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septiembre 16, 2023

XCVIII SALIÓ EL SEMBRADOR A SEMBRAR

Sobre Mateo 13, 1-23

Creo recordar que los Evangelios recogen alrededor de cuarenta parábolas. De entre ellas, seguramente esta que hoy cita Mateo es una de las más conocidas, y de las más recurrentes a la hora de hacer una catequesis sobre la Palabra de Dios y la actitud que cada cual tiene ante ella.
Siempre me llamó la atención su comienzo: “salió el sembrador a sembrar”. ¿Y a qué va a salir si no es a eso? Bueno, es cierto que Jesús se refería casi con certeza a Él mismo cuando nombra a ese sembrador. No sé si es muy arriesgado por mi parte suponer que desde Él, desde Jesús en adelante, están representadas ahí, en ese sembrador, todas aquellas personas que optaron por continuar su tarea, que eligieron seguir sembrando su Palabra. Desde esa temeraria premisa me atrevo a actualizar el inicio de la parábola: Salieron los sembradores a sembrar. Y vuelvo a preguntarme a qué salen si no es a eso.
Esta larga historia que cuenta Jesús tiene infinidad de matices y ha dado para escribir libros desentrañando el sentido de cada frase, de cada palabra. Aunque en la última parte ya se encarga el Maestro de explicarla con mucha claridad. Pero siempre hubo eruditos que quisieron demostrar intenciones profundísimas en todo lo que Jesús dice, hace y recogen los Evangelios. Esta parábola no ha sido una excepción como objeto de estudio e interpretación bíblica.
Supongo que soy mucho más simple, o más ingenuo, porque para mí lo más importante de toda la parábola reside precisamente en su su primera frase: “salió el sembrador a sembrar”.
Hay una experiencia coincidente entre muchas personas cristianas LGBTIQ+, y es la escasez de sembradores que en nuestras historias hemos ido encontrando que salen a sembrar, de verdad, la Palabra de Jesús. Si el Mesías se hubiera referido en la parábola a lo que iba a suceder en la Iglesia que Pedro fundaría pocos años después, habría iniciado su relato diciendo algo así como “salieron algunos sembradores a sembrar mi Palabra, pero otros sembraron el temor a mi Padre, porque no se enteraron de nada de lo que dije”.
La enseñanza de Jesús en esta parábola no tiene razón de ser si no hay un sembrador que siembre la semilla de la Palabra. Pero de una Palabra que rebose misericordia, no de otra que genere miedo, división, exclusión, rechazo o desprecio. Parece muy contradictorio pensar que alguien pudiera confundir la Palabra (con Pé mayúscula) con algo diferente al Amor (con A mayúscula). Lamentablemente he de decir que —lejos de cualquier sentido victimista y de ninguna manera en tono resentido— las mujeres y los hombres LGBTIQ+ estamos habituados a los malos sembradores.
Con todo, algún buen sembrador se cruzó en nuestros caminos y dejó caer la semilla que por tiempo no creció tanto y mucho menos tan fuerte como hubiera sido lo esperado. Algunas veces he reflexionado sobre el sembrador o los sembradores que sembraron en mí la semilla, y qué sucedió con ella. No tengo muy claro si fue a caer en terreno pedregoso, en el borde del camino, entre cardos, en tierra seca o dónde terminó, pero hay una característica muy peculiar en las semillas que finalmente crecen en las vidas de las personas cristianas LGBTIQ+: la fe que germina es fuerte como ninguna, porque ha surgido pese a cualquier inconveniente, por encima de que nos arrebaten lo sembrado, de la inconstancia y los miedos, las preocupaciones y las seducciones.
Y otra cosa más: algo de tierra buena debemos tener para que esa semilla finalmente crezca y dé fruto. En unos un grano dio cien, en otros sesenta, en otros treinta. Pero en todos dio fruto abundante.


Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: "Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga."

Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: "¿Por qué les hablas en parábolas?" Él les contestó: "A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure." ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno."

septiembre 15, 2023

XCVII ¿POR QUÉ EL ORGULLO?

