Sobre Lucas 24, 13-35
Hace años, cuatro amigos homosexuales creyentes comenzamos a reunirnos para hacer oración en una pequeña y escondida habitación que nos prestaron. Como estaba en el edificio de un colegio religioso, pidieron total discreción. No hacía falta el ruego, pues los cuatro teníamos suficientes razones para ser discretos hasta el extremo. Aún estábamos más dentro que fuera del armario. Además algunos éramos catequistas y seguro que si se descubría nuestro secreto lloverían los problemas.
Esos días se discutía en el Parlamento español la Ley que permitiría al año siguiente el matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción por parte de parejas LGBTIQ+. La Iglesia organizaba grandes manifestaciones multitudinarias contra esa Ley. Algunos cardenales y obispos fueron especialmente crueles en sus homilías de aquellos meses, con comentarios que causaron dolor y rabia entre las personas LGBTIQ+ creyentes, como nosotros. Se multiplicaron por mil los expedientes de apostasía. Un obispo español dijo que los homosexuales no éramos auténticos hijos de Dios...
En mitad de ese caldeado ambiente nos reuníamos temerosos, irritados, enojados, asustados y, desorientados, orábamos por ver qué nos decía Dios de todo esto, temiendo que la situación apagara finalmente nuestra fe y encendiera nuestro rencor, acrecentando nuestra identidad de víctimas y, en consecuencia, hiciéramos caso a nuestro instinto de supervivencia abandonando todo, como ya alguna vez hablamos en esa apartada habitación. Era nuestro particular camino de Emaús.
Salvando las distancias, nosotros también éramos como esos apóstoles que tantas dudas y vicisitudes tuvieron que soportar para mantener viva su fe. Nosotros, como ellos, estábamos muertos de miedo ante la que se estaba formando, sin saber muy bien si debíamos hacer algo u optar por desentendernos y vivir nuestras vidas al margen de Jesús, lejos de Jerusalén. Los apóstoles, como nosotros, estaban esperando una señal que les animara a anunciar la Buena Noticia. Muchas coincidencias.
Jesús puso en nuestro camino de Emaús a personas que nos mostraron por dónde regresar. Nos dio instrumentos para curar el rencor y el victimismo, las dos mayores tentaciones de cualquier persona cristiana LGBTIQ+.
Nos enseñó que al partir y compartir el pan nos partimos y compartimos nosotros mismos en su nombre.
Con nosotros Jesús se quedó. Nos dijo que, si estábamos convencidos de lo que Él significaba en nuestras vidas, debíamos gritarlo. Y eso hacemos: compartir nuestra historia, contagiar nuestra experiencia. Ser testigos. Salimos de Emaús para
Somos testigos de salvación. Mujeres y hombres LGBTIQ+ que se saben hijas e hijos queridos por Dios. Y estamos decididos a anunciarlo, a transmitirlo, a contarlo.
*[En el año 2004 se fundó Ichthys, en una pequeña habitación cedida por una comunidad religiosa].
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comparte lo que quieras. Fírmalo si quieres. Siéntete libre y exprésate con respeto. ¡Gracias!