Sobre Juan 1, 35-42
La pregunta de Jesús —¿Qué buscáis?— lleva tiempo agitándome. Me está interpelando hasta inquietarme, porque no quiero ofrecer una respuesta cargada de tópicos afectados ni presuntuosos. He buscado tantas cosas durante mi vida, a veces tan rápido, apresurado por mil razones, que ahora, más tranquilo y predispuesto a escuchar, esta interpelación del Maestro me descoloca.
Hasta hoy, parece que en todo he ido encontrando respuestas, y podría estar satisfecho porque considero que, aquí donde he logrado llegar, es suficiente para creer que sigo a Jesús con sobrado nivel de compromiso como para no esperar otras pruebas. Al fin y al cabo soy un homosexual cristiano, lo que debería bastar para ganarme el cielo…
Pero no es así y he usado el sarcasmo para destacarlo. Reconozco que la mayor tentación que experimentamos las personas cristianas LGBTIQ+ es creer que hacemos lo suficiente. Nos conformarnos con un compromiso que —suponemos— no necesita ser renovado. Pero esta pregunta de Jesús —que lleva toda esta semana, otra vez, resonando en mis oídos y tambaleando mis seguridades— está recordándome que no es posible decir sí al Maestro una sola vez.
Por el contrario, Jesús pregunta continuamente qué buscamos. Quizá no caemos en la cuenta de que seguirle es mucho más que todo lo que hacemos. Corremos el riesgo de reducir a Dios a un activismo que no trasciende más allá de nosotros mismos, por mucho que coloquemos a Cristo en nuestros nombres.
Por eso me traquetea tan intensamente esta pregunta inesperada de Jesús, sacudiendo cada uno de los cimientos de mi aparentemente seguro compromiso. Lo que busco ahora no es lo mismo que buscaba hace años. Conformarme con haber encontrado lo que tanteaba entonces me hace replantear si no estaré demasiado acomodado. Y extiendo esta reflexión a quien se anime a hacérsela con el corazón abierto a la aventura de nuevas empresas. Puede que los creyentes LGBTIQ+ cristianos estemos relajando nuestro compromiso descansándolo en el creciente movimiento laical que se ha unido en los últimos años a nuestro camino, o a los tímidos y a veces contradictorios nuevos aires de misericordia y Evangelio que parece soplan en la Iglesia. Nada debería debilitar nuestra voz, por mucho que las sinergias sean positivas y, con toda seguridad, un regalo de Dios, y tampoco porque nos hechicen los galanteos de nuestra Iglesia hacia el colectivo, porque ya sabemos que casi siempre acaban en nada.
“¿Qué buscas?”. Contestar a la pregunta implica reconocer que sigo en camino. También quiere decir que inexcusablemente tengo que renovar y actualizar mi compromiso personal con Él. Estoy convencido de que Jesús ha de ser novedad en mi vida día a día. Responderle significa aceptar como primicia su invitación a ir allí donde vive, y hacerme de ese modo testigo de lo que Él significa para los últimos del mundo y de la propia Iglesia. Como Andrés, cada una y cada uno de nosotros debemos anunciar que hemos conocido al Maestro. Hemos de contar lo que Jesús ha hecho en nuestras vidas, para que el mundo crea por sus obras.
Que nunca se nos olvide su pregunta, porque jamás va a dejar de interpelarnos.
Al día siguiente estaba Juan con dos de sus discípulos. Viendo pasar a Jesús, dijo: —Ahí está el Cordero de Dios. Los discípulos, al oírlo hablar así siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que le seguían, les dijo: —¿Qué buscáis? Respondieron: —Rabí –que significa maestro–, ¿dónde vives? Les dijo: —Venid y ved. Fueron, pues, vieron dónde residía y se quedaron con él aquel día. Eran las cuatro de la tarde. Uno de los dos que habían oído a Juan y habían seguido a Jesús era Andrés, hermano de Simón Pedro. Encuentra primero a su hermano Simón y le dice: —Hemos encontrado al Mesías –que traducido significa Cristo–. Y lo condujo a Jesús. Jesús lo miró y dijo: —Tú eres Simón, hijo de Juan; te llamarás Cefas–que significa Pedro–.
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