Sobre Mateo 11, 25-30

1. En algún lugar sobre el arcoíris
La primera bandera que representó al Colectivo LGBTIQ+ tenía ocho colores. Su diseñador se llamaba Gilbert Baker y se inspiró en la canción “Over the Rainbow” (Sobre el Arcoíris) interpretada por Judy Garland en la película El Mago de Oz.
Cada color significaba algo importante y trascendente para las personas LGBTIQ+. Ahora que lo pienso, para cualquier persona: el rosa, la sexualidad; el rojo, la vida; el naranja, la salud; el amarillo, la luminosidad del sol; el verde, la naturaleza; el turquesa, la creatividad y el arte; el azul, la serenidad; y el violeta, la espiritualidad.
Aunque la bandera arcoíris era muy utilizada en diferentes ámbitos como símbolo de paz y concordia, fue después del asesinato de Harvey Milk en 1978 cuando empezó a dominar la relación popular de esos colores con el Orgullo LGBTIQ+.
Precisamente la demanda de esta bandera y la nula posibilidad ocasional de fabricar masivamente tela rosa, ocasionó un primer cambio en el diseño, quedando en siete colores. Después, en 1979 se eliminó el turquesa al comprobar que se confundían los tonos al instalarse las banderas en los postes de luz de San Francisco.
Esta es la historia real de la bandera LGBTIQ+, y la respuesta curiosa al porqué de un arcoíris de seis colores que siguen significando, en conjunto, los mismos sentimientos que en su origen. Es un símbolo que representa el orgullo de un colectivo que, pese a los avances legales y de derechos que se han alcanzado en muchas partes del mundo, sigue siendo marginado. Detrás de la bandera arcoíris hay millones de personas de diferentes razas, culturas, creencias y estamentos sociales. Detrás hay mucho sufrimiento, demasiadas muertes y negación de derechos, que son superados cada vez que ondea para dar sentido al deseo inicial de paz y concordia, pero sobre todo de aceptación e integración.
2. Los abogados cristianos que quitan banderas arcoíris.
Casi como por tradición, entre mayo y junio de cada año una asociación de abogados se ha ocupado de buscar razones legales para arriar las banderas arcoíris que se colocan en números ayuntamientos y organismos, con ocasión de celebrar el día del Orgullo. Lo contradictorio del caso es que esos abogados se autoproclaman cristianos. Son elementalmente aplaudidos por otras personas cristianas que se complacen en un acto tan incoherente para quienes se dicen seguidores de Jesús y, por tanto, de su Evangelio.
Nuestro hermano Munilla ha acusado al movimiento LGBTIQ+ de “desfigurar” el arcoíris, “un símbolo bíblico de la unidad con Dios”. Por supuesto, a algunos obispos y a estos abogados ni se les ha pasado por la imaginación qué significa de verdad esa bandera. O no se les ocurre o, si lo saben, lo han obviado. Para ellos no es más que el símbolo de unas personas degeneradas, condenadas al infierno. Y verla ondeando en un balcón oficial hiere a las gentes de bien, e incluso —afirman— puede corromper a los menores al normalizar la realidad LGBTIQ+.
Jamás podrían imaginar que pudiese haber cristianas y cristianos que al mismo tiempo somos LGBTIQ+. A ninguno de ellos se les ocurriría que nos pudiéramos avergonzar y ofender por esos comentarios y estas iniciativas que han tomado como abogados que, además, se han apropiado escandalosamente del nombre de Cristo. Como si fuese imposible que existan abogados creyentes (incluso abogados cristianos LGBTIQ+) contrarios a sus posturas intolerantes.
Por supuesto para ellos es inconcebible que cada una de las mujeres y cada uno de los hombres que hay representados en esa bandera hayamos sido creados por el mismísimo Dios a su imagen y semejanza. Y está claro que para estos abogados “cristianos”, creer que el Padre nos ama con locura, como a cualquiera de sus criaturas, creer eso forma parte de algún tipo de herejía.
El asunto de estos abogados que se dicen cristianos podría ser algo tan anecdótico como las típicas preguntas de cada año por estas fechas —“¿Orgullo de qué?. ¿Es necesaria tanta celebración? ¿Y para cuándo un Orgullo heterosexual?”—, si no fuera porque sus actos alimentan otros que generan violencia, a veces también en nombre de Cristo. Hace unos años querían dar una paliza a “los maricones y boyeras de Ichthys”. También deseaban que los de Crismhom ardieran en el infierno. Diariamente hay agresiones y discriminaciones tras las que claramente hay una escandalosa justificación religiosa.
3. Gracias Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos.
Con todo esto de los casos de intolerancia y homofobia —que confieso me hastían cada vez más— el texto de Mateo en el Evangelio de hoy me serena lo necesario para recuperar la paz casi instantáneamente. Porque está claro que Jesús daba por perdido que los poderosos de Israel —y especialmente la jerarquía religiosa que manejaba la Ley— entendiese algo de cuanto significaba su mensaje. Sencillamente el Padre escondía todo eso a los sabios y entendidos, incapaces de comprender la lógica del Mesías y actuar desde la misericordia tal y como Él proponía.
Por el contrario, se lo revelaba a la gente sencilla, hombres y mujeres que no tienen nada que perder, que tienen la mente y el corazón limpios y mantienen viva la fe en un Dios bueno, diferente a ese que les muestran desde el Templo para amedrentarlos.
4. Venid a mí quienes estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré.
Muchísimas veces en los años que estuve en el armario me escondía en este pasaje del Evangelio, cansado y agobiado esperando el alivio que Jesús prometía. Hoy sigue siendo un texto en el que me gusta quedarme, imaginando que estoy ahí, en el círculo de personas que escuchaban a Jesús. Cuanto más inquieto llego, más claramente me parece oírlo, con una voz suave pero profunda que por sí sola transmite serenidad y confianza.
Creo que la mayoría de las personas LGBTIQ+ cristianas nos hemos sentido llamadas en algún momento —probablemente en muchos— a dejarnos aliviar por Jesús a través de estas palabras.
¿Aliviar de qué? El Maestro se estaba refiriendo muy especialmente a aliviar del yugo que significaba la Ley del Templo, porque abrumaba al pueblo y había mercantilizado e instrumentalizado a Dios hasta convertirlo en un Padre permanentemente enojado a la espera de todo tipo de sacrificios.
A veces da la sensación de que nada ha cambiado, como si la Ley —la doctrina, las normas, la religión— hubieran vuelto a superar a Dios. La misericordia que nace de las bienaventuranzas y especialmente del nuevo mandamiento de Jesús, pasan a un segundo término. Los sabios y entendidos no saben nada y actúan conforme a la vieja costumbre de echar sobre nuestros hombros cargas pesadas difíciles de llevar.
No me siento orgulloso por ser homosexual sin más, sino porque Dios me ha creado así. Eso trasciende cualquier otro argumento y acrecienta por sí mismo mi sentimiento de orgullo por ser como soy. Además despierta en mí el impulso solidario de ser uno más con los millones de personas LGBTIQ+ que no son cristianas pero comparten conmigo muchas razones para estar cansadas y agobiadas. Jesús nos ha revelado todo esto para que a su vez lo transmitamos contagiando su mensaje con nuestros actos, con nuestro testimonio. Porque sabemos que su yugo es llevadero y su carga, ligera. Ahí está nuestra esperanza, y en ella nuestro descanso.

