Sobre Juan 14, 15-21
Las personas creyentes LGBTIQ+ somos expertas en intuir la presencia del Mesías. Nuestra experiencia vital es, en muchos casos, el perfecto escenario de un mundo que no ve a Jesús. Y, por cierto, no nos es fácil verlo porque nos lo arrebatan y nos separan de Él con la cruel patraña de que no nos ama, que nos repudia por estar singularmente inclinados a la lujuria.
No siempre le vimos, es verdad. Pero siempre hemos presentido su caricia. Nuestra fe, la de los hombres y mujeres LGBTIQ+ que creemos en Cristo, nos la hemos ganado a base de saltar obstáculos: el de la soledad, el de la exclusión, el del miedo, el de los armarios…
El terror a los confesionarios del sexto mandamiento.
Hemos sido huérfanos oficiales de Jesús, desamparadas públicas del Maestro. Pero en lo secreto cada una de nosotras y de nosotros nos definimos como hijas e hijos queridos del Padre. El Espíritu de la verdad hace mucho que vive en nosotros. Lo recibimos siendo niños, lo conocemos desde hace tiempo. De otra forma sería imposible ver a Dios detrás de tanta doctrina. Sin el Espíritu de la verdad ninguna persona LGBTIQ+ podríamos sentir a Jesús, o notar cómo Dios nos ama con infinita ternura.
Seguir los mandamientos es amar al Padre y no rechazar al prójimo Lo uno más lo otro. Todo lo demás es provocadoramente secundario. No pretendo alborotar a nadie con esta afirmación. Siempre me pareció escandaloso que quienes recriminan nuestros comportamientos desordenados en relación al sexto precepto de la ley, los mismos que nos excluyen en los diferentes ámbitos de nuestras vidas, incluyendo la propia Iglesia, se olvidan de que con su forma de actuar están pecando contra el Espíritu de la verdad.
Nuestra experiencia de Dios —la de las personas creyentes LGBTIQ+— está íntimamente relacionada con el amor que el Creador nos tiene, y es por eso que lo amamos sin límite. Igual que un niño sabe que su padre lo quiere sin que apenas nadie se lo diga, incluso aunque lo aparten de su vista. Así aprendimos a amar a Dios y a sentir su amor, que se manifiesta en nosotras y nosotros todos los días de nuestras vidas.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque. no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comparte lo que quieras. Fírmalo si quieres. Siéntete libre y exprésate con respeto. ¡Gracias!