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octubre 08, 2023

XCIX UNA VUELTA DE TUERCA

Sobre Mateo 21, 33-43

Esta es la segunda de una serie de tres parábolas que Jesús dirige expresamente a las autoridades religiosas: a los sumos sacerdotes y los ancianos de Israel. Otra vez es tentador centrar la reflexión en una crítica amarga y punzante dirigida a la jerarquía religiosa actual y con ella a esa parte de la Iglesia-Pueblo de Dios que añora sin reservas ni disimulos los tiempos previos al Concilio (o al papa Francisco). No me faltan motivos —ya lo he compartido más de una vez— sintiéndome como me siento todavía, a estas alturas, en las fronteras de la Iglesia, como cristiano homosexual. Pero hacer eso es demasiado fácil y previsible. Me atrevería a dar una arriesgada vuelta de tuerca:
Lo más difícil y sorprendente es admitir que estamos demasiado acomodados en este discurso victimista, muy especialmente el que se emplea contra la Iglesia a la que siempre solemos referirnos en conjunto, con rotundidad bien estudiada, sin reconocer con lucidez que dentro de ella hay de todo, también quienes aceptan, acompañan y se sienten parte del Colectivo LGBTIQ+.
¿Eso contradice lo que he dibujado en el párrafo anterior? Seguramente no, pero deberíamos aceptar que generalizar no es una actitud positiva, mucho menos si lo hacemos las mujeres y los hombres cristianos LGBTIQ+ que vivimos dentro de la Iglesia porque hemos optado mantener el vínculo que nos garantizó el bautismo, y nos sentimos parte de ella aunque algunas veces nos encontremos mal, en desacuerdo, sentados en última fila. Si digo que la Iglesia es homofóba yo mismo me estoy encuadrando ahí. Si digo que es intransigente o excluyente, estoy afirmando que yo también rechazo o condeno. Esta Iglesia a la que tanto amo y tanto me duele es su Iglesia, tu Iglesia, mi Iglesia y desde luego —no nos olvidemos nunca— la Iglesia de Cristo.
Desde esta premisa, mi meditación personal sobre la parábola de los labradores malvados no deja de cuestionarme acerca de dónde me sitúo en esa historia, y me da un poco de miedo descubrirme como uno de los malos.
Sucede que estoy muy confortable en el papel de bueno —no necesariamente de víctima— explotando mi estatus de homosexual damnificado que trabaja por el derecho de las personas cristianas LGBTIQ+ a sentirse verdaderamente aceptadas e integradas en la Iglesia. No soy ningún héroe, pero es fácil engañarme y actuar “bajo especie de bien” —como dice San Ignacio— es decir, pensando que es provechoso y loable lo que hago y cómo lo hago, cuando en realidad puede que esté alimentando mi ego y dejándome llevar por otras motivaciones y no por la principal, que debe ser dar testimonio sincero de lo que Dios ha hecho en mi vida y desde ahí todo lo demás. Invito a hacer esta reflexión a quien quiera —también a los Grupos LGBTIQ+ creyentes si es el caso— desde el más profundo respeto y con toda libertad.
Voy a dar algunas pistas en primera persona, que son intuiciones que me propongo orar y que me gustaría compartir:
Cuando obtengo frutos, comprobando que la tierra ha sido fértil y generosa pese a los temporales o las sequías, y soy incapaz de admitir que la viña no es mía y que debo entregar una parte a su dueño, me comporto igual que los labradores malvados y no como un testigo de Jesús.
Cuando hago piña con los míos porque me creo que el campo ya es de mi propiedad después de tanto tiempo trabajándolo y ataco a quien se acerca poniéndome siempre a la defensiva, me estoy comportando lo mismo que los labradores malvados y no como un testigo de Jesús.
Cuando olvido que esta tierra que piso y que labro es la de mi propia Iglesia, me estoy comportando como si fuera uno de los labradores malvados y no soy un testigo de Jesús.
Es muy desconcertante verse en ese lado de la parábola. Dejar aparte cualquier atisbo de rencor es muy liberador, pero abre las puertas a reflexiones que pueden descolocarnos, porque la ausencia de resentimiento, es decir, trabajar desde el perdón —algunos dirían tender puentes, tomando prestada la expresión de James Martin sj— tiene como consecuencia situarse en planos iguales, quedar totalmente desnudo frente al otro y colocarte además delante de un espejo que refleja lo que eres de verdad, sin disculpas.
A veces viene muy bien detenerse y, en la medida de lo posible, mirar en perspectiva por dónde andamos y cómo lo hacemos. Esta parábola me ha servido de excusa para trabajarlo, pero solo es bueno y provechoso si lo hago poniendo a Jesús en medio. Así se evitan sufrimientos, decepciones y tristezas en las que a veces nos atrapa la tentación de abandonar. Me sirve mucho hacerme las preguntas que San Ignacio propone en los Ejercicios: ¿Qué he hecho yo por Cristo? —reconocer el mal o el bien que he hecho en los que me rodean— ¿qué hago yo por Cristo? —aceptar el daño o el beneficio que hago, sin engañarme— ¿qué debo hacer por Cristo? —qué posibilidades hay para mejorar. Siempre hay cosas que mejorar.
Espero no haber incomodado o aturdido a nadie con esta “vuelta de tuerca” que proponía al comienzo del comentario a la parábola. Sé que me salgo un poco del guión pero, honestamente, intuyo que el camino que hemos de trazar las personas cristianas LGBTIQ+ pasa por reconocer que esta no es nuestra viña, sino que pisamos la tierra fértil de la Iglesia de Jesús. A esa Iglesia de Cristo pertenecemos y en ella estamos llamadas a dar calor y color, el calor que nos regala nuestra experiencia singular de Dios y el color que ofrece nuestra diversidad, el color del arcoíris.


En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la rodeó con una cerca, cavó en ella un lagar, construyó la casa del guarda, la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la vendimia, envió sus criados a los labradores, para percibir los frutos que le correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno, mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último les mandó a su hijo, diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo." Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron: "Éste es el heredero, venid, lo matamos y nos quedamos con su herencia." Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron. Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?»
Le contestaron: «Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le entreguen los frutos a sus tiempos.»
Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente?" Por eso os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos.»

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