En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»

septiembre 14, 2023

XCVI CARGAR LA CRUZ

Sobre Mateo 10, 37-42

El día que cumplí quince años busqué un templo donde pasar desapercibido y nadie pudiese conocerme, esperando encontrar a alguien que me ofreciera la suficiente confianza como para poder hablar y dejarme aconsejar acerca de mi homosexualidad en relación a la fe. En mi obsesión por mantener en secreto lo que estaba sintiendo, temía contar nada a sacerdotes con los que trataba en el colegio. Una decisión de la que muchos años después me arrepentí porque entre alguno de ellos habría encontrado lo que buscaba. Sin embargo entonces no lo veía así. No era solo porque pensaba que pudiesen delatarme, sino por el celo que ponía para que nadie supiera que era uno de esos invertidos, pecadores condenados, según lo que muchas veces había escuchado que eran los hombres y mujeres LGBTIQ+.
Imaginaba sus miradas acusadoras o condescendientes (duelen exactamente igual) cada vez que me cruzara con ellos por los pasillos. En realidad esta es la carga de ofuscación obsesiva que lleva en la mochila cualquier persona que malvive en el armario. Una desconfianza y un recelo que sólo puede compararse al temor a ser descubierto y es proporcional al miedo que provocaba el daño que eso pudiera causarme.
Ya había tenido alguna triste experiencia con algún que otro sacerdote, sin otro resultado que frustrantes respuestas aconsejándome ayuda profesional para curarme.
Esta vez fui a una parroquia en un barrio en el otro extremo de la ciudad. Vi que era un cura joven y respiré tranquilo presintiendo que podría ofrecerme algunas palabras de ayuda. Recuerdo que era amable y me facilitaba poder confiarle todo lo que quisiera. Empecé contándole lo que —supongo— debieron ser los típicos pecados de cualquier adolescente. Hasta que me atreví a decirle que era homosexual, que necesitaba ayuda y consejo para poder vivirlo como cristiano. Entonces cambió su tono, como si acabara de confesarle un asesinato. No alzaba la voz pero sus palabras sonaban duras y potentes mientras me lanzaba un largo sermón sobre el gravísimo pecado que le había revelado. Se cercioró de que comprendiera que mi alma estaba en serio peligro. Después me arengó sobre los terribles efectos para mi vida si mantenía ese instinto desviado. También me hizo ver lo triste que estaba Jesús por mi causa, y quizá fuese eso lo que más me contrariase de cuanto me dijo, pues nunca había creído realmente que Cristo pudiera apenarse a causa de que fuese gay.
Le conté que no podía evitar lo que sentía, y entonces me dijo: —Esa es tu cruz. Cógela y pórtala sacrificándote por Cristo. Si no cargas tu cruz y le sigues, no eres digno de Él.
Jamás he regresado a aquella parroquia ni he vuelto a ver a ese sacerdote que consiguió entristecerme y desalentarme aún más de lo que ya estaba. Pero cuando visito algún templo y veo una imagen de Jesús portando la cruz, me acuerdo de ese momento y espontáneamente rezo por todas las cruces que hay en esa que porta el Maestro. Cuando ese cura me invitó a coger la cruz de mi homosexualidad, estaba dando por hecho que mi identidad sexual era un estigma, algo malo y perverso, un instrumento de martirio que debía llevar toda mi vida soportando sacrificadamente, ofreciéndoselo a Dios para eximir este pecado abominable y poder ser digno de Él.
Eso que daba por hecho aquel sacerdote no sólo no sirvió para nada a un chaval asustado de quince años, sino que lo hundió todavía más en la angustia de sentirse un error ante la sociedad y un ser despreciable ante Dios.
Ser LGBTIQ+ no es una cruz. Sí es una cruz soportar el desprecio, la intolerancia, el rechazo, la exclusión, los murmullos, los golpes, las burlas por ser diferente. Una cruz es el armario. Una cruz es la soledad. Una cruz es el miedo.
Cuando Jesús carga la cruz camino del Gólgota lleva sobre sí todas esas cruces, las de las personas LGBTIQ+, las de todos los sufrientes, las de las periferias de la Iglesia.
Las personas LGBTIQ+ cristianas, especialmente quienes se sienten asustadas, amenazadas, todavía sin atreverse a hacerse visibles porque temen las consecuencias a nivel familiar, social o incluso por cuanto su fe haya sido domesticada a partir de un Dios que no las acepta tal como son; en definitiva todas las mujeres y hombres LGBTIQ+ necesitamos el vaso de agua que ha de ofrecernos quien de verdad ama a Dios y obra en su nombre desde la misericordia del Evangelio. Porque, lamentablemente, seguimos siendo los pequeños, continuamos formando parte de las fronteras de la Iglesia.
En todo caso, el lugar en que sitúa todo esto al Colectivo LGBTIQ+ creyente nos ofrece la posibilidad de discernir entre una respuesta violenta, quizá preñada de coherencia evangélica pero que nace del resentimiento y el dolor, o bien revertirlo en un acto de amor que no es otra cosa que darse, darnos tal como somos, sin rencor, en una denuncia profética que por sí sola desmonta cualquier argumento contra la diversidad que es obra de Dios. Tenemos la posibilidad de ser tremendamente subversivos si no respondemos al mal con mal, al odio con odio, a la violencia con violencia. Creo que es la mejor manera de entender esa forma de amar a Jesús que Él mismo propone, anteponiéndole a nuestra madre y a nuestro padre, a la propia vida, saliendo —como diría Ignacio de Loyola— de nuestro propio amor, querer e interés, para dejarnos invadir por el amor e interés de Dios mismo.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue no es digno de mí. El que encuentre su vida la perderá, y el que pierda su vida por mí la encontrará. El que os recibe a vosotros me recibe a mí, y el que me recibe recibe al que me ha enviado; el que recibe a un profeta porque es profeta tendrá paga de profeta; y el que recibe a un justo porque es justo tendrá paga de justo. El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso de agua fresca, a uno de estos pobrecillos, sólo porque es mi discípulo, no perderá su paga, os lo aseguro.»

