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enero 27, 2024

CXV EL SÍNODO DE LOS ESTUPEFACTOS


Sobre
 Marcos 1, 21-28


Los hombres y las mujeres LGBTIQ+ necesitamos con urgencia que surja quien hable con autoridad y no como los letrados. Personas que asombren con su enseñanza. Que escandalicen por su osadía. Que provoquen con su certeza y sonrojen con su denuncia a quienes aún dudan de la verdad del Evangelio: que Dios ama por igual a todos sus hijos, a todas sus hijas, sin menospreciarlas por su identidad sexual o de género.

Es tiempo de profetas. Pero no nos deis más pares y nones. No más falsas promesas. No más indolencia. No más dolor por tanto desprecio. No nos echéis migajas. Nos nos tratéis de víctimas. No nos hagáis culpables de poneros en el compromiso de tomar la palabra y hablar con autoridad, y no como los letrados. Es tiempo de profetas. 

Jesús se puso a enseñar. Y se asombraron de su enseñanza porque no decía lo mismo que los sacerdotes, que repetían palabra tras palabra la historia de un pueblo y de Yavhé con ese pueblo elegido. Letrados que insistían incesantemente sobre una tradición, una ley que jamás había sido actualizada a los tiempos, y eso es precisamente lo que hizo Jesús: renovar la Torá, traer la bondad del Dios Padre al templo, superando la imagen del Creador vigilante que proyecta el Antiguo Testamento, manifestando en su lugar a Abbá, papá Dios afectuoso, entrañable, tierno, cariñoso, amante de todas sus criaturas sin excepción.

Leí en algún sitio (y anoté en mi cuaderno) que reinterpretar la Palabra es ser fieles a su contenido, pero a la Palabra hay que dejarla ser, y para ello necesita ser dicha de manera nueva y siempre actual hasta el final de los días, ya que la Revelación encierra una verdad siempre mayor, siempre en un más allá.
En tiempos del Sínodo de la sinodalidad, a las personas cristianas LGBTIQ+ (y a cualquier persona cristiana en situación irregular [sic] tal como las denomina el documento Fiducia Supplicans), nos urge que se actualice a los tiempos la tradición trasnochada que pesa como una losa sobre tantas y tantos mujeres y hombres de fe contrastada y comprometida. Oramos obstinadamente para que se revelen voces que enseñen como quien está autorizado, hasta que queden asombrados de su enseñanza
La iglesia no puede identificarse como Pueblo de Dios en camino mientras haya quienes tengan que andar ese sendero en los márgenes, consideradas personas indignas de tantas cosas.

Algunos, cada vez menos pero muy ruidosos y poderosos, tan cómodos en su statu quo, exhibiendo su cátedra, su hermenútica, su exégesis sin discusión son, con cierta claridad, ese endemoniado que increpa a Jesús en el templo y le grita: ¿Quién te mete a ti en lo nuestro, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Consagrado por Dios. 

Las esperanzas de tantas buenas gentes que vivimos en las periferias de la Iglesia, están puestas en este Sínodo de la sinodalidad. Depositamos nuestra confianza en quienes tienen voz allí, confiando que Dios les dé el aliento necesario para que, como Jesús, digan palabras nuevas que ablanden los corazones duros, que expulsen los demonios a aquellos que dudan aún de la infinita misericordia de Dios Padre y Madre. Los letrados se quedaron todos tan estupefactos --dice Marcos-- que se preguntaban unos a otros: ¿Qué significa esto? Una enseñanza nueva, autorizada (...)
El Señor permita que este sea el Sínodo de los estupefactos. Será de Dios. Será de justicia.


