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julio 02, 2023

XX. MUCHO MÁS QUE PAN Y VINO

Sobre Marcos 14, 12-16.22-26

Algunas homilías de mi adolescencia me devolvían a casa asustado y confundido, haciendo que las palabras del sacerdote oscurecieran absolutamente la verdadera Palabra y, por descontado, apagaran lo que de verdad sucedía allí: la presencia de la persona de Jesús en la Eucaristía.

Dentro del armario la Eucaristía no sabía a nada, porque la mala conciencia que se me creaba quitaba el sabor a la persona de Jesús en el pan-cuerpo que se reparte y en el vino-sangre que se brinda.

En realidad dentro del armario nada sabe a lo que tiene que saber. Pero la necesidad de mantener oculta esa parte de uno mismo, que firmemente te dicen que es contraria a Dios, hace que guardes las formas y procedas a interpretar al típico buen cristiano que no dé nada de que hablar. El papel de tu vida como actor. Así fue durante una larga etapa de mi historia.


Para muchas personas LGBTIQ+, a esto se reduce la experiencia del sacramento de bastantes Eucaristías: a un sermón. Porque cuando llega lo importante en la celebración estamos distraídas y ofuscadas por todo el lodo nos echaron encima.


Pese a eso, mi paz con Dios, el reencuentro con el Padre, se lo debo a una Eucaristía durante la que me sentí profundamente interpelado y sobre la que ya he hecho referencia trayendo ese momento a mi oración en anteriores comentarios al Evangelio.


Creo que no es posible vivir la Eucaristía dentro del armario. Al menos en el mío no lo era. La Eucaristía es sacrificio, es partirse y repartirse. Es abandonarse a los otros, quedarse en los otros y acampar en sus corazones. Es ponerse en el lugar de mi hermana, aceptar amorosamente a mi hermano, donarse por entero al prójimo.

Es justo eso que tanto eché en falta cuando iba a misa antes de descubrir que Jesús no me quiere menos a mí que a Pedro por negarle ni a Andrés por no fiarse. O de comprender en propia carne que Jesús había partido el pan y levantado la copa brindando por mí también. No hubiera imaginado que el Padre tuviera reservada para mí una cena.


Las Eucaristías anteriores eran todo lo profundas que mi armadura permitía. Solo cuando me liberé del escondite en el que me había ocultado fui capaz de vivir con plenitud la presencia de Jesús en persona, porque eso es también la Eucaristía.

Y no de otra forma, sino a través del sacramento en el que el Hijo de Dios se ofrece en sacrificio por cada una y cada uno de nosotros, me fue posible recapacitar y reconocer cuánto me estima Dios.

Cuando pasó eso, cuando fui consciente de cuánto me amaba Dios, y de cómo se había sacrificado en su Hijo por mí, solo entonces pude comulgar en paz. Pronuncié las palabras de Jesús: esta es mi nueva alianza.


La oración me regala cada vez conocer el sentido de cuanto es mi historia y descubrir lo que Dios ha querido decir en cada momento, especialmente en esos en los que más me costó encontrar un sentido y en los que más eché de menos su caricia. Ahora sé que Dios da luz a mi vida. Y que hubiera bastado con abrir las puertas del armario confiadamente para dejarle entrar a casa, partir el pan y levantar la copa de vino celebrando mi vuelta al hogar del Padre.


El primer día de los Ázimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, le dijeron los discípulos: —¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua? Él envió a dos discípulos encargándoles: —Id a la ciudad y os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua. Seguidlo y donde entre, decid al amo de casa: Dice el Maestro que dónde está la sala en la que va a comer la cena de Pascua con sus discípulos. Él os mostrará un salón en el piso superior, preparado con divanes. Preparad allí la cena. Salieron los discípulos, se dirigieron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Mientras cenaban, tomó pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: —Tomad, esto es mi cuerpo. Y tomando la copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y bebieron todos de ella. Les dijo: —Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos. Os aseguro que no volveré a beber el fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el reino de Dios. Después cantaron los salmos y salieron hacia el monte de los Olivos. 

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