Sobre Lucas 6, 17.20-26
Cuando salí del armario tuve que contar a las personas cercanas todo lo necesario para que me conocieran de verdad, tal y como era realmente. A unas sólo relaté lo imprescindible; con otras, las más queridas, necesitaba narrar a corazón abierto toda mi historia. Pero con algunas, muy pocas, los lazos hacían imprescindible compartir tanto como fuera capaz. Una de estas últimas me escuchó en silencio mirándome a los ojos todo el tiempo. Cuando terminé, y antes de abrazarme muy fuerte un rato largo, sólo fue capaz de decirme: -Has tenido que ser muy desdichado. De repente caí en la cuenta de que verdaderamente lo había sido, pero también me hice consciente de que a partir de ahora podía ser feliz
No es fácil expresar en palabras la experiencia de desdicha sin que las heridas se resientan, incluso las muy curadas. Muchas personas LGBTIQ+ se sienten desdichadas a causa del rechazo, la exclusión o el miedo. Pero para quienes además somos creyentes, nuestra infelicidad es más dolorosa porque la desdicha también se refiere a la sensación de que Dios se nos arranca separándole de nosotras, por ser personas impuras, que mantenemos conductas desordenadas o nos entregamos a quién sabe qué extraños comportamientos.
Por eso la mayor parte de mi vida no me sentí dichoso. Cuando fui consciente de mi homosexualidad quería ser como los demás chicos y rezaba constantemente para que Dios me hiciera “normal”, porque desde todos lados llegaba a mí que las personas como yo eran enfermas, viciosas y pervertidas. La educación religiosa que recibía me angustiaba aun más porque también desde ahí me hacían sentir un pecador, por ir contranatura, lo que me condenaría irremediablemente al infierno.
Ningún pobre se siente dichoso por serlo, ni un hambriento tampoco, por mucho que se le prometa que más tarde tendrá riquezas o será saciado. Si Jesús me estaba colmando de desdichas para prometerme la felicidad en un tiempo futuro, no lo sabía ni lo hubiera entendido.
La intención de Jesús tampoco es la de asegurar ningún premio a quienes de una u otra forma sufren, sino dignificarlos, ensalzando lo que son porque desde ahí, lejos de toda abundancia y fortuna, es mucho más fácil apreciar la misericordia y la bondad de Dios. No es consolarles en su dolor y su pena sino asegurarles que son sus predilectos.
Es la razón por la que entender el sentido de las bienaventuranzas en la propia vida no me fue fácil. Sólo después de superar el desierto de las desdichas, una vez conseguí reconocer a Jesucristo en mi vida y opté por hacerme visible, pude por fin comprender que en cada frase de las promesas de Jesús estaba un trozo de mi historia. Eso es lo que ahora me atrevo a compartir en oración.
Dentro del armario se es terriblemente pobre de esperanza. No hay valor, fuerza ni autoestima. Dios se desdibuja y es suplantado por un juez implacable. La pobreza espiritual hace posible que nada tenga sentido ni valga la pena. Muchas personas LGBTIQ+ cristianas llegan al borde de la desesperación porque creen que Dios les ha abandonado. ¿Qué mayor pobreza que la de sentirse abandonado por el Padre y los hermanos? Pero dice Jesús: “dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”.
En mi angustia, abrumado por el miedo a ser visible, el desconcierto afectivo, la tristeza, las recriminaciones religiosas o el aparente silencio de Dios, quise perder la vida. Pero Jesús dice: “dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis”.
No perdí la fe por muy lejos del Padre que me encontrara. Más bien comencé a tener auténtica hambre de Dios y eso me puso en camino para buscar su rastro y encontrarle. Como en el canto de Oseas, me dejé seducir por el Señor, me llevó al desierto y allí habló a mi corazón. Dice el Maestro: “dichosos los que ahora tenéis hambre, porque Dios os saciará”.
Y aún hay más:
Las mujeres y los hombres LGBTIQ+ cristianos tenemos que salir dos veces del armario. La primera es complicada, al hacernos visibles como LGBTIQ+ ante todas las personas de nuestro entorno familiar, social o laboral. La segunda es difícil, al visibilizar nuestra fe ante el colectivo LGBTIQ+. Y aún hay una tercera, cuando nos identificamos como cristianos LGBTIQ+ ante la propia Iglesia.
Las tres experiencias de salida del armario generan problemas de exclusión y discriminación. Si bien el rechazo que como cristianos podamos acusar por parte del colectivo es consecuencia del dolor provocado por la Iglesia a lo largo de decisiones y declaraciones contra el propio colectivo. Pero lo más contradictorio es cuando la misma Iglesia nos desprecia y discrimina, o no nos acoge con el aprecio y la misericordia que al resto del pueblo de Dios. Entonces dice Jesús: “dichosos seréis cuando os odien y cuando os excluyan, os injurien o maldigan vuestro nombre a causa del Hijo del hombre”.
Por último, el texto de Lucas incluye unas duras advertencias de Jesús en consonancia con las bienaventuranzas anteriores. Pudieran parecer amenazas o maldiciones. En otro momento, desde mi propia experiencia podría pensar algo así como “se lo tienen merecido por su poca misericordia y solidaridad y por cuánto nos hicieron sufrir”. Quienes eran ricos de Dios y se apropiaron de Él elevando duras leyes en su nombre, que ahora sufran porque ya recibieron su consuelo. Quienes estaban saciados y satisfechos de Dios, que ahora pasen hambre de Él. Quienes reían porque nadie les provocaba tristeza ni dolor, que ahora lloren.
Quizá cuando salí del armario y aún guardaba razones para alimentar mi sentimiento de víctima hubiera utilizado estos versículos como arma arrojadiza.
Ahora más bien me brota el agradecimiento por todo lo bueno que Dios nos está regalando:
Dichosa la Iglesia que abre su casa y nos acoge, porque ella es reflejo de la misericordia de Dios.
Dichosos quienes arriesgan por acompañar a las personas LGBTIQ+, porque con certeza serán bendecidos por el Padre.
Dichosos quienes arriesgan por reconocerse diversos en la Iglesia, porque Dios también los reconocerá como hijas e hijos que aman sin reserva, y los pondrá a su derecha.
LGBTIQ+ significa hija e hijo de Dios.
En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.
Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: "Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.
Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas."
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