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septiembre 16, 2023

XCVIII SALIÓ EL SEMBRADOR A SEMBRAR

Sobre Mateo 13, 1-23

Creo recordar que los Evangelios recogen alrededor de cuarenta parábolas. De entre ellas, seguramente esta que hoy cita Mateo es una de las más conocidas, y de las más recurrentes a la hora de hacer una catequesis sobre la Palabra de Dios y la actitud que cada cual tiene ante ella.
Siempre me llamó la atención su comienzo: “salió el sembrador a sembrar”. ¿Y a qué va a salir si no es a eso? Bueno, es cierto que Jesús se refería casi con certeza a Él mismo cuando nombra a ese sembrador. No sé si es muy arriesgado por mi parte suponer que desde Él, desde Jesús en adelante, están representadas ahí, en ese sembrador, todas aquellas personas que optaron por continuar su tarea, que eligieron seguir sembrando su Palabra. Desde esa temeraria premisa me atrevo a actualizar el inicio de la parábola: Salieron los sembradores a sembrar. Y vuelvo a preguntarme a qué salen si no es a eso.
Esta larga historia que cuenta Jesús tiene infinidad de matices y ha dado para escribir libros desentrañando el sentido de cada frase, de cada palabra. Aunque en la última parte ya se encarga el Maestro de explicarla con mucha claridad. Pero siempre hubo eruditos que quisieron demostrar intenciones profundísimas en todo lo que Jesús dice, hace y recogen los Evangelios. Esta parábola no ha sido una excepción como objeto de estudio e interpretación bíblica.
Supongo que soy mucho más simple, o más ingenuo, porque para mí lo más importante de toda la parábola reside precisamente en su su primera frase: “salió el sembrador a sembrar”.
Hay una experiencia coincidente entre muchas personas cristianas LGBTIQ+, y es la escasez de sembradores que en nuestras historias hemos ido encontrando que salen a sembrar, de verdad, la Palabra de Jesús. Si el Mesías se hubiera referido en la parábola a lo que iba a suceder en la Iglesia que Pedro fundaría pocos años después, habría iniciado su relato diciendo algo así como “salieron algunos sembradores a sembrar mi Palabra, pero otros sembraron el temor a mi Padre, porque no se enteraron de nada de lo que dije”.
La enseñanza de Jesús en esta parábola no tiene razón de ser si no hay un sembrador que siembre la semilla de la Palabra. Pero de una Palabra que rebose misericordia, no de otra que genere miedo, división, exclusión, rechazo o desprecio. Parece muy contradictorio pensar que alguien pudiera confundir la Palabra (con Pé mayúscula) con algo diferente al Amor (con A mayúscula). Lamentablemente he de decir que —lejos de cualquier sentido victimista y de ninguna manera en tono resentido— las mujeres y los hombres LGBTIQ+ estamos habituados a los malos sembradores.
Con todo, algún buen sembrador se cruzó en nuestros caminos y dejó caer la semilla que por tiempo no creció tanto y mucho menos tan fuerte como hubiera sido lo esperado. Algunas veces he reflexionado sobre el sembrador o los sembradores que sembraron en mí la semilla, y qué sucedió con ella. No tengo muy claro si fue a caer en terreno pedregoso, en el borde del camino, entre cardos, en tierra seca o dónde terminó, pero hay una característica muy peculiar en las semillas que finalmente crecen en las vidas de las personas cristianas LGBTIQ+: la fe que germina es fuerte como ninguna, porque ha surgido pese a cualquier inconveniente, por encima de que nos arrebaten lo sembrado, de la inconstancia y los miedos, las preocupaciones y las seducciones.
Y otra cosa más: algo de tierra buena debemos tener para que esa semilla finalmente crezca y dé fruto. En unos un grano dio cien, en otros sesenta, en otros treinta. Pero en todos dio fruto abundante.


Aquel día, salió Jesús de casa y se sentó junto al lago. Y acudió a él tanta gente que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato en parábolas: "Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, un poco cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra, y, como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta. El que tenga oídos que oiga."

Se le acercaron los discípulos y le preguntaron: "¿Por qué les hablas en parábolas?" Él les contestó: "A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: "Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure." ¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.

Vosotros oíd lo que significa la parábola del sembrador: Si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino. Lo sembrado en terreno pedregoso significa el que la escucha y la acepta en seguida con alegría; pero no tiene raíces, es inconstante, y, en cuanto viene una dificultad o persecución por la palabra, sucumbe. Lo sembrado entre zarzas significa el que escucha la palabra; pero los afanes de la vida y la seducción de las riquezas la ahogan y se queda estéril. Lo sembrado en tierra buena significa el que escucha la palabra y la entiende; ése dará fruto y producirá ciento o sesenta o treinta por uno."

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