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agosto 24, 2023

LXXV EL RICO Y LÁZARO

Sobre Lucas 16, 19-31


LA OPULENCIA FRENTE A LA MISERIA


La interpretación más evidente de esta parábola es la intención de Jesús por confrontar la riqueza frente a la pobreza. No hay lugar a dudas, sobre todo sabiendo que Lucas coloca esta parábola de contraste justo después de otra —la del administrador astuto— que terminó con una sentencia incontestable: “O Dios o el dinero”.

Esta vez el hombre rico no es un tipo sin escrúpulos ni comete ninguna injusticia manifiesta sobre el pobre Lázaro. Sin embargo Jesús desenmascara su actitud de indiferencia absoluta ante la presencia del hombre desgraciado en el portal de su casa, mientras él disfruta de un banquete espléndido tras otro.

Lázaro vive un infierno en vida, así que al morir goza de la compañía de Abrahán. Paralelamente fallece el hombre rico, que ha disfrutado de todo, pero este es conducido al abismo. La parábola no entra a detallar si el hombre rico fue una persona injusta, violenta… Su verdadera culpa fue pecar de omisión, es decir, no prestar atención a la necesidad palpable de Lázaro, a quien casi podía oler su dolor y pobreza y ante el que no hizo nada para procurarle los mínimos derechos de ser una persona digna.


LA INDIFERENCIA FRENTE A LA INJUSTICIA


Más allá del indiscutible sentido de esta parábola, en cuanto a la riqueza de muy pocos en contraste a la pobreza de muchos, está el propósito de Jesús por denunciar el pecado de omisión ante las situaciones de injusticia que continuamente se presentan frente a nosotros. 

Para muchas personas cristianas la dedicación a la caridad se reduce a un compromiso —desde luego totalmente loable y sincero— con la pobreza material. 

A partir de aquí voy a elevar una denuncia que seguramente no levantará mucha simpatía, pero es que ciertamente y pese a quien pese, no es una prioridad para mucha gente creyente católica comprometerse en otras misiones ante las que hay ciertas dudas morales o doctrinales. Me explico: no hace demasiados años (en historia de las sociedades humanas un siglo es ayer) la defensa de los derechos humanos de las personas negras era una rareza entre las comunidades cristianas, y quienes en nombre de Jesús se animaban a ello eran convenientemente apartados de las estructuras oficiales y relegados a los extremos revolucionarios. Que nadie se rompa las vestiduras: ¿Cómo fueron tratados los teólogos (y teólogas) de la Liberación, la mayoría injuriados y zaheridos, cuando no apartados y ocultados?¿Cuántos han bramado en estos días contra la Iglesia que se ha puesto al lado de los indígenas de la Amazonia? 


LAS DIFERENTES INJUSTICIAS


Lo que a la clase religiosa judía desconcertaba de Jesús era cómo se preocupaba de los últimos, porque Él lo hacía comprometidamente y, sobre todo, desinteresadamente. Era algo novedoso que además contrariaba los intereses de las clases dominantes porque los ponía en evidencia denunciando sus incoherencias.

Escribas, fariseos y sacerdotes, al igual que cualquier buen judío, cumplían la Ley. Por ejemplo, seguramente daban limosna a los pobres como Lázaro. Pero no había una preocupación más allá de la fidelidad a los preceptos. Para ellos el concepto de justicia se limitaba a una particular percepción de lo que era injusto y, en consecuencia, no había víctimas sino personas a las que el destino o los pecados de sus ancestros habían abocado a la enfermedad o a la miseria.

Jesús denuncia la impasibilidad de los que se creen justos ante quienes han sido situados en los límites, en los extremos, en la desdicha. A estos desesperados Jesús los llama bienaventurados.


Lo mismo sucede hoy también. Se ha establecido una relación vertical entre quienes están situados en lo alto y se han otorgado el título de intérpretes y gestores de la Verdad (social, económica, religiosa, da igual), y todo lo demás. En esa línea descendente se colocan las diferentes situaciones de injusticia en un orden de mayor a menor decencia —no se me ocurre otra palabra mejor—, desde lo que es digno de condescendiente lástima y por tanto merece dedicación, hasta lo que puede considerarse incluso cerca de la indignidad y lo absolutamente intolerable, por lo cual para algunas personas no merece ninguna consideración, pues su destino es el fracaso, el abismo, y además —piensan— se lo merecen.