septiembre 13, 2023

XCV SIN MIEDO

Sobre Mateo 10, 26-33

Tuve un solo miedo en mi vida, porque los otros me parecían de risa a su lado. Con doce años más o menos sabía que era homosexual. La palabra parecía más grande que yo: homosexual. O mariquita. Da igual.
No era miedoso, no tenía los miedos de los niños, a la oscuridad, a las alturas, a la aventura, a quedarme solo en casa, a saltar de un trampolín o a tirarme cuesta abajo con la bicicleta. Lo único que me aterraba era que alguien se enterase de que era homosexual. Ese era mi miedo. Y eso fue lo que construyó mi armario, como todos los armarios del mundo, que los levanta el miedo y el miedo los conserva, los agranda y los perfecciona.
Dios tenía su sitio en ese miedo, porque fui educado en la seguridad de que las personas LGBTIQ+ éramos un fallo en la producción, así que o cambiábamos la pieza defectuosa en nuestro cerebro, nuestro corazón o nuestro alma (nunca supe dónde se situaba la homosexualidad esperando ser extirpada) o arderíamos en el infierno.
Sé que hay muchas personas que me leen desde dentro del armario. Siempre las tengo presentes, con el mayor respeto a sus miedos y confiando en que alguna vez estos desaparezcan y puedan sentirse libres.
Todas las mujeres y todos los hombres deberían poder ser ellas y ellos mismos sin temor a que nadie pueda causarles dolor de ningún tipo. Dios quiere eso para toda su creación, incluyéndonos a las personas LGBTIQ+, por mucho que aun haya quien nos crea unas desviadas.
Solo nuestro alma debería importarnos, porque es la que nos une al Creador. Pero lo cierto es que quien nos preocupa, por mucho que intentemos lo contrario, es todo aquel que puede dañarnos con insultos, desprecios, violencia, golpes, discriminación y exclusión, entre otras lindezas. Jesús dice que ‘no tengamos miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden quitar la vida’. Interiorizar esas palabras del Maestro precisa de mucha confianza en Dios para no perder los estribos. Que se lo digan al catequista que es expulsado de su parroquia cuando se enteran de que es gay. O a los de Ichthys cuando tuvimos que hacer la vigilia de oración por las víctimas de homofobia protegidos por la policía. O a los de Crismhom al encontrarse una pintada en la puerta del local donde pudo leerse “arderéis en los infiernos”.
Que nos lo digan cada vez que salta una noticia de agresiones, palizas o asesinatos con personas LGBTIQ+ como víctimas, solo por ser diferentes. A mí se me estremece el alma y no puedo más que saltar de rabia porque no entiendo que sigan pasando esas cosas, ni concibo que detrás de esas cosas esté una extraña concepción de la moral y una sacrílega utilización del nombre de Dios que lo justifique.
Los que matan el cuerpo son los que nos tienen en ascuas y tientan nuestra paciencia de ‘gorriones que solo caemos al suelo si el Padre lo permite’. Pero, ¿sabes?, no importa. Dice Jesús que ‘los cabellos de nuestras cabezas están contados’. Dice que ‘valemos más que todos los pájaros de la Tierra’. Así que no hay razones para que volvamos a temer por nada.
Lo que escuchamos al oído vamos a proclamarlo desde las azoteas. Ya es hora. ¡Vamos! Después de todo, ¿quién dijo miedo?

