Sobre Juan 10, 1-10
Cualquiera pudiera pensar que los armarios tienen solamente una salida. Pero no es así. Quienes hemos estado (y quienes aún están dentro del armario) sabemos que hay más de una posibilidad para escapar.
Como suelo hacer hablaré de mi experiencia, pero intuyo que es muy parecida a la de otras personas LGBTIQ+ cristianas.
Siempre me he considerado creyente y persona de fe, incluso en los momentos más duros en los que no soy capaz de ver a Dios. También en esos en los que, de una manera inexplicable, noto su presencia a mi lado, respetando mis equivocaciones y errores, esperando mi vuelta a casa.
Lo que dice Jesús en la narración de Juan refiriéndose a los malos pastores, y cuanto quiere transmitir el Maestro con esa historia, es algo que evidentemente he tenido muy presente durante toda mi vida. La fe en Dios no la perdí, pero la confianza en la Iglesia —entendiendo como tal a la Jerarquía, a la doctrina, los ritos y la observancia de las normas— entró en crisis desde muy joven.
No es fácil mantener el equilibrio cuando toda la vida andan diciéndote que los maricas somos unos pervertidos, enfermos o desviados, sabiendo que eres homosexual y es inevitable. Por lo mismo, no es sencillo sentirse parte de la Iglesia cuando, a todo lo anterior, agregan que soy un pecador con todas las consecuencias.
Bien, después el último Catecismo se encargó de pedir respeto, compasión y delicadeza hacia las mujeres y hombres no heterosexuales, pero deja muy claro que lo mío —y lo de una parte muy considerable de la humanidad— es una depravación grave, contraria a la ley natural. Y además dice: «la Tradición ha declarado siempre que “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados”» (CIC, nº 2357).
Cuando la Tradición se antepone a los Evangelios, entonces la misericordia que emana de las palabras de Jesús, su mensaje, su testimonio de amor incondicional y la percepción de Dios como Padre bondadoso se evaporan. La Tradición ha matado a muchas personas a lo largo de los siglos. Y aun hoy.
Cada vez más pastores con olor a oveja —en palabras del papa Francisco— que hacen vida la razonable idea de Iglesia como comunidad inclusiva. Pero de facto nadie del colectivo LGBTIQ+ puede ser ordenado sacerdote, religiosa o religioso, ni tomar cargos de responsabilidad en la Comunidad Eclesial, si su identidad sexual es pública. No puede si no es con riesgo de la persona de la Jerarquía que lo respalde, o del escándalo, o de ambas cosas. No puede, aunque los armarios están llenos de gente que ahí está, con la careta puesta.
Sin extenderme ni ahondar mucho más, esta es la realidad que advertimos las personas LGBTIQ+ cristianas. A estas alturas, yo y muchas mujeres y hombres como yo estamos convencidos de que nada ni nadie nos separará del amor de Dios. Pero lo sabemos porque lo hemos experimentado en los acontecimientos y en las vicisitudes de nuestras vidas. No nos lo han contado, sino que lo hemos vivido. En ese sentido hemos entrado por la puerta que deben entrar las ovejas.
Por eso decía al comienzo que el armario tiene muchas puertas. Hay homosexuales, lesbianas, bisexuales y transexuales cristianos que no pudieron soportar que la Tradición anulase su identidad, prohibiese su afectividad y condenara su sexualidad. Cuando los ritos, las normas y la Tradición se establecen como un fin en sí mismo, los pastores se olvidan del rebaño. Las ovejas —siguiendo el símil del evangelio— escogen otra puerta y se marchan desconfiadas, porque no van a seguir a un extraño, no van a dejarse guiar por quien las maltrata.
Tuve la suerte —y aquí sé que coincido con más gente— de que en el momento oportuno estuviesen a mi lado personas que me ayudaron a tomar la decisión correcta, a discernir y finalmente elegir qué puerta tomar. Porque si bien la certeza de que Dios me ama y nadie puede impedirlo, tener esa seguridad me costó sangre, sudor y lágrimas y la obtuve en lo más profundo del armario, aún sin atreverme a salir. También es verdad que yo solo no hubiese sido capaz de escoger la puerta buena, en la que estaba Jesús llamándome por mi nombre para regalarme la vida, y vida abundante.
En aquel tiempo, dijo Jesús "Os aseguro que el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda, y las ovejas atienden a sus voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz; a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños." Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: "Os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estrago; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante."
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