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mayo 12, 2024

CXXXI ID POR TODO EL MUNDO


Sobre
 Marcos 16, 15-20



Expulsar demonios, hablar en lenguas desconocidas, agarrar serpientes con las manos, beber veneno sin peligro o imponer las manos a los enfermos y lograr su curación eran cualidades casi mágicas que el autor de este texto atribuía a quienes creyeran y fuesen bautizados. Sólo así serían salvados. Es decir, la inmensa mayoría de las personas cristianas no vamos a salvarnos, porque no disfrutamos de ninguno de esos dones. Al menos yo no, desde luego en el sentido literal. ¿O sí?

Hoy sé que sí, que es cierto. Porque, de hecho, pude expulsar los demonios del miedo, del rencor, de la desesperanza, del cansancio, de la falta de fe. Tantos demonios como ganas de abandonar, de rendirme, de morir o de huir.
Hablé lenguas desconocidas cada vez que supe entender que las palabras que me herían no tenían derecho a hacerme sentir peor persona; también cuando aprendí a leer las señales de peligro y supe contestar pronunciando perfectamente “yo soy la mejor versión de mí mismo”. Agarré serpientes con las manos: la serpiente del odio, del desprecio, del insulto, de la murmuración, de la burla, de la discriminación… La serpiente de la rabia. Las agarré con las manos.
Bebí el veneno del resentimiento y no me hizo mal. No pudo conmigo.
Impuse las manos a otras personas que buscaban salida, que precisaban una luz que les mostrase el camino para ser ellas mismas sin perder de vista al Creador, sin olvidar ni renunciar a la fe.
Descubrir esto ahora, y que se revele en mí como experiencia de vida, hace que me envuelva un inmenso sentimiento de gratitud a Dios, por cuanto me ha regalado todo eso que parecía imposible.

Hay algo que une a la mayoría de las personas LGBTIQ+, y especialmente a las creyentes: si somos honestos, hemos de reconocer que en algún momento de nuestras vidas pedimos a Dios que nos cambiara, que borrara nuestra identidad de lesbiana, gay, bisexual, transexual, …, y nos permitiera gozar de una existencia sin miedos, sin escondites, sin disfraces, sin dificultades. Confieso que estuve, más de una vez, largos ratos con Dios en oración pidiéndole que, si era posible, me cambiara de raíz porque ya no podía aguantar más, porque ya no sabía ni siquiera si merecía ser escuchado, si me oía, si me prestaba atención.
Y hubiera dado cualquiera de mis súper poderes, el don de lenguas, la expulsión de demonios, lo que fuera, con tal de ser como mi amigo Carlos que tenía novia, y no tenía nada que ocultar como yo hacía, siempre cauto, siempre disimulando, siempre aparentando quien no era.

Atravesar desiertos, la soledad, obliga a enfrentarse a uno mismo y con ello a los miedos, los temores, las sombras. Y definitivamente nos dirige hacia los oasis, los pozos donde, de repente, encuentras a Dios esperando y te hace ver que, por mucho que huyes, Él te encuentra, te cura, te renueva y te dice: no temas a los demonios, habla, cuenta tu historia, atraviesa nidos de serpientes, no temas al veneno que te ofrezcan, y además ten presente que tu testimonio será igual a mis manos, porque yo estaré contigo, yo soy tu Dios.

Ya no hablo solo por mí cuando afirmo que las personas LGBTIQ+ cristianas estamos llamadas a hacer realidad todos estos dones, y lo estamos manifestando, los estamos haciendo visibles.
Cumplimos por eso la voluntad de Jesús, quien nos dice “id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura”.
Para nosotras, para nosotros la Buena Noticia es que Dios nos quiere tal como somos, sin juzgarnos, sin oponer resistencia a nuestra forma de sentir o de amar. Esto tan sencillo le está siendo ocultado y arrebatado a muchas personas que esperan una Palabra de esperanza para recuperar al Dios Padre y Madre que les robaron.



