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julio 08, 2023

XXVI ANUNCIAR LA ESPERANZA

 Sobre Marcos 6, 7-13

Dentro del armario hay poca luz, poco aire y bastante miedo, pero también es un sitio seguro y protegido. Es como una atalaya desde la que poder observar sin ser visto o, mejor dicho, sin que nadie se entere de quién es de verdad la persona que habita tras esos muros y que, de vez en cuando, sale disfrazada a convivir y relacionarse. Poco más o menos así recuerdo ese tiempo de doble vida y permanente desconfianza. La mayor parte de las personas LGBTIQ+ pueden contar esta misma experiencia como propia, con diferentes matices, pero con el mismo recuerdo de tremenda tristeza, de sensación de vida vivida a medias.

Yo no puedo pasar un día sin ese recuerdo persistente, y por eso siempre está presente en la oración. Es el punto desde el que partí y sin esa experiencia de desierto no sería quien ahora soy. Probablemente si mi fe no hubiera sido puesta a prueba de manera tan sistemática y continua, no podría afirmar con tanta convicción que nada me puede separar del amor de Dios, porque evidentemente ni siquiera cuando más lejos le sentía dejé de presentirle.


Salir del armario es una liberación. Para cualquier persona LGBTIQ+ lo es. Para mí como creyente tenía además un sentido relevante, pues significaba encontrarme cara a cara con el Padre. Mis reproches hallaron consuelo y capítulos completos de mi vida comenzaron a tener sentido. Por lo mismo, surgió en mí la necesidad de relatar mi historia para que otros pudieran descubrir a tiempo que el amor de Dios trasciende cualquier particularidad de la persona, porque Él aprecia cada detalle como un Padre bueno que acepta, acoge y cuida a su hija, a su hijo sin importarle nada.

El relato de Marcos me ha traído todo esto a la oración, porque también recuerdo que salir del armario supuso quedar desnudo para vestir una sola túnica, calzar unas sandalias y comenzar a andar con poco más que un bastón. Ni pan con que alimentar la tentación de sentirme víctima ni dinero con que pagar el silencio de las burlas. Tampoco iba solo, podíamos compartir cómo Dios iba abriéndonos caminos, cómo en unos sitios recibíamos posada y en otros éramos despedidos y habíamos de sacudir el polvo de la planta de nuestros pies antes de marcharnos.


No. No recuerdo haber expulsado espíritus inmundos ni hemos ungido jamás con aceite o perdonado ningún pecado. Pero sé que los relatos de nuestra experiencia de Dios antes y después del oscuro armario pudieron dar esperanza a muchas personas que creían que el Padre no tenía una palabra para ellas.


El anuncio de que Jesús es el Salvador se vale de instrumentos sencillos y al mismo tiempo se deshace de grandes oropeles y ceremonias. Basta con apreciar la obra de Dios en nuestras vidas, cómo las ha transformado y nos ha convertido en signo de esperanza. Basta con desnudarnos y aparecer sin artificios, tan solo una túnica, unas sandalias y un bastón para no tropezar y en el que ayudarnos en el cansancio. Basta con dejarnos llevar, basta con confiar a ojos cerrados, decididos a dar gratis lo que el Padre nos dio absolutamente gratis.



Llamó a los Doce y los fue enviando de dos en dos, confiriéndoles poder sobre los espíritus inmundos. Les encargó que no llevaran para el camino más que un bastón; ni pan, ni alforja, ni dinero en la faja, que calzaran sandalias pero que no llevaran dos túnicas. Les decía: —Cuando entréis en una casa, quedaos allí hasta que os marchéis. Si en un lugar no os reciben ni os escuchan, salid de allí y sacudíos el polvo de los pies como protesta contra ellos. Se fueron y predicaban que se arrepintieran;expulsaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban. 

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