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agosto 07, 2023

LIX LA TRANSFIGURACIÓN

Sobre Lucas 9, 28b-36



Transfigurarse significa cambiar, transformarse. A veces hago analogía entre la transfiguración y el tiempo que pasa desde justo antes de tomar la decisión de salir del armario hasta el momento en que eres conscientemente visible. No soy teólogo, pero aún así llego a advertir que esta relación que propongo pueda parecer casi sacrílega. Sin embargo mi experiencia vital –y la que conmigo han compartido muchas personas LGBTIQ+ cristianas– me hace pensar de esta forma. Salir del armario para una persona creyente tiene mucho de transfiguración. Porque lo que en definitiva le sucedió a Jesús en el monte fue que se llenó del Espíritu Santo; se colmó de Dios. Fue arrebatado por el Padre durante unos instantes para hacerlo suyo y reconocer en Él a su hijo amado.


En todo caso el pasaje de Lucas en el que se narra la transfiguración parece complicado de entender, y lo es si solo nos quedamos en la atmósfera, el resplandor o la nube pero pasamos por alto un detalle que para mí es clave. Al comienzo del relato Jesús pide a Pedro, Juan y Santiago que le acompañen al monte a orar. No son los discípulos quienes ruegan al Maestro que les permita ir, sino al contrario. Creo que es muy importante esto para mí, porque llevándolo a la vida me doy cuenta de que siempre estuve suplicando a Jesús que estuviera conmigo, que no me abandonara, que no me dejara solo ante tantas dudas y temores. Pero la dinámica del Hijo de Dios no es esa. A mis peticiones sólo contestaba el silencio. Me costó mucho darme cuenta de que Él estaba respondiendo siempre, una y otra vez, con una invitación a acompañarle. El decía “aquí estoy, ven conmigo”, pero yo esperaba un “dime qué necesitas”. Aguardaba un Cristo que me resolviera los problemas y Él se presentaba tomándome para subir al monte a orar.


Antes mencionaba “ese tiempo que transcurre desde justo antes de tomar la decisión de salir del armario hasta el momento en que eres conscientemente visible”. Ese espacio temporal está rebosante de sensaciones y emociones para cualquier persona LGBTIQ+, pero es singular para quienes tenemos fe en Jesucristo. No es fácil de explicar, pero puedo intentarlo: siempre he pensado que para cualquier creyente el amor de Dios hacia ella o él es una certeza natural, igual que el afecto de la madre Iglesia y el sentimiento de pertenencia a ella lo es porque así se lo han ido enseñando desde niños; pero las personas LGBTIQ+ cristianas hemos tenido que descubrir y conquistar ambos sentimientos con mucho esfuerzo, y creérnoslos con abundante confianza en Dios. Quizá por eso apreciamos tanto nuestra fe y muchas veces decimos que nada podrá arrebatárnosla. Por lo mismo creemos firmemente que nada ni nadie podrá apartarnos del amor de Dios. 


Tuve opciones de visibilizarme dando la espalda a Dios. De hecho era lo más fácil y lo más tentador. Era lo que una gran mayoría de hombres y mujeres LGBTIQ+ cristianas hacen a diario: dejar a un lado a Dios y a la Iglesia para poder ser nosotras y nosotros mismos. Una triste paradoja porque se supone que Cristo nos hace libres, Dios es amor y todo eso.

En mi caso se hizo carne el dicho que afirma que “la fe es lo último que se pierde”. No estaba dispuesto a dejarme arrebatar algo tan íntimo como la fe, así que me dispuse a buscar a Dios allí donde lo había perdido de vista: en el desierto. 

Por lo que sé cada persona LGBTIQ+ creyente ha tenido diferentes y particulares matices en su salida del armario, pero la gran mayoría coincidimos en la experiencia de desierto, o de intermitentes desiertos a lo largo de la vida hasta llegar a uno enorme que parece prácticamente insalvable, que llega cuando ya es imposible mantener la doble vida –el ser sin ser– y decides dar el paso de pertenecerte y al mismo tiempo compartirte, sin saber muy bien cómo hacer ni una ni otra cosa porque jamás lo has ensayado en toda tu historia. A ese desierto fui, pensando que era mi iniciativa, a buscar a Dios para pedirle que me acompañara pero sorprendentemente Él fue quien me llevó como en el canto de Oseas, para seducirme, hablarme al corazón y esperar mi respuesta. Este es “el tiempo que transcurre desde justo antes de tomar la decisión de salir del armario hasta el instante en que eres conscientemente visible”. Un momento intenso en el que Dios toma la iniciativa y te deja sin argumentos para negarle nada.


Para la persona LGBTIQ+ cristiana es la ocasión en la que puede experimentar el cambio, la transformación. Cuando me sucedió estaba permeable a Dios, seguro de querer acompañarle, decidido a abandonar el armario donde no podía ser yo mismo. Sólo ahí era posible transfigurarse, y sólo ahí me sentí lleno del Espíritu, rebosante de Dios. Por supuesto sólo ahí podía escuchar la voz del Padre diciendo “este es también hijo mío”.



En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.
De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.
Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: "Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías."
No sabía lo que decía.
Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: "Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle."
Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

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