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.»

septiembre 12, 2023

XCIV COMO OVEJAS SIN PASTOR

Sobre Mateo 9, 36 - 10, 8



Seguramente este sea uno de los momentos más bellos de la vida pública de Jesús. Se muestra visiblemente afectuoso y sensible. El evangelista no narra una curación, ni un milagro, ni una denuncia explícita del Maestro ante alguna injusticia. Mateo solo dice que Jesús se conmueve al ver a tanta gente extenuada y abandonada, como ovejas sin pastor.


Esa expresión, plena de intenciones, da luz a la Palabra central de Mateo que me sitúa en la experiencia de vida que comparto con muchas personas LGBTIQ+ cristianas: Vivir dentro del armario es caminar perdido como las ovejas dispersas, avanzar ahogado en la duda de si esa inquietante aventura de andar sin rumbo es algo que uno mismo decide, o es porque no hay otra opción.


En cualquier caso, las personas LGBTIQ+ —y en particular las creyentes— sabemos que el armario sólo se abre desde dentro, al margen de lo arriesgado que sea salir a la luz o no. En mi caso, abrí mi armario y acepté las consecuencias. Aún hoy las sigo asumiendo y supongo que así seguirá siendo, porque lamentablemente siempre existirán ámbitos en los que las personas LGBTIQ+ estaremos forzadas a demostrar que no somos extrañas, peligrosas, contagiosas. Y esto —que escribo en oración— lo expreso absolutamente libre de cualquier sentimiento de víctima. Dejé de sentirme como tal al salir del armario y desde entonces puede que alguien me acuse de ser un poco inconsciente, sobre todo cuando no alcanzo a ver hasta dónde me puede llevar el riesgo de anunciar a Jesús, pero nadie nunca podrá llamarme mártir. 

El riesgo es vida que palpita, imagino que como latían los corazones de las ovejas que andaban sin guía, a las que el Padre puso pastores fieles para que nunca más se perdieran.


Las mujeres y hombres LGBTIQ+ cristianas compartimos la experiencia de habernos sentido ovejas dispersadas por malos pastores. La certeza de que nuestro dolor no se debe al designio del Creador sino al mal propósito de algunos hombres, nos ha permitido recuperar la imagen de Dios como Padre que despide a sus subordinados desleales, busca pastores fieles y se preocupa de que nadie lo tema, nadie se espante y nadie se pierda. Ese es el Dios que nos salva de rendirnos, Él es el Padre que me sacó del armario y me presentó a Jesús, me acercó a Cristo y me enamoró de Él.

Las personas LGBTIQ+ creyentes conocemos de verdad el corazón de Dios porque hemos ansiado su cercanía con tanta fuerza que ya nada podrá separarnos de su amor. Estamos con Él quienes antes estábamos lejos. Es un regalo del que estaremos eternamente agradecidas y agradecidos.


Finalmente el texto de Mateo relata cómo Jesús envía a los apóstoles. Entonces recuerdo de qué manera y en base a qué tradiciones y doctrinas se impide ser consagradas a tantas mujeres y hombres buenos, por ser personas LGBTIQ+.  

Pero me surge espontáneamente la necesidad de continuar con el relato de la Buena Noticia. La tentación de rendirse, o la seducción del descanso, como la de Pedro cuando quiso levantar tres tiendas, se deja atrás para continuar con la misión.

Los hombres y mujeres LGBTIQ+ Cristianos estamos llamados a narrar nuestras historias personales de salvación. Cada uno de nuestros relatos es un evangelio de la experiencia de Dios en nuestras vidas. Creemos porque hemos percibido la caricia de Dios. Y constatamos que aún hay personas que esperan perdidas, dispersas, un mensaje de esperanza, la consciencia de que Dios ama sin condiciones y la evidencia, la convicción de que el Señor es nuestro pastor y nada nos falta.



En aquel tiempo, al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor.

Entonces dijo a sus discípulos: «La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies.» 

Y llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judás Iscariote, el que lo entregó. 

A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca. Curad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad demonios. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis.»

septiembre 11, 2023

XCIII EL AMOR DE DIOS

Sobre Juan 14, 15-21



Las personas creyentes LGBTIQ+ somos expertas en intuir la presencia del Mesías. Nuestra experiencia vital es, en muchos casos, el perfecto escenario de un mundo que no ve a Jesús. Y, por cierto, no nos es fácil verlo porque nos lo arrebatan y nos separan de Él con la cruel patraña de que no nos ama, que nos repudia por estar singularmente inclinados a la lujuria.