Y les dijo: —Id por todo el mundo proclamando la Buena Noticia a toda la humanidad.  Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará. A los creyentes acompañarán estas señales: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes; si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se sanarán. El Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba la Palabra con las señales que la acompañaban.

mayo 04, 2024

CXXX SENTIRME AMADO


Sobre 
Juan 15, 9-17


Lo más hermoso que le puede suceder a una persona es sentirse amada. Ser amada en plenitud, es decir, ser aceptada sin reparos, reconocida tal como es, respetada sin condiciones. Ese es el amor al que se refiere Jesús y no a otro. Amor incondicional. Amor sin prejuicios. Amor sincero. Amor desinteresado.

No soy consciente de cuándo me sentí por primera vez realmente así, amado en plenitud. No me refiero al enamoramiento, eso es más eléctrico, más pasional e incontrolable. Hablo del amor sin interés.

Por supuesto, el amor de mis padres, de mi familia, de las personas cercanas, es una constante en mi vida. Pero dentro del armario siempre, siempre, siempre existía el miedo a revelar el gran secreto, eso que me señalaría, me pondría un sello visible y me haría foco de burlas, desprecios y humillaciones, como estaba harto de ver les sucedía a los gays que se atrevían a salir o eran sacados a trompicones del armario.

Yo no me atreví a contarlo. Precisamente por el temor a que hacerlo rompiera el frágil equilibrio que mantenía vivo eso que yo llamaba amor de los demás y por los demás. Hasta pasado mucho tiempo no pude saber si el amor mutuo hubiera sido el mismo antes que después de contar mi verdad.

De adolescente más de una vez soporté asustado las charlas acusadoras sobre lo terrible de ser un desviado, un pervertido sodomita, y cuánto entristecía a Dios este tipo de comportamientos enfermos. Al rato esa misma persona que me había hundido convenciéndome de lo horrible que yo era, podía proclamar con la mayor naturalidad la lectura de Juan, “amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Entonces me preguntaba cómo podían amarme y cómo podía amarme Dios. Según eso, nunca iba a suceder.

Recuerdo a Thalía, una chica transexual de 17 años. Se suicidó incapaz de soportar la presión y el acoso que sufría. Una persona joven más, y ya no sé cuántas, que se desespera y decide morir porque es mejor que vivir así, en un infierno.
Cuando a la presión social se une la culpabilidad religiosa, es todavía peor; porque quienes alimentan esa desesperanza nos hacen confundir el infinito amor que Dios tiene a todas sus criaturas, y lo traducen en rechazo y vergüenza. El “amaos los unos a los otros como yo os he amado” pierde todo su sentido trascendente y es un fraude. Entonces prefieres morir, como Ekai, como Thalía, como yo con dieciséis años.

Debo dar gracias a Dios porque conmigo evitó que consiguiera irme. Me salvó de la muerte, me salvó de mis miedos, me salvó de las fieras y no me perdió de vista en mis travesías por desiertos enormes. No lo elegí yo a Él, sino que fue Él quien me eligió a mí.

Al final, en el lugar más inhóspito siempre hay un pozo de agua fresca. Sacié mi sed y tomé fuerzas para recuperar fe y vida. Ahí encontré el amor de Dios y supe que las palabras de Jesús –como el Padre me amó, así os amo yo– las pronunció pensando en las personas a las que nos fue arrebatada la posibilidad de ser naturalmente, desde muy jóvenes, desde siempre, amadas tal como somos.


Como el Padre me amó así yo os he amado: permaneced en mi amor. Si cumplís mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que participéis de mi alegría y vuestra alegría sea colmada. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os amé. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace el amo. A vosotros os he llamado amigos porque os comuniqué cuanto escuché a mi Padre. No me elegisteis vosotros; yo os elegí y os destiné a ir y dar fruto, un fruto que permanezca; así, lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederé. Esto es lo que os mando, que os améis unos a otros.