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septiembre 08, 2023

XC VOLVER DE EMAÚS

Sobre Lucas 24, 13-35



Hace años, cuatro amigos homosexuales creyentes comenzamos a reunirnos para hacer oración en una pequeña y escondida habitación que nos prestaron. Como estaba en el edificio de un colegio religioso, pidieron total discreción. No hacía falta el ruego, pues los cuatro teníamos suficientes razones para ser discretos hasta el extremo. Aún estábamos más dentro que fuera del armario. Además algunos éramos catequistas y seguro que si se descubría nuestro secreto lloverían los problemas.


Esos días se discutía en el Parlamento español la Ley que permitiría al año siguiente el matrimonio entre personas del mismo sexo y la adopción por parte de parejas LGBTIQ+. La Iglesia organizaba grandes manifestaciones multitudinarias contra esa Ley. Algunos cardenales y obispos fueron especialmente crueles en sus homilías de aquellos meses, con comentarios que causaron dolor y rabia entre las personas LGBTIQ+ creyentes, como nosotros. Se multiplicaron por mil los expedientes de apostasía. Un obispo español dijo que los homosexuales no éramos auténticos hijos de Dios...


En mitad de ese caldeado ambiente nos reuníamos temerosos, irritados, enojados, asustados y, desorientados, orábamos por ver qué nos decía Dios de todo esto, temiendo que la situación apagara finalmente nuestra fe y encendiera nuestro rencor, acrecentando nuestra identidad de víctimas y, en consecuencia, hiciéramos caso a nuestro instinto de supervivencia abandonando todo, como ya alguna vez hablamos en esa apartada habitación. Era nuestro particular camino de Emaús.


Salvando las distancias, nosotros también éramos como esos apóstoles que tantas dudas y vicisitudes tuvieron que soportar para mantener viva su fe. Nosotros, como ellos, estábamos muertos de miedo ante la que se estaba formando, sin saber muy bien si debíamos hacer algo u optar por desentendernos y vivir nuestras vidas al margen de Jesús, lejos de Jerusalén. Los apóstoles, como nosotros, estaban esperando una señal que les animara a anunciar la Buena Noticia. Muchas coincidencias.


Jesús puso en nuestro camino de Emaús a personas que nos mostraron por dónde regresar. Nos dio instrumentos para curar el rencor y el victimismo, las dos mayores tentaciones de cualquier persona cristiana LGBTIQ+.

Nos enseñó que al partir y compartir el pan nos partimos y compartimos nosotros mismos en su nombre.

Con nosotros Jesús se quedó. Nos dijo que, si estábamos convencidos de lo que Él significaba en nuestras vidas, debíamos gritarlo. Y eso hacemos: compartir nuestra historia, contagiar nuestra experiencia. Ser testigos. Salimos de Emaús para 

Somos testigos de salvación. Mujeres y hombres LGBTIQ+ que se saben hijas e hijos queridos por Dios. Y estamos decididos a anunciarlo, a transmitirlo, a contarlo.


*[En el año 2004 se fundó Ichthys, en una pequeña habitación cedida por una comunidad religiosa].



Aquel mismo día, dos de ellos iban a una aldea llamada Emaús, distante a unas dos leguas de Jerusalén. Iban comentando todo lo sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona los alcanzó y se puso a caminar con ellos. Pero ellos tenían los ojos incapacitados para reconocerlo. Él les preguntó: —¿De qué vais conversando por el camino? Ellos se detuvieron con semblante afligido, y uno de ellos, llamado Cleofás, le dijo: —¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que desconoce lo que ha sucedido allí estos días? Jesús preguntó: —¿Qué cosa? Le contestaron: —Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pueblo. Los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. ¡Nosotros esperábamos que él fuera el liberador de Israel!, pero ya hace tres días que sucedió todo esto. Es verdad que unas mujeres de nuestro grupo nos han alarmado; ellas fueron de madrugada al sepulcro, y al no encontrar el cadáver, volvieron diciendo que se les habían aparecido unos ángeles asegurándoles que él está vivo. También algunos de los nuestros fueron al sepulcro y encontraron todo como habían contado las mujeres; pero a él no lo vieron. Jesús les dijo: —¡Qué necios y torpes para creer cuanto dijeron los profetas! ¿No tenía que padecer eso el Mesías para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a él. Se acercaban a la aldea adonde se dirigían, y él fingió seguir adelante. Pero ellos le insistieron: —Quédate con nosotros, que se hace tarde y el día va de caída. Entró para quedarse con ellos; y, mientras estaba con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista. Se dijeron uno al otro: —¿No se abrasaba nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba la Escritura? Al punto se levantaron, volvieron a Jerusalén y encontraron a los Once con los demás compañeros, que decían: —Realmente ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Ellos por su parte contaron lo que les había sucedido en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

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