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julio 16, 2023

XXXIV EN SILENCIO

Sobre Marcos 7, 31-37


Uno de los significados de la palabra libertad es confianza y franqueza. En el armario no puedes hablar confiadamente. En el armario no puedes significarte con franqueza. Porque siempre temes que alguien pueda hacerte daño, hacerte hueco, hacerte polvo. Hacerte un cero a la izquierda.

En el armario era incapaz de manifestarme con libertad. Con la libertad más básica, que es la que me hubiera permitido contar quién era y qué era, qué sentía, qué amaba, qué esperaba, qué soñaba. Esa libertad que a un lado y otro de mi familia, de mi pupitre, de mis amigos, de mi entorno del día a día desde que fui consciente de mi homosexualidad, veía cómo disfrutaban las demás personas mientras yo era incapaz de mover los labios y contar, decir, relatar, narrar y gritar hasta que mi garganta enrojeciera y mi voz se quebrara.


No hace mucho alguien especulaba sobre el carácter reflexivo y a veces introvertido de muchas personas LGBTIQ+. Y probablemente sea esta la razón. Especialmente en las personas creyentes como era mi caso. Para mí no sólo los obstáculos sociales eran terribles, sino que además a ello se añadían la culpabilidad religiosa, el sentimiento de pecado y la amenaza de condenación. El catecismo aún afirma que las personas LGBTIQ+ mantenemos un comportamiento intrínsecamente desordenado. Entonces busqué en el diccionario qué es algo intrínseco, y se trata de lo que es interno, propio, característico, esencial, connatural, peculiar, privativo, íntimo, exclusivo, básico.

Así que... me hacían pensar que ser homosexual era algo (todo lo anterior) desordenado, y por eso tenía miedo a hablar y también por ello guardé silencio.


Orando la lectura de Marcos no me ha sido difícil ponerme delante de Jesús e imaginar cómo se sintió aquel hombre cuando el Maestro le tocó los oídos y la lengua recuperando los sentidos.

La consciencia de ser sordo es más sutil. Sé que si hubiera estado alerta ante los signos que Dios iba poniendo en mi vida, si le hubiera escuchado en vez de seguir lamentándome detrás de la puerta del armario, habría podido hablar antes.

Cuando Jesús pone su saliva en mi lengua es justo cuando mis oídos se disponen a escuchar. Siempre el canto de Oseas: Me llevó al desierto, me habló al corazón y le respondí. Escuché al Señor y contesté.


Los armarios los construyen los miedos: miedo a la crueldad y la impiedad de los hombres y también al Dios del Antiguo Testamento. Miedo a seres de carne y hueso que podrían hacer la vida imposible a quienes no se ajustan a los estereotipos marcados. Miedo al Dios que subscribe que el comportamiento de las personas LGBTIQ+ es naturalmente desordenado. El miedo a su vez engendra mudos que perpetúan vidas escondidas donde tendrán que ocultar sus verdades, desde donde no serán capaces de gritar quiénes son hasta que el Salvador los acaricie y les grite «¡effetá!, ¡ábrete!»


Cuando rompí mi armario y recobré la palabra, no llegué a tiempo de hablar y contar a mi madre todo eso que durante tantos años fui incapaz de balbucir porque era mudo. Esta triste sensación de llegar tarde es la que me empuja ahora a anunciar que Dios despeja los oídos y afina las voces, revela la salvación y hace libres a todas las personas, sin excepción.



Después salió de la región de Tiro, pasó de nuevo por Sidón y se dirigió al lago de Galilea atravesando la región de la Decápolis. Le llevaron un hombre sordo y tartamudo y le suplicaban que impusiera las manos sobre él. Lo tomó, lo apartó de la gente y, a solas, le metió los dedos en los oídos; después le tocó la lengua con saliva; levantó la vista al cielo, suspiró y le dijo: —Effatá, que significa ábrete. [Al punto] se le abrieron los oídos, se le soltó el impedimento de la lengua y hablaba normalmente. Les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más insistía, más lo pregonaban. Llenos de asombro comentaban: —Todo lo ha hecho bien, hace oír a los sordos y hablar a los mudos. 

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