No siempre le vimos, es verdad. Pero siempre hemos presentido su caricia. Nuestra fe, la de los hombres y mujeres LGBTIQ+ que creemos en Cristo, nos la hemos ganado a base de saltar obstáculos: el de la soledad, el de la exclusión, el del miedo, el de los armarios…

El terror a los confesionarios del sexto mandamiento.


Hemos sido huérfanos oficiales de Jesús, desamparadas públicas del Maestro. Pero en lo secreto cada una de nosotras y de nosotros nos definimos como hijas e hijos queridos del Padre. El Espíritu de la verdad hace mucho que vive en nosotros. Lo recibimos siendo niños, lo conocemos desde hace tiempo. De otra forma sería imposible ver a Dios detrás de tanta doctrina. Sin el Espíritu de la verdad ninguna persona LGBTIQ+ podríamos sentir a Jesús, o notar cómo Dios nos ama con infinita ternura.


Seguir los mandamientos es amar al Padre y no rechazar al prójimo Lo uno más lo otro. Todo lo demás es provocadoramente secundario. No pretendo alborotar a nadie con esta afirmación. Siempre me pareció escandaloso que quienes recriminan nuestros comportamientos desordenados en relación al sexto precepto de la ley, los mismos que nos excluyen en los diferentes ámbitos de nuestras vidas, incluyendo la propia Iglesia, se olvidan de que con su forma de actuar están pecando contra el Espíritu de la verdad. 


Nuestra experiencia de Dios —la de las personas creyentes LGBTIQ+— está íntimamente relacionada con el amor que el Creador nos tiene, y es por eso que lo amamos sin límite. Igual que un niño sabe que su padre lo quiere sin que apenas nadie se lo diga, incluso aunque lo aparten de su vista. Así aprendimos a amar a Dios y a sentir su amor, que se manifiesta en nosotras y nosotros todos los días de nuestras vidas.



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque. no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».

septiembre 10, 2023

XCII SEGUIR A JESÚS

Sobre Juan 14, 1-12



Durante gran parte de mi vida creí que los homosexuales no podíamos seguir a Jesús. Quizá fuese mejor decir “me hicieron creer”. Eso se acerca más a la realidad. En esa triste certeza transcurrieron muchos años, casi tantos como el armario estuvo en pie cobijándome.


Por encima de la persuasión de que siendo gay nunca podría alcanzar a Jesús, estaba mi intuición de que era imposible que Él me rechazara, y siempre albergué la esperanza de que eso que escuchaba en las homilías y sermones no tuviera nada que ver con lo que de verdad Jesús había hecho y dicho en su vida.


Creo que tendré que escribir lo siguiente despacio, y tendrás que leerlo dos veces, pero es importante: Únicamente las palabras que transmiten confianza y calma pueden despertar el interés y elevar el ánimo a una persona de fe, que se encuentre en la situación de hacérsele creer que es un desheredado, y que lo es solo porque su identidad sexual y su expresión afectiva es diferente a la tradicionalmente aceptada.


Esto, dicho quizá de manera un poco complicada, no es más que fruto de la experiencia personal que concreto justamente a través de la lectura de Juan 14, 1-12. Sé que a lo largo de este pasaje sucede algo importante, y se dicen cosas fundamentales, pero no puedo encontrar sentido a nada de eso (de lo que para todo el mundo puede ser lo más trascendente del texto) si no me detengo antes, durante largo rato, imaginando a Jesús pronunciando las primeras palabras de todo el relato, saboreando cada una de ellas: “No os turbéis, no perdáis la calma, no temáis. Confiad en Dios y confiad también en mí”. 

Porque si yo hubiera perdido la calma y hubiese dejado de fiarme de esa intuición que me decía que Jesús guardaba para mí la esperanza de la vida, seguramente habría terminado abandonándolo todo. 


Lo demás que cuenta Juan tiene sentido a partir de esas dos frases: “No tengáis miedo. Creed en Dios y creed también en mí”. Es imposible seguir a Jesús sin perder el miedo, si confiar en Él. Vendrán momentos en los que nos tocará ser como Tomás y Felipe, incapaces de saber por dónde ir y negados para ver lo que tenemos ante nuestras narices. Pero cuando nos deshacemos del miedo, descubrimos que solo siguiendo a Jesús somos libres, nada más puede llenar nuestras vidas. Rápidamente volvemos a fiarnos de Él. Es el camino, la verdad y la vida, y solo a través de Jesús se llega al Padre. 

Hace años me hicieron pensar que no podría andar por su camino, que la verdad y la vida de Jesús me estaban vedadas porque no era digno a sus ojos. Ahora sé que sí puedo seguirlo, no a lo lejos, a hurtadillas como cuando estaba en el armario, sino incluso puedo caminar a su lado. Sé que Jesús es uno solo con el Padre, mi creador, quien me hizo obra perfecta suya, por lo que nada ni nadie podrá separarme de su amor. 