Y se dirigieron a Cafarnaún. El sábado siguiente fue a la sinagoga y se puso a enseñar.
Estaban asombrados de su enseñanza, porque enseñaba como quien está autorizado, y no como los letrados.
Y en seguida, un hombre que había en aquella sinagoga poseído por un espíritu inmundo, se puso a gritar:
¿Quién te mete a ti en lo nuestro, Jesús Nazareno? ¿Has venido a destruirnos? Sé quién eres tú: el Consagrado por Dios.
Jesús le intimó: ¡Cállate la boca y sal de este hombre!
 El espíritu inmundo lo retorció y, dando un alarido, salió.
Se quedaron todos tan estupefactos que se preguntaban unos a otros: ¿Qué significa esto? Una enseñanza nueva, autorizada, y además da órdenes a los espíritus inmundos y le obedecen.
Su fama se extendió en seguida por todas partes, llegando a toda la comarca circundante de Galilea.

enero 19, 2024

CXIV LA LLAMADA ABIERTA DE JESÚS


Sobre
Marcos 1, 14-40


Desde muy pequeño y hasta hace relativamente poco tiempo, me aterraban las frases como la del pasaje de hoy en Marcos 1,14, “se ha cumplido el tiempo”, y todas las que hacen referencia al fin de la existencia, del mundo, de la vida. 

Me angustiaba que Dios me encontrara en el armario, desnudo, sin defensas, tan absolutamente pecador como me habían hecho creer que era.


Me costó mucho descubrir que, en esa frase del Evangelio, Jesús se refería más bien a que acababa la época del miedo, porque Él estaba iniciando una revolución en la que, por descontado, todas y todos estábamos llamados a ser abrazados y amados por el Padre, sin excepción.


Porque singularmente, en la experiencia de relación con Dios desde dentro de los armarios hay, en muchos casos, un peculiar sentimiento de inferioridad: nos sentimos personas indignas de la atención de un Creador que (tal como enseña el discurso doctrinal) presta poco interés hacia quienes no se ajustan a la heteronormalidad (extraño palabro que no me gusta nada, pero creo servirá para entendernos)... Por eso no esperamos que se dirija a nosotras —personas LGBTIQ+ — para decirnos nada, por mucho que anhelemos desde siempre una palabra suya.


Pero... Jesús tampoco preguntó nada a los pescadores que llamó a seguirle. No les hizo exámenes, ni tests psicológicos para averiguar si su orientación sexual o su afectividad cumplía las normas, ni entrevistas personales que le convencieran de que estos hombres eran fiables. No pidió cartas de recomendación ni curriculum vitae. Solo les llamó. 

Para seguir a Jesús lo único necesario es convertirse y creer en la Buena Noticia. Para mí —y para muchas personas LGBTIQ+ a las que casi nos aplastaron la fe forzándonos a recuperarla a base de esperanza—, lo primero era volver a creer en la Buena Noticia, re-descubrirla en plenitud, y luego, enseguida, convertirme en una persona que se sabe querida por Dios y, por eso, es capaz de volver a quererse y a respetarse a sí misma.


“Creed y convertíos” es una llamada a volver al Padre continuamente, una vez tras otra, incansablemente. Cuando alguien intenta ofuscarnos declarándonos ajenos al plan de Dios, recordamos que Jesús no hizo más que tocar el hombro de esos pescadores de una forma tan suave como lo hace continuamente con nosotras y nosotros.

Ahora, junto a otras personas con experiencia vital muy similar a la mía, tras una travesía escondido como Jonás en el interior de una ballena, toca anunciar la Buena Noticia, porque efectivamente llega el final de los tiempos en los que ser diferente significaba estar condenado al desprecio o a la condescendencia.  


Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios.
Decía: «Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: convertíos y creed en el Evangelio.»
Pasando junto al lago de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que eran pescadores y estaban echando el copo en el lago.
Jesús les dijo: «Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.»
Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron. Un poco más adelante vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca repasando las redes. Los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon con él.

enero 13, 2024

CXIII ¿QUÉ BUSCO?


Sobre
Juan 1, 35-42



La pregunta de Jesús —¿Qué buscáis?— lleva tiempo agitándome. Me está interpelando hasta inquietarme, porque no quiero ofrecer una respuesta cargada de tópicos afectados ni presuntuosos. He buscado tantas cosas durante mi vida, a veces tan rápido, apresurado por mil razones, que ahora, más tranquilo y predispuesto a escuchar, esta interpelación del Maestro me descoloca.


