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julio 04, 2023

XXII. EL REINO DE LA LIBERTAD

Sobre Marcos 4, 26-34


El Reino de los Cielos se parece a un hombre que guardaba en su interior un grano de trigo. Durante años fue conteniendo los brotes que iban naciendo, tapando la planta para que no le llegara el agua ni la luz y que no prosperase, esperando parapetado a que el sembrador le dijera qué hacer y así liberar la simiente. Pero el sembrador solo aguardaba a que ese hombre fuese quien descubriera el momento por sí mismo. Y cuando ocurrió "dio fruto, primero un tallo, luego espiga, después trigo abundante en la espiga".


El Reino de los Cielos también se parece a un hombre que tenía un grano de mostaza. El hombre sabía lo que podía significar esa semilla en su vida, pero la guardó para no complicarse. El grano era tan pequeño que lo perdió mezclado entre otras muchas cosas que le fueron pareciendo más valiosas. Un día que se descubrió vacío, sólo encontró el diminuto grano de mostaza. Lo puso en tierra y una vez sembrada la semilla creció, "se hizo mayor que cualquier hortaliza y echó ramas tan grandes que las aves del cielo pudieron anidar a su sombra".


Comencé a entender cómo podría ser el Reino de los Cielos hace poco tiempo, sólo unos años. Dentro del armario es imposible ni tan siquiera imaginarlo. Pocos días atrás —las cosas de Dios— un buen amigo quiso contarme que es homosexual. Yo no lo hubiera asegurado. Él sí sabe sobre mí, pero nunca había dado pie a que yo pudiera imaginar nada sobre él. Como tantas personas LGBTIQ+, mantiene una vida heterosexual perfecta y consigue evitar cualquier sospecha. Inmerso en una familia tradicional, creyente, se ve incapaz de comunicar su realidad. Es la historia de siempre. Y ante mí aparece la persona rota, desconcertada, consciente de su incoherencia, sufriente, que termina por no soportar más. Su fe chocando con su vida comenzaba a hacerle daño. Me recordaba demasiado a mí y tantas vidas parecidas.

Trayendo a esta realidad la lectura de Marcos 4, se me ocurrió utilizar las parábolas del grano del trigo y del grano de mostaza. Empecé a explicarle cómo todas las personas creyentes LGBTIQ+ hemos sido alguna vez portadoras de una semilla que no fuimos capaces de plantar para que se hiciera espiga, fundamentalmente por miedo a ser rechazadas, tal como veíamos le pasaba a muchas mujeres y muchos hombres que reconocían públicamente su identidad sexual o de género. Ese grano nunca germinó, jamás se hizo buen trigo. Y también, cómo fuimos incapaces de valorar las posibilidades de un pequeñísimo grano de mostaza, que igualmente portamos y perdemos entre tantas cosas con las que enredamos la vida.


Si me preguntaran a qué se parece el Reino de los Cielos puedo decir que es la plena consciencia de libertad desde Dios, en Dios y para Dios. Y también la experiencia de confianza absoluta que el Padre deposita en cada persona soportando ritmos, admitiendo indecisiones, tolerando errores, acogiendo a quien se va y regresa a casa. El Reino de los Cielos es la casa del Padre que confía en cada una y cada uno de nosotros, el mismo Padre que nos otorga plena libertad incluso para equivocarnos, y que espera ilusionado que el grano que nos regaló germine y dé fruto abundante.


La semilla de mostaza es minúscula pero puede convertirse en un gran árbol. No es bueno minusvalorarnos sintiéndonos incapaces de grandes proyectos. Junto a Dios no existe nada imposible, y son numerosas las ocasiones en que se sirvió de lo pequeño para hacer algo grande. Jesús mismo pidió que dejaran a los pequeños acercarse a Él, y en esos pequeños estaban los niños, las mujeres, los enfermos y demás colectivos de excluidos de la época, entre los que hoy andaríamos las personas LGBTIQ+.

Cada una y cada uno de nosotros llevamos un grano de mostaza en nuestro interior, y sólo es necesario confiar en Dios, poner el grano sobre la palma abierta de la mano y dejar que el Espíritu sople para que vuele, caiga en tierra, germine y se convierta en un gran árbol que ofrezca sombra y vida.


Mi buen amigo estuvo conmigo durante horas. Hubo risas, hubo lágrimas, hubo vida en abundancia en una conversación rica. Me sentí, como otras veces que me ha pasado con más personas, un privilegiado porque me dejara entrar en su historia. Es un regalo que siempre me parece no merezco. Aunque aún no ha decidido salir del armario, ya sabe a qué se parece el Reino de los Cielos. Mientras se decide, le haré compañía. Caminaremos juntos un trecho del camino, respetando ritmos, alejando miedos. "Duerma o vele, de noche o de día, el grano germina y crece sin que él sepa cómo”.


Les dijo: —El reinado de Dios es como un hombre que sembró un campo: de noche se acuesta, de día se levanta, y la semilla germina y crece sin que él sepa cómo. La tierra por sí misma produce fruto: primero el tallo, luego la espiga, y después el grano en la espiga. En cuanto el grano madura, mete la hoz, porque ha llegado la siega. Dijo también: —¿Con qué compararemos el reinado de Dios? ¿Con qué parábola lo explicaremos? Con una semilla de mostaza: cuando se siembra en tierra es la más pequeña de las semillas; después de sembrada crece y se hace más alta que las demás hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves del cielo pueden anidar a su sombra. Con muchas parábolas semejantes les exponía la Palabra, conforme a lo que podían comprender. Sin parábolas no les exponía nada; pero aparte, a sus discípulos les explicaba todo. 

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