Sobre Lucas 21, 5-19
No hace demasiado tiempo que puedo rezar sosegadamente a partir de un texto de la Palabra de Dios en el que se haga mención al fin del mundo. Cuando era un niño, con la certeza no nombrada de mi identidad sexual, y sin capacidad para comunicar o compartir esas sensaciones y sentimientos, todo mi temor era el no poder alcanzar a ver al Padre, porque todo apuntaba a que iría directamente a acompañar a Satanás. Ese presentimiento se prolongó durante mi adolescencia, enriquecido por una idea de infierno que se alimentaba de una educación religiosa en la que las personas como yo eran viciosas, invertidas, desviadas, enfermas, promiscuas, y muchos más adjetivos que eran sinónimos de la palabra marica.
Me daba miedo que cualquier persona de mi círculo sospechara que yo era así. Pero lo que de verdad me aterraba era la imposibilidad de evitar serlo.
Cuando salí del armario, con algo más de cuarenta años, y comencé a sanar heridas, cuando me tranquilicé y me dispuse a interpretar qué había pasado con mi vida, no fue difícil darme cuenta de que el fin del mundo y el infierno era precisamente lo que había dejado atrás. Es una reflexión que durante años he orado intensamente, agradecidamente, porque Dios ha dado luz a una parte larga y triste de mi historia, otorgando sentido a todo.
Hay una frase bellísima en el pasaje de Lucas, que ilustra lo que muchas personas cristianas LGBTIQ+ podemos haber sentido desde Dios hacia nosotras, lo que el Padre pronuncia a nuestros oídos y nos mueve -mejor aún, nos conmueve- hasta el punto de hacernos salir de nuestras oscuras cárceles del miedo. Es esta: “con vuestra perseverancia os salvaréis". Jesús la utiliza para tranquilizar a quienes lo escuchan, como diciéndoles "mirad, no os agobiéis ni os asustéis por el estruendo de la vida, porque al final, si persistís, todo va a acabar bien".
El problema es que durante una buena parte de mi vida no tuve ocasión de entender eso que Jesús estaba susurrándome, porque el ruido de una religión que manipulaba el temor de Dios me hacía creer que verdaderamente el sol, la luna, las estrellas caerían sobre mí y no podría hacer nada para impedirlo.
Superar toda esa angustia supone un proceso de conversión tras el que nada es igual que antes, especialmente en la percepción de Dios. Imagino que representa el mismo cambio en la idea del Padre que experimentaron quienes seguían a Jesús durante su vida pública, lo escucharon y percibieron de qué manera sus palabras y actos agitaban los corazones. El sentimiento profundo de cobrar animo, levantar la cabeza y notar cómo se hace realidad la liberación es un regalo que las personas LGBTIQ+ cristianas, fortalecidas por esa experiencia transformadora, hemos recibido de manos del propio Dios. Quizá por eso el Adviento que se acerca siga removiéndome tanto, pese a que mi trabajo mercantilice el tiempo de la Navidad y a veces me distraiga y exaspere. Pero es cierto que el anuncio de la venida del Mesías supone cada vez una renovación de esa promesa que nos asegura la liberación. Recordar de qué forma Jesús nació en mi corazón como novedad reveladora del amor que Dios me tiene es, por encima de todo, suficiente razón para la esperanza.
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