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agosto 15, 2023

LXVII LO SUBVERSIVO ES AMAR SIN CONDICIONES

Sobre Juan 13, 31-33a.34-35



Si me pidieran que resumiese en una frase, en una sola línea, el total de todo el mensaje de Jesús expresado en las Escrituras, elegiría la petición que aparece en este texto de Juan: “Amaos los unos a los otros”. Cualquier otra cosa que haya hecho o dicho Cristo en toda su vida pública se reduce a eso, a amarse como Él nos ha amado, es decir, incondicionalmente.


Parece que este es el corazón de nuestra fe: una mitad amar a Dios; la otra amar a los demás seres humanos como Jesús hizo hasta que fue ejecutado, y aún después. 

No creo que haya nadie que lo dude. Quien quiera llamarse cristiano debe cumplir necesariamente con esto.


Estando en el armario me preguntaba la razón por la que muchos hombres y mujeres cristianas no se comportaban con la necesaria misericordia ante las personas LGBTIQ+. En relación a ese pensamiento me han sucedido varias cosas en mi vida, pero quizá la que más me ha conmovido siempre, también la que más me dolor y rabia me ha provocado, fue la que tiene que ver con Álvaro.

Conocí a Álvaro cuando ambos teníamos dieciocho años. Él era creyente como yo. También estaba dentro del armario, aterrado ante la posibilidad de que alguien se enterase. Ni él ni yo habíamos encontrado jamás a nadie con quien hablar confiadamente de lo que sentíamos y nos sucedía. También conversábamos sobre Dios, de las palabras de Jesús en los Evangelios y acerca de lo lejano que nos parecía el día en que pudiéramos expresarnos tal como éramos de verdad sin temor a nada. Nos encantaba el texto de Juan 13, tan directo, tan claro, tan amablemente provocador. Y lamentábamos la forma en que ese mandato de Jesús era sistemáticamente incumplido por muchos de quienes se llaman a sí mismos seguidores de Cristo.

Nos hicimos muy amigos, sentíamos algo muy especial el uno por el otro. Esa relación se mantuvo durante mucho años.


Los padres de Álvaro eran muy religiosos. Un día, cuando teníamos veintitrés años, la madre de Álvaro encontró una carta que él me estaba escribiendo. Cuando regresó a casa, su padre y su madre estaban esperando para pedirle explicaciones. No tuvo opción y les confesó lo evidente. Sus padres lo echaron de casa esa misma tarde. No querían un hijo gay. 

En aquellos años no teníamos móviles. Álvaro no sabía dónde ir. Estuvo buscándome durante horas  hasta que me encontró. Era un mar de lágrimas. Su dolor se me clavaba en el pecho.


Los padres de Álvaro nunca permitieron que volviese a casa. Las pocas veces que al principio se vieron, solamente había reproches sobre “su vicio” y su “pecado”. Mientras tanto, ellos siguieron en su comunidad cristiana, con sus ritos, sus celebraciones, sus eucaristías y sus cantos, pero su hijo no pudo volver con ellos porque les había defraudado, porque era un desviado, un condenado, un pecador.


Álvaro encontró refugio en casa de uno de sus tíos, una persona encantadora que se llamaba Roberto. El tío Rober no creía en Dios y se burlaba explícitamente de su hermana, la madre de Álvaro, por sus creencias fanáticas. Siempre me ha parecido paradójico que mi amigo fuese tratado de forma tan escandalosamente inmiseriocorde por parte de sus cristianísimos padres, mientras su tío Rober y su mujer, públicamente ateos, le acogían amorosamente. ¿Quién estaba amando a los demás como pedía Jesús? ¿Sus padres, con fe inquebrantable y cumplidores de ritos y tradiciones? ¿O sus tíos, ateos declarados y totalmente ajenos al Evangelio y su doctrina?


Años después Álvaro fue a Estados Unidos a completar estudios y perdimos el contacto asiduo de siempre, aunque no totalmente. Seguíamos intercambiando cartas y hablando de vez en cuando por teléfono. Un día me llamó llorando. Le habían diagnosticado el VIH. Álvaro murió por complicaciones derivadas del SIDA dos años después, en 1990. En el entierro estuvieron Rober y su mujer, pero los padres no aparecieron. 


En el texto del Evangelio de hoy, Jesús dice “os doy un mandamiento nuevo”. Esa palabra, “nuevo” jamás deja de ser trágicamente actual porque este mandamiento de Jesús nunca deja de ser novedad. El amaos los unos a los otros es algo que no termina de llevarse a la práctica. Cada vez que nos olvidamos de amar incondicionalmente estamos borrando en el tiempo las palabras de Cristo, y la siguiente vez serán novedad, y así siempre. La historia de Álvaro es lamentablemente habitual. Terrible cuando sucede en cualquier familia, pero un escándalo si está ocurriendo en una familia cristiana y precisamente a causa de las creencias religiosas. Amar sin condiciones al prójimo es seguir en lo más básico a Jesús. No hacerlo es traicionarle.


Cuando Álvaro y yo hablábamos en torno a la utopía del amor incondicional que proponía Cristo, jamás sospechamos que iba a golpearnos tan fuerte la incoherencia y la falta de misericordia. Nunca imaginamos que quedaríamos tan profundamente defraudados. 

Álvaro, pese a todo, nunca perdió la fe. Con el tiempo llegó a perdonar a sus padres, incluso sin que ellos le diesen oportunidad para decírselo. Álvaro recuperó la paz y estoy seguro que murió tranquilo, con la certeza de que iba a encontrarse con Dios. Un día antes de fallecer me hizo prometer que yo también perdonaría a sus padres. Le contesté que sí, pero la verdad es que no pude hacerlo hasta mucho después.


“… Como yo os amado”. Esa parte no la incumple el Maestro. Él ama incansablemente, Jesús es fiel. Su amor sí es incondicional. Él no abandona. Siempre acoge. Siempre espera. Es padre y madre que nunca pierde a un hijo, por nada lo descuida, no renuncia a él, no lo desatiende. 


Álvaro disfruta de la cercanía del Padre. Sé que desde allí me anima a amar ilimitadamente. No hay otra opción si quiero seguir a Jesús y llamarme cristiano. Amar sin excepción, sin distinción. Muy especialmente a quien desprecia mi identidad homosexual. A ese amarle más aún. A ese con mayor misericordia. Ahí está el fondo subversivo del mensaje de Jesús, lo que desconcierta, lo que conmueve y convierte corazones. El amor sin esperar nada a cambio. La primicia del mandamiento nuevo. La novedad de amar sin más. Amar a corazón abierto. Amar.



Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros
Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: "Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará.
Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros."

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