Salvo un porcentaje sensiblemente minoritario de entre quienes dicen ser creyentes de cualquier Dios, la inmensa mayoría tramita el trato de compromiso tangible con sus particulares Lázaros de forma totalmente aséptica. Conozco mejor el mundo católico pero por lo que sé resulta igual en cualquiera de las demás religiones. En todas la caridad, la misericordia, se gestiona desde lejos. Los despreciados, —no sólo los hambrientos de cualquier zona del mundo, los refugiados, los inmigrantes desesperados sino incluso esos que malviven en la esquina de nuestros hogares–, no son más que estadística con la que tratamos de forma muy impersonal, tranquilizando nuestras conciencias con determinadas acciones que de vez en cuando nos hacen sentir mejores personas. 


Y entre el conjunto de gente despreciada y excluida están los que merecen una mayor consideración, quizá porque son más cercanos a la experiencia del “me podría pasar a mí”. Los pobres, los que se quedaron parados y están al límite, los que de verdad pasan hambre mientras banqueteamos los fines de semana. Esos indudablemente merecen nuestra solidaridad, aunque no nuestra inconstancia. 

Después están otros arrinconados, los excluidos porque son percibidos como los que se buscan los problemas y se ganan el desprecio de la mayoría porque sus vidas no siguen los cánones que la doctrina social, moral y religiosa dictan para poder ser aceptados. Pero estos sujetos de la injusticia no alcanzan el nivel de atención, compromiso y misión por parte de la sociedad, la comunidad, la Iglesia en nuestro caso, porque ciertamente Jesús no los nombra en las bienaventuranzas con nombres y apellidos. Y a las entidades apostólicas, a los cristianos comprometidos que crean la conciencia de que hay que luchar por la justicia de los excluidos, ciertamente se le presentarán menos problemas si dirigen su misión hacia el mundo de los inmigrantes, los pobres, los drogadictos o la prostitución, que si la orientan hacia los divorciados o los homosexuales.


LA OMISIÓN


El colectivo LGBTIQ+, como el de personas divorciadas, vivimos en esta frontera de la Iglesia en la que seguimos siendo parte de, pero sin serlo. Una vez hablaba con una persona relevante de la Iglesia católica a quien decía que la Iglesia debía ser más inclusiva. Me interrumpió para decirme que la Iglesia es inclusiva por propia definición. Pero en la realidad del día a día no lo es. 

Lo que esta persona me dijo es como si aceptáramos que el hombre rico atendió adecuadamente a Lázaro porque permitía que durmiera en el portal de su casa en vez de echarlo fuera. 

Mientras se mantenga una postura ambigua ante las terapias de conversión, mientras se impida a las personas transexuales y divorciadas recibir los sacramentos en sus parroquias ante sus comunidades, mientras se pongan impedimentos para que una pareja de madres o padres puedan bautizar a su hija o hijo, mientras se despida a los profesores de religión homosexuales, mientras se obstaculice a las personas LGBTIQ+ cursar estudios religiosos u ordenarse, la Iglesia —y en ella estamos todas y todos— estará mirando a otro lado. Estará pecando de omisión.



En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos: "Había un hombre rico que se vestía de purpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día.
Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que tiraban de la mesa del rico.
Y hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas.
Sucedió que se murió el mendigo, y los ángeles lo llevaron al seno de Abrahán.
Se murió también el rico, y lo enterraron. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantando los ojos, vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritó: "Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas. "
Pero Abrahán le contestó: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces.
Y además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que no puedan cruzar, aunque quieran, desde aquí hacia vosotros, ni puedan pasar de ahí hasta nosotros."
El rico insistió: "Te ruego, entonces, padre, que mandes a Lázaro a casa de mi padre, porque tengo cinco hermanos, para que, con su testimonio, evites que vengan también ellos a este lugar de tormento."
Abrahán le dice: "Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen."
El rico contestó: "No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a verlos, se arrepentirán.
Abrahán le dijo: "Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto."

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