Sobre Lucas 3, 1-9
Hay dos partes en este pasaje de Lucas aparentemente inconexas, pero íntimamente ligadas entre sí por el sentido que Jesús quiere dar a la relación de Dios con cada una de nosotras y de nosotros, una relación basada en la idea de que Él es, por encima de todo, misericordioso.
Lucas presenta por un lado los dos sucesos de muerte y dolor que aparecen en los primeros párrafos del texto, y de otro la parábola de la higuera estéril.
A Jesús le llegan con noticias de lo que Pilatos había hecho con unos galileos, asesinándolos y mezclando su sangre con la de las bestias del sacrificio. Seguramente se lo contaron buscando una reacción, pero Jesús une a lo que le cuentan otro suceso ocurrido en Jerusalén, el derrumbe de una torre en el que murieron dieciocho personas, y los vincula. El Maestro intuye que en el fondo está el sentimiento de temor y de resignación ante las decisiones aleatorias de Dios, que premia o castiga según los méritos de cada cual.
Muchas personas LGBTIQ+ cristianas hemos creído en algún momento de nuestra vida que lo que nos pasaba, lo que sentíamos, lo que vivíamos, era un castigo de Dios. La educación recibida, la formación religiosa, la cultura, habían colaborado en la construcción de mi armario y con él la sensación de que lo que yo era no podía ser bueno. Por eso desde niño, en cuanto intuí que mi identidad era inevitable, rogaba a Dios que me hiciera “normal”. Esa fue la parte central de mi oración durante años.
Me preguntaba continuamente qué había hecho yo para merecer esto. Una vez escuché a mi madre hablar con mi padre sobre mí. Hacía poco que con dieciséis años, confuso, cansado, desesperanzado, intenté quitarme la vida. Aunque la verdadera razón por la que hice aquello no trascendió, y lo sucedido fue prácticamente ocultado, sé que mi madre encontró una nota que había dejado preparada, contando un poco y pidiendo perdón. Nunca me dijo nada. Supongo que la guardó en su corazón, como tantas cosas.
No pude evitar oírles y ellos no se percataron. Mi madre lloraba y se preguntaba qué había hecho para merecer esto, y también le decía a mi padre que no sabía en qué se había equivocado. Se refería evidentemente al hecho de que su hijo fuese homosexual. Pero se expresaba no con pesar, pues atesoro infinitas ocasiones en las que mi madre demostró que me quería con locura, en las que me lo dijo todo con la mirada, y era seguro que me aceptaba como era. No era pena porque su hijo fuera homosexual, sino por lo mismo que aquellas personas corrieron a contarle a Jesús que Pilatos había matado a unos galileos ensuciando su sangre.
Jesús tiene una respuesta imperativa: –convierte tu corazón, dice el Maestro, –deja de compadecerte y de culpar a Dios de lo que te sucede, porque si no te conviertes y tu corazón de piedra no se hace de carne, claramente tu vida va a ser un infierno.
Creo que mi madre lo entendió antes que yo.
La parábola de la higuera estéril tiene un sentido muy intenso para mí, y sospecho que muchas personas LGBTIQ+ cristianas coincidirán en esta viva experiencia de Dios, que se hace paciente en la figura de Jesús a través de tantas personas que esperaron mucho tiempo a que diésemos fruto.
Mis padres, y singularmente mi madre, son el viñador que le pide al dueño del terreno que no corte la higuera y que la deje más tiempo, asegurándole que cuidará de ella cavándola alrededor y abonándola para que por fin dé fruto. Pero también otras personas cercanas, amigos…, que cuidaron de mí con absoluto respeto hacia mis miedos, mis silencios y evasivas. Que estuvieron siempre pendientes, preocupadas, atentas. Que no se cansaron de cavar, regar, abonar… Que supieron esperar.
Esas personas tienen nombre, y tienen en común que en ellas estaba Jesús de Nazaret, encarnando la misericordia de Dios aguardando pacientemente que mi corazón de piedra se convirtiera en carne.
El Señor llama a la conversión. Al final es la higuera quien debe optar entre dar fruto o no. Quizá esa sea una buena reflexión. Pero ni en el supuesto de que Dios sea infinitamente paciente, el no dar fruto es una decisión coherente. En el caso de las personas LGBTIQ+ cristianas, el sueño de Dios incluye a todas y cada una de sus criaturas, a nosotros también. Nuestros miedos y recelos pueden revertirse en valor y confianza, apoyándonos en la Palabra y dando testimonio de nuestra experiencia del Dios misericordioso que nos ama sin hacer excepción.
En una ocasión, se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús contestó:
-"¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera."
Y les dijo esta parábola: "Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró.
Dijo entonces al viñador: "Ya ves: tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a ocupar terreno en balde?
Pero el viñador contestó: "Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, la cortas".
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