Sobre Mateo 3, 13-17
El sendero de la vida no siempre es un camino recto y fácil bajo un sol luminoso y una brisa agradable, sino que puede ser también sinuoso, con subidas y bajadas, charcos, barros a través de nieblas y tormentas.
Esa es mi vereda y cada vez que se acaban los llanos o dejo atrás un bello paisaje antes de iniciar una terrible cuesta arriba, me pongo en manos del Padre y confío.
Confiar en Dios como Padre y Madre que me ama inmensamente es lo que mantiene viva mi fe. Desde que dejé atrás el desierto e hice visible mi homosexualidad, supe que todo era gracias a que me había dejado hacer por el Padre, había confiado descansando en Él todas mis debilidades, miedos y desconfianzas.
Apenas actúo ya sin confiar. Por eso sé que nunca jamás perderé la fe.
Jesús se presentó ante Juan para bautizarse. Como quiso hacerle ver Juan, no era preciso que lo hiciera sino más bien que fuera Jesús quien sumergiese en el agua del Jordán a su primo Juan. Pero Jesús confiaba en los planes de Dios. No siempre los proyectos de Dios son lógicos ni han de ser los que quisiéramos. Juan comprendió eso e hizo caso a Jesús.
Perder el rumbo, desorientarse en el camino, puede ser una dificultad y seguramente nunca se nos ocurriría pensar que forma parte de lo que Dios quiere. Desilusionarse, desencantarse, defraudarse, cansarse, son experiencias indeseadas y nunca pensaríamos que fueran parte del plan de Dios. Sin embargo todo eso pudiera ser una llamada de atención para seguir de otra manera, para no acomodarse, para ser más fiel. Efectivamente, detrás de la desesperanza y la decepción está el zarandeo del Padre que algo quiere.
Juan debió descolocarse y revolverse desorientado porque el propósito de Jesús no era lógico. Los planes de Dios seguramente acababan de desbaratar los suyos.
Las personas LGBTIQ+ cristianas sabemos qué es eso. En la base de todo este principio de cambio está la confianza en Dios, dejarse hacer, hacerse consciente de que Dios actúa en cada una de nosotras y en cada uno de nosotros.
El bautismo es precisamente eso: adentrarse en la confianza en Dios. No es tanto borrar el pecado original sino más bien crecer en el amor que Dios nos tiene, sin excepciones.
En el sendero de la vida hay que asegurar y confirmar el bautismo continuamente. Sé que no siempre es fácil comprender el lenguaje de Dios, que incluso habla en la aparente desilusión sobre proyectos y propósitos, provocando el desconcierto. Sé que duele no entender qué sucede ni qué provoca el desencanto. Cuando eso ocurre me paro y espero. Es hora de escuchar al Señor sin ruidos de fondo.
En el caso de Juan su plan era ser bautizado por el Mesías y no sucedido así. Todo tiene un propósito para el Padre. «Conviene que cumplamos lo que Dios ha dispuesto», dijo Jesús. Juan renunció a su querer y sumergió al Mesías en el agua.
Recuerdo los versos de Brotes de Olivo: “agua, lávame, purifícame…”
Dame, agua, tu Espíritu. Confío en ti, Señor.
Por entonces viene Jesús desde Galilea al Jordán y se presenta a Juan para que lo bautice. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?». Jesús le contestó: «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces Juan se lo permitió.
Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrieron los cielos y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco».
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