Hasta hoy, parece que en todo he ido encontrando respuestas, y podría estar satisfecho porque considero que, aquí donde he logrado llegar, es suficiente para creer que sigo a Jesús con sobrado nivel de compromiso como para no esperar otras pruebas. Al fin y al cabo soy un homosexual cristiano, lo que debería bastar para ganarme el cielo…


Pero no es así y he usado el sarcasmo para destacarlo. Reconozco que la mayor tentación que experimentamos las personas cristianas LGBTIQ+ es creer que hacemos lo suficiente. Nos conformarnos con un compromiso que —suponemos— no necesita ser renovado. Pero esta pregunta de Jesús —que lleva toda esta semana, otra vez, resonando en mis oídos y tambaleando mis seguridades— está recordándome que no es posible decir sí al Maestro una sola vez. 

Por el contrario, Jesús pregunta continuamente qué buscamos. Quizá no caemos en la cuenta de que seguirle es mucho más que todo lo que hacemos. Corremos el riesgo de reducir a Dios a un activismo que no trasciende más allá de nosotros mismos, por mucho que coloquemos a Cristo en nuestros nombres. 


Por eso me traquetea tan intensamente esta pregunta inesperada de Jesús, sacudiendo cada uno de los cimientos de mi aparentemente seguro compromiso. Lo que busco ahora no es lo mismo que buscaba hace años. Conformarme con haber encontrado lo que tanteaba entonces me hace replantear si no estaré demasiado acomodado. Y extiendo esta reflexión a quien se anime a hacérsela con el corazón abierto a la aventura de nuevas empresas. Puede que los creyentes LGBTIQ+ cristianos estemos relajando nuestro compromiso descansándolo en el creciente movimiento laical que se ha unido en los últimos años a nuestro camino, o a los tímidos y a veces contradictorios nuevos aires de misericordia y Evangelio que parece soplan en la Iglesia. Nada debería debilitar nuestra voz, por mucho que las sinergias sean positivas y, con toda seguridad, un regalo de Dios, y tampoco porque nos hechicen los galanteos de nuestra Iglesia hacia el colectivo, porque ya sabemos que casi siempre acaban en nada. 


“¿Qué buscas?”. Contestar a la pregunta implica reconocer que sigo en camino. También quiere decir que inexcusablemente tengo que renovar y actualizar mi compromiso personal con Él. Estoy convencido de que Jesús ha de ser novedad en mi vida día a día. Responderle significa aceptar como primicia su invitación a ir allí donde vive, y hacerme de ese modo testigo de lo que Él significa para los últimos del mundo y de la propia Iglesia. Como Andrés, cada una y cada uno de nosotros debemos anunciar que hemos conocido al Maestro. Hemos de contar lo que Jesús ha hecho en nuestras vidas, para que el mundo crea por sus obras. 

Que nunca se nos olvide su pregunta, porque jamás va a dejar de interpelarnos. 



Al día siguiente estaba Juan con dos de sus discípulos. Viendo pasar a Jesús, dijo: —Ahí está el Cordero de Dios. Los discípulos, al oírlo hablar así siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les dijo: —¿Qué buscáis? Respondieron: —Rabí –que significa maestro–, ¿dónde vives? Les dijo: —Venid y ved. Fueron, pues, vieron dónde residía y se quedaron con él aquel día. Eran las cuatro de la tarde. Uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús era Andrés, hermano de Simón Pedro. Encuentra primero a su hermano Simón y le dice: —Hemos encontrado al Mesías –que traducido significa Cristo–. Y lo condujo a Jesús. Jesús lo miró y dijo: —Tú eres Simón, hijo de Juan; te llamarás Cefas–que significa Pedro–.

enero 07, 2024

CXII NACER DE NUEVO


Sobre
Marcos 1, 7-11



Un año antes de salir del armario, estaba en una de las reuniones con los jóvenes siendo catequista y hablábamos del bautismo. Justo había utilizado este texto de Lucas para ilustrar la charla y orientar la dinámica, para que así entendieran lo que significaba el sacramento. Les hablé de nacer de nuevo, dejando atrás en el agua todo lo que nos tizna y enfanga, permitiendo así que el fuego del Espíritu reescriba nuestras vidas. 

