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agosto 13, 2023

LXV ¿DE VERDAD ME AMAS?

Sobre Juan 21, 1-19



Cuando escucho contar a personas LGBTIQ+ cómo vivieron su identidad sexual o de género antes de salir del armario, siempre me invade una sensación de angustia por todo el dolor encerrado en tanto tiempo sin poder ser uno mismo. Sé que mi propia historia puede resultar también una revelación de tristeza, más aún siendo creyente por lo que ya no solo temía visibilizarme ante familia, amigos, sociedad, sino que además soportaba el peso de la religión que gobernaba mi fe culpabilizándome y condenándome por ser, sentir y amar como persona homosexual.


Hasta los 43 años estuve escondido y avergonzado. Si alguna vez creí que Jesús pudiera decir algo a mi vida, había perdido toda esperanza de que sucediera. Más bien todo lo que tenía que ver con Él me sonaba a fracaso y mentira.

La escena de los discípulos de Jesús pescando en el lago de Tiberiades en esa noche que cuenta Juan me recuerda a todo eso. Ellos también estaban tristes, desencantados, desorientados. Aguardaban a que el Mesías diera sentido a sus vidas, renovara el motor del mundo, les hiciera auténticamente libres. Pero se estaba despidiendo. ¿Y ahora qué? Ni siquiera el saber que Cristo estaba vivo -porque le habían visto en anteriores apariciones- los empujaba a reaccionar. Seguían pensando que finalmente se iría definitivamente y los dejaría solos. Totalmente fracasados, recogían sus redes sin un solo pez en ellas.


De repente sucede: alguien a quien no reconocen les pregunta por la pesca de la noche; contestan que no sacaron nada, entonces les pide que echen la red del otro lado. Cuando la retiran rebosante de peces entienden que ese que les hizo hacer lo mismo pero de otra forma, es el Señor. Confiar en Él había hecho que todo cambiara una vez más.

Como en el camino de Emaús, Jesús no es reconocido a primera vista. Ha de suceder algo trascendente, inesperado, provocativo, que abra los ojos a las personas que están con Él y se den cuenta de que vive, de que aún les arde el corazón cuando está cerca. Puede que esta vez les diga algo que les anime especialmente, incluso les de la noticia de que seguirá con ellos por siempre.


Suelo contar que el tiempo previo a mi salida del armario fue lo más parecido a una travesía por el desierto. Pero también pudiera asemejarse a continuas noches costeando el lago de Tiberiades en el barco, echando las redes y recogiéndolas vacías. Tanto mi desierto, como mi pesca en el lago, como la primera parte de la escena del relato de Juan, reflejan mucho fracaso. Miedo, incertidumbre, decepción, pero sobre todo fracaso. Los apóstoles tenían la certeza de que Jesús vivía, pero no comprendían la razón por la que estaban solos y, sobre todo, qué iba a suceder a partir de ahora. En mi caso nunca dejé de creer en Dios, pero tampoco entendía cómo podía permitir que me sintiese así, y necesitaba urgentemente una Palabra suya que diera sentido a mi vida. Lo ansiaba tanto, con tanta fuerza y durante tanto tiempo que desesperé.

Desierto, lago, barca, redes, no son más que instrumentos que el Espíritu pone para encontrar al Padre, de la manera más insospechada, en las situaciones más imprevistas, como una sorpresa que ya no se espera. 


Efectivamente, para quien desde que siendo un chaval ha ido percibiendo problemas para hacer visible su identidad sexual y de género, ha ido empapándose de miedo a que unos y otros le hicieran daño, fue recibiendo mensajes de condena y continuas imágenes de Dios como juez que castiga implacablemente a las personas LGBTIQ+... evidentemente cuando aparece Jesús de Nazaret es un acontecimiento admirable que cubre de esperanza todo lo que antes era un infierno. Bien vale un vasto desierto donde dejarse seducir por el Señor y sentir cómo suavemente habla al corazón. Y bien vale echar cien veces la red a un lado hasta que Jesús se hace presente para decirte que confíes y pruebes de otra forma. 

Las mujeres y hombres LGBTIQ+ cristianos somos testigos priveligiados de Jesús como sorpresa en nuestras vidas, sobre todo porque nos salva justo cuando más lo necesitamos y por eso también cuando estamos a punto de creer que nada va a cambiar.


Salir del armario para un creyente es también una expresión de fe inmensa. Fui plenamente consciente de ello una vez que me dijeron algo así como “si después de todos los obstáculos, las dificultades, los inconvenientes, los agravios, los ultrajes que como homosexual tienes que soportar muy especialmente desde el mundo religioso, si después de todo eso sigues creyendo en Dios y amando a la Iglesia, es porque tu fe está a prueba de todo”. Personalmente no me considero un hombre de fe inquebrantable, pero considero que es cierto que un cristiano sólo puede salir del armario apoyándose en su fe y confiando en Dios. 

Todo esto para decir que cuando por fin decidí salir, no pasó mucho tiempo hasta que Jesús se puso ante mí y me preguntó si le amaba. Cada vez que lo hacía me pillaba enojado y disparando tiros contra el obispo de turno que había llamado depravados pervertidos a la comunidad homosexual. Otra vez más me preguntó Jesús si le amaba y yo estaba buscando cómo acusar de hipócritas incoherentes a un grupo religioso que jaqueó nuestra web. Y así muchas más veces y en todas ellas le contestaba que sí, que le amaba. Pero no era cierto.


Tardé en comprenderlo. Salí del armario cargado de resentimiento y envenenado de rencor, revestido como una víctima que reclama venganza. Esa, sin embargo, no era una actitud creyente y cuando lo entendí y pude liberarme de ese peso agobiante, sentí mucha paz. Fue un proceso largo que Juan resume en tres veces preguntándole el Maestro a Pedro si le amaba o no, y que en mí fueron doscientas, pero al final comprendí lo que Jesús buscaba.

Ya no era un verdugo sino un testigo. Podía responder al Maestro como por fin hizo Pedro: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” con el corazón sosegado y libre de rabia. 

Creo que ahí y no antes rompí la puerta del armario definitivamente, haciéndome consciente de lo que el Padre espera de mí. Antes creía que esperaba imposibles. Ahora sé que espera mi calma, mi sosiego, mi armonía, mi respuesta plácida al Jesús resucitado que me sacó de desierto y fue, por eso, la sorpresa de mi vida.



En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera:
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos.
Simón Pedro les dice: "Me voy a pescar."
Ellos contestan: "Vamos también nosotros contigo."
Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
Jesús les dice: "Muchachos, ¿tenéis pescado?"
Ellos contestaron: "No."
Él les dice: "Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis."
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: "Es el Señor."
Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces.
Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: "Traed de los peces que acabáis de coger."
Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice: "Vamos, almorzad."
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos. Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?" Él le contestó: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Jesús le dice: "Apacienta mis corderos." Por segunda vez le pregunta: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Él le contesta: "Sí, Señor, tú sabes que te quiero." Él le dice: "Pastorea mis ovejas." Por tercera vez le pregunta: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?" Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: "Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero." Jesús le dice: "Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras." Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: "Sígueme."

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