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julio 10, 2023

XXVIII EL SIGNO DE COMPARTIR

Sobre Juan 6, 1-15

El texto de Juan narra uno de esos momentos en los que Jesús muestra su dualidad Dios-Hombre, esta vez preocupado de alimentar el espíritu pero también por saciar el hambre física de todas las personas que le seguían.

En realidad Jesús no se hace protagonista único de lo que ocurre, pues se sirve de la capacidad de compartir de un joven que llevaba consigo unos pocos panes y aún menos peces. Esa disposición del muchacho a repartir lo poco que tiene la engrandece Jesús con un signo que permite que nadie se quede sin comer y pudieran quedar saciados.


Esta es también una de las ocasiones en las que Jesús adelanta la cena de la Pascua. Quizá la hierba y las vistas desde la orilla del Lago de Galilea resultaran un espacio bonito aunque menos solemne que el cenáculo, pero al fin y al cabo era una demostración de lo que significaba para Él compartir, darse, entregarse, repartirse, partirse en pequeños trozos para poder llegar a todas y todos sin excepción.

Es fácil utilizar este relato para hacer una exégesis basada en la necesidad de compartir y el evidente problema del hambre en el mundo. Pero creo que mi comentario no va a ir por ahí, al menos no del todo.


Si la Iglesia preguntara de forma abierta y cercana a las personas LGBTIQ+ cristianas qué necesitamos, es probable que surgieran muchas respuestas pero, en el fondo, en lo que todas coincidiríamos respecto a lo que echamos en falta es que se nos trate como Jesús atendió a esas gentes junto al lago de Galilea.

Tenemos unos pocos panes y peces, pero nos urge que, en el nombre de Dios, alguien los vaya multiplicando y repartiendo.

Nos hace falta experimentar la sensación de que la Iglesia se preocupa sinceramente de nosotras, de nosotros, para que quedemos saciados de pan, de pez y de Dios, y nos sintamos parte reconocidamente de la Comunidad de Jesús. Ya no bastan gestos aislados, pequeños pasos que casi siempre van de vuelta, medias promesas, medias verdades... Jesús no entregó un trozo de pan y otro de pescado, sino que sació por igual a toda esa gente que esperanzada le siguió hasta el lago. 


El Maestro junto al lago no hizo distinciones entre las personas, no excluyó a nadie de aquella comida inesperada. Más bien se ocupó de que ni una sola quedara sin atender. Nuestra experiencia hoy no es del todo así. Aún hay veces en las que se nos niega el pan y los peces, o en los que se reparte con una condescendencia que entristece. Jesús no actuaría de esa forma, ese no es el estilo de Jesús.


Hay muchas personas creyentes LGBTIQ+ que siguen esperando un signo como el del lago de Galilea. Hay hambre de esperanza.

Necesidad de que se comparta con nosotras y nosotros, pero también de compartir lo que tenemos, dejar que se redoblen nuestros panes y peces, que se partan y repartan nuestros corazones y que el Maestro nos de con sus propias manos el Pan de la Vida.



Después de esto pasó Jesús a la otra orilla del lago de Galilea –el Tiberíades–. Le seguía un gran gentío, pues veían las señales que hacía con los enfermos. Jesús se retiró a un monte y allí se sentó con sus discípulos.Se acercaba la Pascua, la fiesta de los judíos. Alzando la vista y viendo el gentío que acudía a él, Jesús dice a Felipe: —¿Dónde compraremos pan para que coman ésos? –lo decía para ponerlo a prueba, porque sabía bien lo que iba a hacer–. Felipe le contestó: —Doscientos denarios de pan no bastarían para que a cada uno le tocase un pedazo. Uno de los discípulos, Andrés, hermano de Simón Pedro, le dice: —Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos pescados; pero, ¿qué es eso para tantos? Jesús dijo: —Haced que la gente se siente. Había hierba abundante en el lugar. Se sentaron. Los varones eran cinco mil. Entonces Jesús tomó los panes, dio gracias y los repartió a los que estaban sentados. Lo mismo hizo con los pescados: dándoles todo lo que quisieron. Cuando quedaron satisfechos, dice Jesús a los discípulos: —Recoged las sobras para que no se desaproveche nada. Las recogieron y, con los trozos de los cinco panes de cebada que habían sobrado a los comensales, llenaron doce cestas. Cuando la gente vio la señal que había hecho, dijeron: —Éste es el profeta que había de venir al mundo. Jesús, conociendo que pensaban venir para llevárselo y proclamarlo rey, se retiró de nuevo al monte, él solo.

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