Vistas de página en total

julio 12, 2023

XXX NO MURMURÉIS

Sobre Juan 6, 41-50


De niño mi oración era sencilla. Supongo que inocente e ingenua. De esos años y en ese aspecto prácticamente no guardo ningún recuerdo importante. Solo cuando empecé a ser consciente de mi homosexualidad mi oración personal abandonó esa simplicidad de la niñez. Sobre todo al comprender que era algo inevitable. En ese momento —aunque todavía no era ni mucho menos un adulto— la oración se hizo seria y dramática.

Entonces empecé a orar pidiendo a Dios que me hiciera diferente, que me quitara de raíz esos sentimientos y esos deseos, y que me transformara en un chaval como mis amigos, como otros chicos que conocía y ya empezaban a hablar de chicas, a relacionarse con ellas, y también comenzaban a burlarse de otros que eran homosexuales y habían sido reconocidos o delatados.

Rezaba para que Dios me curara y quitase de mí este pecado del que tantas veces me hablaban, que sería la causa de mi perdición, de mi entrada directa al infierno. Rezaba también para que nadie sospechara de mí, para que este fuera mi secreto inconfesable pero secreto al fin y al cabo.

Mi oración se hizo interior, intima, reflexiva. También oculta y reservada. Envidiaba a quienes compartían sus rezos, preces o agradecimientos a Dios de forma espontánea y sincera. Yo no podía nombrar mis peticiones al Padre sin temor a escandalizar o —aún peor revelarme. En las celebraciones me quedaba bloqueado aún cuando estaba deseando explotar y contarlo todo para descansar.

Dentro del armario te haces cobarde. El miedo se acrecienta. Y cuando se es un adolescente ahogado en las propias dudas, incapaz de comunicarse, creído en que fallaba a todo el mundo y fallaba a Dios, lo más fácil es fallarse también a sí mismo y llegar al límite.

Es curioso que ese momento dramático venga a mí con tanta frecuencia últimamente. Sé que, aunque no sirvió para romper el armario, tras aquello empecé a buscar a Dios con la certeza de que lo encontraría, y la seguridad de que sería Él quien me ayudaría a salir y me empujaría a poder ser yo mismo. Aún quedaría mucho para ese momento, un largo camino de desierto, pero es otra historia. Mientras tanto comencé a devorar las Escrituras, buscando razones para avalar mi certeza de que Dios me quería tal como era y que ser así no era malo a sus ojos.

El texto de Juan 6 me gustaba especialmente. Las palabras de Jesús acerca de quienes no le aceptaban y murmuraban sobre Él me parecían muy cercanas y esa experiencia me era familiar. Además me parecía muy curioso que quienes dudaban de Jesús lo hicieran precisamente porque conocían a sus padres y, por tanto, dudaban de su divinidad. Esa defensa de la humanidad que Jesús hace de sí mismo me hacía más fuerte en mi fragilidad. Su humanidad me confortaba y refrescaba la memoria de que compartíamos el mismo Padre.

Este pasaje me atrajo durante mucho tiempo porque me daba pistas para acercarme a Jesús a través de Dios. Orar al Padre para que me diera a conocer a Jesús me permitió ahondar en su humanidad, sobre la que aquellos fariseos murmuraban, la humanidad que compartía con el propio Jesús, humanidad que me hacía débil y quebradizo, poseedor de defectos y valores y también de mi identidad homosexual, obra del Padre como de cualquier otro rincón de mí mismo.

Y aún más, este texto de Juan me cautivaba porque en aquellos años tenia auténtica hambre de Dios, y cuando leía que Él era el pan de vida me invadía una paz intensa que creció hasta convertirse en una convicción que nunca me abandonó, ni siquiera en los momentos más oscuros.

Ahora entiendo bien qué significaba para Jesús no renunciar a su humanidad. Su decisión me invitó a no renegar de lo que yo soy, a ponerlo en valor, a reconocer la obra de Dios en todo mi ser. En definitiva, a apreciar que su pan de vida es alimento que me sostiene y me empuja a anunciar su bondad para quienes sean como sean crean en Él.



Los judíos murmuraban porque había dicho que era el pan bajado del cielo; y decían: —¿No es éste Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo dice que ha bajado del cielo? Jesús les dijo: —No murmuréis entre vosotros. Nadie puede venir a mí si antes no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré el último día. Los profetas han escrito que todos serán discípulos de Dios. Quien escucha al Padre y aprende vendrá a mí. No es que alguien haya visto al Padre, sino el que está junto al Padre; ése ha visto al Padre. Os aseguro que quien cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Éste es el pan que baja del cielo, para que quien coma de él no muera. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comparte lo que quieras. Fírmalo si quieres. Siéntete libre y exprésate con respeto. ¡Gracias!