Cuando paro un poco y miro atrás doy infinitas gracias, porque todo esto que sé, que siento, surge de ese momento en el que me detuve a escuchar a Jesús diciéndome: Confía, no pierdas la calma, no tengas miedo. Cree en Dios y cree en mí. Todo irá bien.



No os turbéis. Creed en Dios y creed en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no, os lo habría dicho, pues voy a prepararos un puesto. Cuando vaya y os lo tenga preparado, volveré para llevaros conmigo, para que estéis donde yo estoy. Ya sabéis el camino para ir adonde [yo] voy. Le dice Tomás: —Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos conocer el camino? Le dice Jesús: —Yo soy el camino, la verdad y la vida: nadie va al Padre si no es por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también al Padre. Ahora lo conocéis y lo habéis visto. Le dice Felipe: —Señor, enséñanos al Padre y nos basta. Le responde Jesús: —Tanto tiempo llevo con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre: ¿cómo pides que te enseñe al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo no las digo por mi cuenta; el Padre que está en mí realiza sus propias obras. Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; si no, creed por las mismas obras. Os lo aseguro: quien cree en mí hará las obras que yo hago, e incluso otras mayores, porque yo voy al Padre.

septiembre 09, 2023

XCI ¿POR QUÉ PUERTA SALIR?

Sobre Juan 10, 1-10



Cualquiera pudiera pensar que los armarios tienen solamente una salida. Pero no es así. Quienes hemos estado (y quienes aún están dentro del armario) sabemos que hay más de una posibilidad para escapar.

Como suelo hacer hablaré de mi experiencia, pero intuyo que es muy parecida a la de otras personas LGBTIQ+ cristianas. 

Siempre me he considerado creyente y persona de fe, incluso en los momentos más duros en los que no soy capaz de ver a Dios. También en esos en los que, de una manera inexplicable, noto su presencia a mi lado, respetando mis equivocaciones y errores, esperando mi vuelta a casa.


Lo que dice Jesús en la narración de Juan refiriéndose a los malos pastores, y cuanto quiere transmitir el Maestro con esa historia, es algo que evidentemente he tenido muy presente durante toda mi vida. La fe en Dios no la perdí, pero la confianza en la Iglesia —entendiendo como tal a la Jerarquía, a la doctrina, los ritos y la observancia de las normas— entró en crisis desde muy joven. 


No es fácil mantener el equilibrio cuando toda la vida andan diciéndote que los maricas somos unos pervertidos, enfermos o desviados, sabiendo que eres homosexual y es inevitable. Por lo mismo, no es sencillo sentirse parte de la Iglesia cuando, a todo lo anterior, agregan que soy un pecador con todas las consecuencias. 

Bien, después el último Catecismo se encargó de pedir respeto, compasión y delicadeza hacia las mujeres y hombres no heterosexuales, pero deja muy claro que lo mío —y lo de una parte muy considerable de la humanidad— es una depravación grave, contraria a la ley natural. Y además dice: «la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados”» (CIC, nº 2357). 


Cuando la Tradición se antepone a los Evangelios, entonces la misericordia que emana de las palabras de Jesús, su mensaje, su testimonio de amor incondicional y la percepción de Dios como Padre bondadoso se evaporan. La Tradición ha matado a muchas personas a lo largo de los siglos. Y aun hoy. 

Cada vez más pastores con olor a oveja —en palabras del papa Francisco— que hacen vida la razonable idea de Iglesia como comunidad inclusiva. Pero de facto nadie del colectivo LGBTIQ+ puede ser ordenado sacerdote, religiosa o religioso, ni tomar cargos de responsabilidad en la Comunidad Eclesial, si su identidad sexual es pública. No puede si no es con riesgo de la persona de la Jerarquía que lo respalde, o del escándalo, o de ambas cosas. No puede, aunque los armarios están llenos de gente que ahí está, con la careta puesta.


Sin extenderme ni ahondar mucho más, esta es la realidad que advertimos las personas LGBTIQ+ cristianas. A estas alturas, yo y muchas mujeres y hombres como yo estamos convencidos de que nada ni nadie nos separará del amor de Dios. Pero lo sabemos porque lo hemos experimentado en los acontecimientos y en las vicisitudes de nuestras vidas. No nos lo han contado, sino que lo hemos vivido. En ese sentido hemos entrado por la puerta que deben entrar las ovejas.


Por eso decía al comienzo que el armario tiene muchas puertas. Hay homosexuales, lesbianas, bisexuales y transexuales cristianos que no pudieron soportar que la Tradición anulase su identidad, prohibiese su afectividad y condenara su sexualidad. Cuando los ritos, las normas y la Tradición se establecen como un fin en sí mismo, los pastores se olvidan del rebaño. Las ovejas —siguiendo el símil del evangelio— escogen otra puerta y se marchan desconfiadas, porque no van a seguir a un extraño, no van a dejarse guiar por quien las maltrata.

