosexuales (las siglas apenas se conocían cuando redacté aquello) eran rechazadas y discriminadas en todo el mundo sin excepción. Evidentemente mi inquietud a la hora de redactar el ensayo partía de la orientación e identidad sexual que estaba asumiendo y que cada vez tenía más clara. Escribir dentro del armario me hacía sentir vivo y más libre. Pero eso sólo lo sabía yo.  

Me di cuenta de que detrás de cada argumento cristiano contra los homosexuales estaba un concepto religioso, un mandato doctrinal, una interpretación teológica, una exégesis bíblica o una carta pastoral. Pero lo mismo ocurre en las demás religiones que empapan con su doctrina moral las diferentes culturas en todo el mundo: como la judeocristiana, igualmente la musulmana, o las confesiones orientales, por ejemplo. Basta sobrevolar el Planeta para observar cómo casi todos los países que ejercen las políticas más duras contra la Comunidad LGBTIQ+ -incluso con condenas de cárcel o penas de muerte- están influenciados por las religiones, es decir, por las tradiciones y dogmas religiosos herederos de muchos siglos atrás, de otras épocas muy diferentes. Algo similar a lo que sucedía entre samaritanos y judíos, la razón por la cual Jesús no obtuvo posada en aquella aldea. Parecido a los casos en los que hoy en día una persona transexual no puede comulgar en público en su parroquia, o dos chicos no pueden besarse en la boca por las calles de Riad sin ser detenidos.

Antes de entregar aquel trabajo de clase comprendí que yo no era muy diferente a un judío en Samaría, pese a mi condición de refugiado en el armario. Decidí no incluir la parte dedicada a la realidad LGBTIQ+ para evitar cualquier tipo de sospecha hacia mí, temeroso de que los compañeros me incluyeran en las burlas y agravios que dedicaban a los chicos amanerados que había en el curso, o incluso trascendiera a mi familia. Un homosexual en el armario frecuentemente es un poco paranoico y yo no era una excepción.


Hace años, incluso también después de la salida del armario, reaccionaba igual que los apóstoles Santiago y Juan, quienes sugirieron a Jesús que bajara fuego del cielo y consumiese aquella aldea tan poco hospitalaria. Cuando me enteraba de alguna situación de exclusión hacia personas LGBTIQ+ también deseaba que los causantes sufrieran por ser tan inmisericordes, sobre todo cuando esas actitudes partían de personas religiosas. Me parecían tan incoherentes que las odiaba sin caer en la cuenta de que odiar a quien odia es entrar en el mismo juego. 

El resentimiento fue remitiendo poco a poco, a medida que fui comprendiendo que hay otras aldeas donde descansar. A veces la indiferencia hacia reacciones de rechazo sobre mí por ser homosexual, o un gesto amable, dialogante y conciliador que desarme cualquier actitud homofóbica, me han dado mejor resultado que mil lluvias de fuego que, seguramente, me hubieran quemado tanto como a ellos.

El rencor y el resentimiento devoran las entrañas.


2. Seguir a Jesús


Justo después de la experiencia de rechazo en la aldea samaritana, Jesús presenta algunas de las condiciones para poder seguirle. El nexo entre una y otra parte de este relato evangélico es precisamente uno de los requisitos: aceptar el rechazo sin responder con el rencor. Quien desea seguir a Jesús debe aceptarse entre los necios y los locos de este mundo (1ª Corintios, 1). Recuerdo cuando salí del armario como cristiano entre mis amigos homosexuales no creyentes: realmente me tomaron por tonto y entiendo sus razones, pues la Iglesia heredera de Pedro no fue nunca amable con nuestro Colectivo. Podrían entender que fuese creyente, pero no que amase a esta Iglesia tan aparentemente contradictoria.


Dice el relato que quienes iban con Jesús fueron presentándole excusas para seguirle una vez resolvieran diferentes asuntos: uno enterrar a su padre, otro despedirse de la famila. A uno más le advierte que si le sigue no tendrá lugar seguro donde descansar. Siempre me han parecido condiciones difíciles de cumplir para mí, tanto como la que pide Jesús al joven rico en Mateo 19: “primero véndelo todo y luego sígueme”.

Hasta que comprendí que Dios me ama tal como soy, había una condición añadida para seguir a Jesús que me parecía cada vez más imposible: renunciar a mi identidad sexual. Me hacían ver que las personas LGBTIQ+ no somos dignas de seguir a Jesús. Más tarde el Catecismo matizaría eso: podemos seguir a Jesús pero renunciando a nuestra afectividad y al desarrollo de uno de los dones más bellos de cuantos Dios nos ha concedido: la sexualidad.


No creo que el seguimiento a Jesús se centre en el sexto mandamiento, aún cuando todavía se ponen trabas a las personas LGBTIQ+ para formarse como sacerdotes o religiosas, pese a haber renunciado a enterrar a sus padres, no haberse entretenido en despedirse de la familia e incluso haber vendido todos sus bienes para seguir a Cristo. Pero no, eso no importa: parece que lo fundamental para seguir fielmente a Jesús es no ser LGBTIQ+.


En todo caso la radicalidad del seguimiento siempre me ha asustado y me siento incapaz de cumplir la condición de renuncia, entrega y desprendimiento inapelable que pide el Mesías. Una vez un sacerdote me tranquilizó haciéndome ver que Jesús no es un dios tribal que exija inmolaciones sino que nos demos gratuitamente haciéndonos instrumentos de Dios. Hace unos años un teólogo jesuita invitaba a mi Comunidad de fe, Ichthys, compuesta fundamentalmente por personas LGBTIQ+, a no tener miedo, a ser testigos de Cristo, a contar nuestras historias. Renunciar al miedo, salir de nuestras posiciones de confort, compartir la esperanza en Jesús y narrar nuestras ricas experiencias de Dios también es seguir al Maestro. 


Ya no me importa atravesar Samaría. Sé que siempre habrá otra aldea donde seré bien recibido y allí contaré cuánto me quiere el Dios de los felices.



Cuando se iba cumpliendo el tiempo de ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros por delante.
De camino, entraron en una aldea de Samaria para prepararle alojamiento. Pero no lo recibieron, porque se dirigía a Jerusalén.
Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le preguntaron: "Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que acabe con ellos?"
Él se volvió y les regañó. Y se marcharon a otra aldea.
Mientras iban de camino, le dijo uno: "Te seguiré adonde vayas."
Jesús le respondió: "Las zorras tienen madriguera, y los pájaros nido, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza."
A otro le dijo: "Sígueme."
Él respondió: "Déjame primero ir a enterrar a mi padre."
Le contestó: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios."
Otro le dijo: "Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de mi familia."
Jesús le contestó: "El que echa mano al arado y sigue mirando atrás no vale para el reino de Dios."

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