Vistas de página en total

julio 26, 2023

XLVII HACERNOS MUJERES

Sobre Lucas 1, 39-45


Dicen que las personas LGBTIQ+, especialmente los chicos, mantenemos una relación singular con nuestras madres. No puedo concretarlo en nada pero es verdad que, desde siempre, mi madre y yo nos servimos de un código de comunicación no verbal, según el cual ella sabía perfectamente lo que me pasaba en cada momento. No supe valerme de esa suerte de confianza que me ofreció a la hora de compartir con ella cómo me sentía, mientras que mi madre mostró siempre un respeto casi sagrado a mis silencios. Incluso en los momentos complicados, ella supo estar a mi lado ofreciéndose a todo, también ante mi terca reserva. Estoy seguro de que ni mi padre ni mis hermanos sospecharon de nada de lo que me sucedía, gracias a su prudencia.

Con todo, desde que puedo acordarme siempre tuve la certeza de que mi madre sabía que yo era gay. Nunca me atreví a preguntárselo. De hecho jamás mantuvimos una conversación sobre el tema, ni siquiera a mis dieciséis años, cuando perdí el rumbo. Nunca charlamos, probablemente más a causa de mis temores que por otra razón. Seguro que ella estaba deseando hablarlo. Y ahora me arrepiento de no haberlo hecho.

Cuando salí del armario ya era tarde.


Fui su primer hijo. Imagino que sentirme en su vientre supuso para ella una gran ilusión, además de crearle incertidumbres, miedos, temores. Pero por encima de cualquier otra cosa, estoy seguro de que cada vez que me movía y me sentía vivo, su felicidad compensaba todo lo demás.

Estoy convencido de que, igual que le sucedió a María con Isabel, mi madre estaría deseando compartir la noticia de su primer embarazo. Claro que yo no iba a ser ningún Mesías, pero para mi madre era su primer hijo, y una buena nueva que deseaba contar a todo el mundo. No había nada más grande que comunicar y celebrar. Para ella, bendito era su vientre.


Mi madre -junto a mi padre- me educó en la fe cristiana. No fue especialmente insistente para que cumpliera los preceptos, sino más bien supo despertar mi fe en la misma medida que me ofrecía la libertad de elegir. Estudié con los claretianos, y en ellos encontré un estilo evangelizador basado en que Dios era padre por encima de todo, y nos quería efectivamente libres. No era un juez que castiga sino un padre que ama. Y algo más, que marcó mi fe sin duda alguna: María.

Cuando mi identidad sexual fue evidente para mí y surgieron las grandes crisis de fe, la única que permaneció inalterable y a quien nunca renuncié fue María. Había muchas cosas que me atraían de ella, pero lo que más me emocionaba era su confianza en la voluntad de Dios. En mis oraciones de adolescente, de joven, habitualmente rogaba al Padre que me hiciera "normal", porque ser homosexual me producía mucho sufrimiento. No precisamente por serlo sino por el rechazo y la exclusión que percibía y que si no experimenté directamente hasta entonces fue gracias a mi eficaz armario, donde aparentaba con éxito ser quien no era. Aprendí a terminar mi oración con una breve frase: hágase tu voluntad.

No creo que nunca consiga alcanzar a confiar como lo hizo María, tan segura de que Dios siempre estaría ahí. Pero esta corta oración, que la misma madre de Jesús pronunció ante el ángel Gabriel, me hace estar tranquilo, dejándome hacer, descansando en el Padre, con la certeza de que todo lo que va sucediendo en mi historia tiene un sentido desde Dios.


María, mi madre, mujeres fuertes, lo son sin perder su papel secundario en la historia, pese a que sin ellas nada habría sido posible. La situación de la mujer en la sociedad sigue siendo precaria en relación al varón, aún tras una evolución significativamente positiva en cuanto a derechos. En la Iglesia la mujer está singularmente vetada, como si sus talentos fueran menores o simplemente fuesen incapaces de asumir las mismas responsabilidades que los hombres.

Las personas LGBTIQ+ cristianas no podemos ser cómplices de esa actitud patriarcal. Desde nuestra particular posición en las fronteras de la Iglesia, es necesario que nos hagamos mujeres, nos incorporemos a su manera de sentir a Dios, notemos cómo nuestro vientre salta de alegría y brota de nuestros corazones la confianza en la voluntad de Dios, Padre bueno.



En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá."

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comparte lo que quieras. Fírmalo si quieres. Siéntete libre y exprésate con respeto. ¡Gracias!