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julio 25, 2023

XLVI NARRAR LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO

Sobre Lucas 3, 10-18



Las personas LGBTIQ+ cristianas -todas las personas, pero mujeres y hombres LGBTIQ+ especialmente, por nuestra historia colectiva- no podemos entender en plenitud el texto del evangelio de hoy sin antes interiorizar las lecturas de Sofonías y de San Pablo a los Filipenses que lo acompañan en la liturgia del tercer domingo de Adviento. En ambas se nos transmiten mensajes de esperanza que parecen dirigidos con certeza a todos los grupos que, de una u otra forma, vivimos en las fronteras de la Iglesia. En la primera deja claro que Dios nos ama y que esa verdad ha de ser la razón por la que hemos de estar alegres. En la segunda, San Pablo igualmente nos exhorta a estar contentos y nos anima a no preocuparnos, porque nuestras necesidades las conoce el Señor y serán escuchadas.


Cuando era un chaval, y aún siendo adulto, no me creía absolutamente nada de eso. Ni tenía razones para estar alegre, ni había indicios de que Dios me amara, y desde luego estaba muy agobiado pensando que al final de mis días acabaría condenado, porque yo no era como el Padre de los cielos quería que fueran sus hijos, tal y como mis educadores interpretaban la Palabra para mí.

No comprendí la trascendencia de todo lo que Juan Bautista dice hasta que me empapé del amor de Dios, hasta que me reconocí hijo querido suyo, y hasta que me alegré en Él y aprendí a confiar mis necesidades poniéndolas en sus manos, dejándome hacer en su voluntad.


No en vano fui capaz de separar mi fe en Dios de la religión y la doctrina angustiosa, antes de que ambas provocaran que esa débil fe desapareciera por completo. Y lo hice yéndome al desierto de Juan Bautista, al silencio donde, si logras callar la tormenta, descubres que la voz de Dios no está en los truenos sino en la débil brisa que susurra y te roza el rostro. Allí me dejé llevar como en el canto de Oseas: me dejé seducir y dejé que hablara a mi corazón.

Esperé a reencontrarme con mi Creador para salir del armario. Creo que necesitaba tranquilizar mi alma y recuperar al Dios que perdí de pequeño, antes de quitarme el disfraz y ser de una vez por todas yo mismo. Cuando me sentí amado por Dios empecé a vivir la alegría del Evangelio y fui capaz de poner en su corazón mis preocupaciones, desvaneciéndose cada una de ellas. Es justo en ese momento cuando el mensaje de Juan Bautista tiene sentido.


Porque en definitiva, lo que Juan anuncia es lo que yo había experimentado en esa desesperada "reconversión" en la que recuperé la fe que me había sido pervertida y secuestrada cuando que era un crío.

Las personas LGBTIQ+ cristianas no salimos del armario y continuamos con nuestras vidas con total normalidad, como si no hubiese pasado nada. Más bien nos ocurre como cuenta el evangelista. Hice en voz alta la misma pregunta que aquellas gentes: ¿y ahora qué debo hacer?

Juan tiene un dictamen para cada realidad concreta. Yo no obtuve una respuesta personal, sino que -al principio tropezando, después orando mucho- intuí qué quería Dios de mí, qué había de hacer. Y esa intuición en cuanto a lo que el Padre espera, coincide con la de la mayoría de mujeres y hombres LGBTIQ+ cristianas que pasan por esta experiencia, es decir, poner en valor mi historia, contar cómo Dios ha dado sentido a mi vida y narrar de qué manera y con cuánta generosidad me ama tal como soy.


Después de todo, contar cómo Dios es fuente de alegría en mi vida es el preámbulo de lo que Juan anuncia, cuando se coloca a un lado para dar protagonismo a Jesús. Cristo es quien de verdad enciende el corazón y facilita que el fuego del Espíritu sea el auténtico bautismo que convierte los corazones. Definitivamente desaparece la tristeza, no hay más dolor, todo tiene sentido.

Las mujeres y los hombres LGBTIQ+ cristianos estamos llamados a ser nosotros mismos, sin miedo. Solo desde nuestra sincera realidad, confiadas y confiados en el Señor, seremos instrumentos eficaces en el anuncio de la Buena Noticia. Nadie como nosotros, -que con tanto esfuerzo conservamos la fe en lámparas encendidas y guardamos suficiente aceite para que no nos faltara luz-, nadie pues como nosotros sabe lo que significa estar al borde del camino y ser rescatados, curados, abrazados, valorados como obras perfectas del Creador.



En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: "¿Entonces, qué hacemos?" Él contestó: "El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo." Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: "Maestro, ¿qué hacemos nosotros?" Él les contestó: "No exijáis más de lo establecido." Unos militares le preguntaron: "¿Qué hacemos nosotros?" Él les contestó: "No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga." El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: "Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizara con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga." Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.

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