Mientras explicaba todo eso a las chicas y chicos que me escuchaban, sentía un vacío inmenso porque no vivía —ni apenas sentía ni creía— nada de lo que les contaba. De pronto era plenamente consciente de que todo lo que estaba ofreciéndoles como persona era un fraude. Hacía mucho tiempo que ni el agua bastaba para purificarme, ni mucho menos sentía el calor del Espíritu entibiar mi doble vida. Cuando terminó la reunión busqué al Responsable de mi Equipo de catequistas y le dije que no volvería más.


Por lo que he podido compartir con otras personas LGBTIQ+ creyentes, es bastante común esta sensación de parecer una estafa —en especial entre quienes desempeñamos en momentos alguna tarea pastoral. No en vano, en nuestro secreto interior, durante buena parte de nuestras vidas hemos mantenido una intensa lucha entre quien se supone que deberíamos ser —y así lo interpretábamos como buenos actores y actrices desde el teatro del Armario— y lo que realmente éramos —¿a quién pretendíamos engañar?. Porque era inevitable auto-aceptar nuestra identidad sexual o por el contrario arrancarla de cuajo y resignarnos a ser lo que la sociedad de bien y la religión esperaban de nosotros, enterrando nuestro yo real para perpetuar una vida de mentira.


Meditando ahora la lectura de Marcos, vienen a mí los días en que me alejé del Jordán y las corrientes de Enón. Ese momento supuso un tiempo de dolor y soledad, de ruptura y desierto, pero también fue un punto a partir del cual tomé decisiones y desde el que me puse en búsqueda hasta encontrar por fin el sendero de regreso a casa, donde estaba esperando el Padre dispuesto a celebrar una fiesta porque había vuelto.


Las personas LGBTIQ+ creyentes hemos sorteado incontables crisis de fe en nuestras vidas. Que ahora podamos dar testimonio de las proezas que Dios ha hecho en nosotras y nosotros es consecuencia de un largo camino de contemplación, reflexión, oración y discernimiento personal, no exento de tiempos de desconsuelo, tristeza y amargura. Todo esto viene a mi pensamiento para poner de manifiesto que, quizá, nadie mejor que los hombres y mujeres creyentes LGBTIQ+ podemos dar testimonio de cuánto nos ama Dios, porque pocas personas hemos luchado tanto y tan a contracorriente para sostener nuestra fe, incluso cuando hubo tantas razones para abandonarla definitivamente.


Por eso mismo puedo decir que fui bautizado con agua, pero detrás de un instante en el que me sentí un mierda, una piltrafa, —porque no terminaba de aceptarme a mí mismo, porque tenía miedo de mostrar mi identidad, porque no sabía leer los renglones torcidos de Dios—, detrás de ese momento en que me sentí una estafa como persona ante esos jóvenes que me escuchaban, estaba la gran oportunidad de ser acogido por el Creador, otra vez.

Yo sé lo que significa ser bautizado con el Espíritu Santo y fuego. Conmigo, muchas personas LGBTIQ+ creyentes, una vez sanadas las heridas, han experimentado la fuerza de Dios en sus vidas. Ahora podemos dar testimonio de que hemos nacido de nuevo en ese bautismo que no viene de Juan sino de Dios.


Nacer de nuevo es dejar atrás una vida de temor, engaño y dudas, y a cambio comenzar a confiar plenamente en Dios.

Nacer de nuevo es también entrar en un continuo compromiso con Jesús, aceptando el riesgo de ser su testigo en terrenos incómodos, a veces tan poco propicios.


Juan anuncia que detrás de él viene quien de verdad puede transformar las vidas, poniendo en valor los dones recibidos, sin renunciar a nada, dando gracias por lo que somos, obra suya. 

Y en el bautismo, Jesús participa con todas y todos —también con las mujeres y los hombres LGBTIQ+— la alegría de ser hijas e hijos amados por Dios. El Padre sin duda se complace en nosotras, se alegra en nosotros, nos ama. Y esa es, precisamente, la mejor de las noticias.



En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.» 

Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. 

Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.»