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septiembre 13, 2023

XCV SIN MIEDO

Sobre Mateo 10, 26-33

Tuve un solo miedo en mi vida, porque los otros me parecían de risa a su lado. Con doce años más o menos sabía que era homosexual. La palabra parecía más grande que yo: homosexual. O mariquita. Da igual.
No era miedoso, no tenía los miedos de los niños, a la oscuridad, a las alturas, a la aventura, a quedarme solo en casa, a saltar de un trampolín o a tirarme cuesta abajo con la bicicleta. Lo único que me aterraba era que alguien se enterase de que era homosexual. Ese era mi miedo. Y eso fue lo que construyó mi armario, como todos los armarios del mundo, que los levanta el miedo y el miedo los conserva, los agranda y los perfecciona.
Dios tenía su sitio en ese miedo, porque fui educado en la seguridad de que las personas LGBTIQ+ éramos un fallo en la producción, así que o cambiábamos la pieza defectuosa en nuestro cerebro, nuestro corazón o nuestro alma (nunca supe dónde se situaba la homosexualidad esperando ser extirpada) o arderíamos en el infierno.
Sé que hay muchas personas que me leen desde dentro del armario. Siempre las tengo presentes, con el mayor respeto a sus miedos y confiando en que alguna vez estos desaparezcan y puedan sentirse libres.
Todas las mujeres y todos los hombres deberían poder ser ellas y ellos mismos sin temor a que nadie pueda causarles dolor de ningún tipo. Dios quiere eso para toda su creación, incluyéndonos a las personas LGBTIQ+, por mucho que aun haya quien nos crea unas desviadas.
Solo nuestro alma debería importarnos, porque es la que nos une al Creador. Pero lo cierto es que quien nos preocupa, por mucho que intentemos lo contrario, es todo aquel que puede dañarnos con insultos, desprecios, violencia, golpes, discriminación y exclusión, entre otras lindezas. Jesús dice que ‘no tengamos miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden quitar la vida’. Interiorizar esas palabras del Maestro precisa de mucha confianza en Dios para no perder los estribos. Que se lo digan al catequista que es expulsado de su parroquia cuando se enteran de que es gay. O a los de Ichthys cuando tuvimos que hacer la vigilia de oración por las víctimas de homofobia protegidos por la policía. O a los de Crismhom al encontrarse una pintada en la puerta del local donde pudo leerse “arderéis en los infiernos”.
Que nos lo digan cada vez que salta una noticia de agresiones, palizas o asesinatos con personas LGBTIQ+ como víctimas, solo por ser diferentes. A mí se me estremece el alma y no puedo más que saltar de rabia porque no entiendo que sigan pasando esas cosas, ni concibo que detrás de esas cosas esté una extraña concepción de la moral y una sacrílega utilización del nombre de Dios que lo justifique.
Los que matan el cuerpo son los que nos tienen en ascuas y tientan nuestra paciencia de ‘gorriones que solo caemos al suelo si el Padre lo permite’. Pero, ¿sabes?, no importa. Dice Jesús que ‘los cabellos de nuestras cabezas están contados’. Dice que ‘valemos más que todos los pájaros de la Tierra’. Así que no hay razones para que volvamos a temer por nada.
Lo que escuchamos al oído vamos a proclamarlo desde las azoteas. Ya es hora. ¡Vamos! Después de todo, ¿quién dijo miedo?

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus apóstoles: «No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de noche decidlo en pleno día, y lo que escuchéis al oído pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones. Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre del cielo.»

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