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enero 07, 2024

CXII NACER DE NUEVO


Sobre
Marcos 1, 7-11



Un año antes de salir del armario, estaba en una de las reuniones con los jóvenes siendo catequista y hablábamos del bautismo. Justo había utilizado este texto de Lucas para ilustrar la charla y orientar la dinámica, para que así entendieran lo que significaba el sacramento. Les hablé de nacer de nuevo, dejando atrás en el agua todo lo que nos tizna y enfanga, permitiendo así que el fuego del Espíritu reescriba nuestras vidas. 

Mientras explicaba todo eso a las chicas y chicos que me escuchaban, sentía un vacío inmenso porque no vivía —ni apenas sentía ni creía— nada de lo que les contaba. De pronto era plenamente consciente de que todo lo que estaba ofreciéndoles como persona era un fraude. Hacía mucho tiempo que ni el agua bastaba para purificarme, ni mucho menos sentía el calor del Espíritu entibiar mi doble vida. Cuando terminó la reunión busqué al Responsable de mi Equipo de catequistas y le dije que no volvería más.


Por lo que he podido compartir con otras personas LGBTIQ+ creyentes, es bastante común esta sensación de parecer una estafa —en especial entre quienes desempeñamos en momentos alguna tarea pastoral. No en vano, en nuestro secreto interior, durante buena parte de nuestras vidas hemos mantenido una intensa lucha entre quien se supone que deberíamos ser —y así lo interpretábamos como buenos actores y actrices desde el teatro del Armario— y lo que realmente éramos —¿a quién pretendíamos engañar?. Porque era inevitable auto-aceptar nuestra identidad sexual o por el contrario arrancarla de cuajo y resignarnos a ser lo que la sociedad de bien y la religión esperaban de nosotros, enterrando nuestro yo real para perpetuar una vida de mentira.


Meditando ahora la lectura de Marcos, vienen a mí los días en que me alejé del Jordán y las corrientes de Enón. Ese momento supuso un tiempo de dolor y soledad, de ruptura y desierto, pero también fue un punto a partir del cual tomé decisiones y desde el que me puse en búsqueda hasta encontrar por fin el sendero de regreso a casa, donde estaba esperando el Padre dispuesto a celebrar una fiesta porque había vuelto.


Las personas LGBTIQ+ creyentes hemos sorteado incontables crisis de fe en nuestras vidas. Que ahora podamos dar testimonio de las proezas que Dios ha hecho en nosotras y nosotros es consecuencia de un largo camino de contemplación, reflexión, oración y discernimiento personal, no exento de tiempos de desconsuelo, tristeza y amargura. Todo esto viene a mi pensamiento para poner de manifiesto que, quizá, nadie mejor que los hombres y mujeres creyentes LGBTIQ+ podemos dar testimonio de cuánto nos ama Dios, porque pocas personas hemos luchado tanto y tan a contracorriente para sostener nuestra fe, incluso cuando hubo tantas razones para abandonarla definitivamente.


Por eso mismo puedo decir que fui bautizado con agua, pero detrás de un instante en el que me sentí un mierda, una piltrafa, —porque no terminaba de aceptarme a mí mismo, porque tenía miedo de mostrar mi identidad, porque no sabía leer los renglones torcidos de Dios—, detrás de ese momento en que me sentí una estafa como persona ante esos jóvenes que me escuchaban, estaba la gran oportunidad de ser acogido por el Creador, otra vez.

Yo sé lo que significa ser bautizado con el Espíritu Santo y fuego. Conmigo, muchas personas LGBTIQ+ creyentes, una vez sanadas las heridas, han experimentado la fuerza de Dios en sus vidas. Ahora podemos dar testimonio de que hemos nacido de nuevo en ese bautismo que no viene de Juan sino de Dios.


Nacer de nuevo es dejar atrás una vida de temor, engaño y dudas, y a cambio comenzar a confiar plenamente en Dios.

Nacer de nuevo es también entrar en un continuo compromiso con Jesús, aceptando el riesgo de ser su testigo en terrenos incómodos, a veces tan poco propicios.


Juan anuncia que detrás de él viene quien de verdad puede transformar las vidas, poniendo en valor los dones recibidos, sin renunciar a nada, dando gracias por lo que somos, obra suya. 

Y en el bautismo, Jesús participa con todas y todos —también con las mujeres y los hombres LGBTIQ+— la alegría de ser hijas e hijos amados por Dios. El Padre sin duda se complace en nosotras, se alegra en nosotros, nos ama. Y esa es, precisamente, la mejor de las noticias.



En aquel tiempo, proclamaba Juan: «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.» 

Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar hacia él como una paloma. 

Se oyó una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.» 

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