Tuve la suerte —y aquí sé que coincido con más gente— de que en el momento oportuno estuviesen a mi lado personas que me ayudaron a tomar la decisión correcta, a discernir y finalmente elegir qué puerta tomar. Porque si bien la certeza de que Dios me ama y nadie puede impedirlo, tener esa seguridad me costó sangre, sudor y lágrimas y la obtuve en lo más profundo del armario, aún sin atreverme a salir. También es verdad que yo solo no hubiese sido capaz de escoger la puerta buena, en la que estaba Jesús llamándome por mi nombre para regalarme la vida, y vida abundante. 



En aquel tiempo, dijo Jesús "Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a sus voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños." Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: "Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante."

septiembre 08, 2023

XC VOLVER DE EMAÚS

Sobre Lucas 24, 13-35



Hace años, cuatro amigos homosexuales creyentes comenzamos a reunirnos para hacer oración en una pequeña y escondida habitación que nos prestaron. Como estaba en el edificio de un colegio religioso, pidieron total discreción. No hacía falta el ruego, pues los cuatro teníamos suficientes razones para ser discretos hasta el extremo. Aún estábamos más dentro que fuera del armario. Además algunos éramos catequistas y seguro que si se descubría nuestro secreto lloverían los problemas.


Esos días se discutía en el Parlamento español la Ley que permitiría al año siguiente el matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción por parte de parejas LGBTIQ+. La Iglesia organizaba grandes manifestaciones multitudinarias contra esa Ley. Algunos cardenales y obispos fueron especialmente crueles en sus homilías de aquellos meses, con comentarios que causaron dolor y rabia entre las personas LGBTIQ+ creyentes, como nosotros. Se multiplicaron por mil los expedientes de apostasía. Un obispo español dijo que los homosexuales no éramos auténticos hijos de Dios...


En mitad de ese caldeado ambiente nos reuníamos temerosos, irritados, enojados, asustados y, desorientados, orábamos por ver qué nos decía Dios de todo esto, temiendo que la situación apagara finalmente nuestra fe y encendiera nuestro rencor, acrecentando nuestra identidad de víctimas y, en consecuencia, hiciéramos caso a nuestro instinto de supervivencia abandonando todo, como ya alguna vez hablamos en esa apartada habitación. Era nuestro particular camino de Emaús.


Salvando las distancias, nosotros también éramos como esos apóstoles que tantas dudas y vicisitudes tuvieron que soportar para mantener viva su fe. Nosotros, como ellos, estábamos muertos de miedo ante la que se estaba formando, sin saber muy bien si debíamos hacer algo u optar por desentendernos y vivir nuestras vidas al margen de Jesús, lejos de Jerusalén. Los apóstoles, como nosotros, estaban esperando una señal que les animara a anunciar la Buena Noticia. Muchas coincidencias.


Jesús puso en nuestro camino de Emaús a personas que nos mostraron por dónde regresar. Nos dio instrumentos para curar el rencor y el victimismo, las dos mayores tentaciones de cualquier persona cristiana LGBTIQ+.

Nos enseñó que al partir y compartir el pan nos partimos y compartimos nosotros mismos en su nombre.

Con nosotros Jesús se quedó. Nos dijo que, si estábamos convencidos de lo que Él significaba en nuestras vidas, debíamos gritarlo. Y eso hacemos: compartir nuestra historia, contagiar nuestra experiencia. Ser testigos. Salimos de Emaús para 

Somos testigos de salvación. Mujeres y hombres LGBTIQ+ que se saben hijas e hijos queridos por Dios. Y estamos decididos a anunciarlo, a transmitirlo, a contarlo.


*[En el año 2004 se fundó Ichthys, en una pequeña habitación cedida por una comunidad religiosa].



Aquel mismo día, dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, distante a unas dos leguas de Jerusalén. Iban comentando todo lo sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona los alcanzó y se puso a caminar con ellos. Pero ellos tenían los ojos incapacitados para reconocerlo. Él les preguntó: —¿De qué vais conversando por el camino? Ellos se detuvieron con semblante afligido, y uno de ellos, llamado Cleofás, le dijo: —¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que desconoce lo que ha sucedido allí estos días? Jesús preguntó: —¿Qué cosa? Le contestaron: —Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo. Los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. ¡Nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel!, pero ya hace tres días que sucedió todo esto. Es verdad que unas mujeres de nuestro grupo nos han alarmado; ellas fueron de madrugada al sepulcro, y al no encontrar el cadáver, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles asegurándoles que él está vivo. También algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como habían contado las mujeres; pero a él no lo vieron. Jesús les dijo: —¡Qué necios y torpes para creer cuanto dijeron los profetas! ¿No tenía que padecer eso el Mesías para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a él. Se acercaban a la aldea adonde se dirigían, y él fingió seguir adelante. Pero ellos le insistieron: —Quédate con nosotros, que se hace tarde y el día va de caída. Entró para quedarse con ellos; y, mientras estaba con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Se dijeron uno al otro: —¿No se abrasaba nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba la Escritura? Al punto se levantaron, volvieron a Jerusalén y encontraron a los Once con los demás compañeros, que decían: —Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Ellos por su parte contaron lo que les había sucedido en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.