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julio 30, 2023

LI EL MEJOR VINO

Sobre Juan 2, 1-11.



Desde muy pequeño esta narración de las Escrituras me resultó original. Puede que porque refleja la normalidad en las relaciones de la sociedad hebrea de aquella época, pero también por su aparente ausencia de simbología religiosa. Es fácil para un niño figurarse la situación. Siempre tuve desbordante imaginación, así que no me costaba trabajo meterme en esta historia como si fuera uno más de los críos que correteaban por la escena. Podía ver a los novios, seguramente muy jóvenes, disfrutando de la fiesta. Había mucha más gente, según permitía suponer el texto de Juan, quien dice que también estaban invitados Jesús y los discípulos. La madre de Jesús estaba allí. ¿Quiénes serían los recién casados? Música, comida, cantos… Con todo, me quedaba cavilando en cómo Jesús, de forma prudente, convertía el agua de unas tinajas en vino de buena cosecha.

Para cualquier niño este pasaje es uno de los más recordados de todos los Evangelios. Las bodas son siempre divertidas. Al menos a mí me sucedió así, y seguramente por esa razón, por ser un texto tan “manoseado” y haberse tratado muchas veces como un “eco de sociedad” o, de forma más trascendente, como la narración del primer signo de Jesús -signo que pasó desapercibido para todo el mundo excepto para María y los sirvientes-, por eso he tardado mucho en comprender lo que dice en realidad, y así trasladarlo a mi propia experiencia.


En mi vida he celebrado muchas bodas. Una vez mi pareja de ceremonia fue el miedo a ser yo mismo, otra vez el temor a mostrarme ante los demás como realmente era. También lo fue el recelo ante una Iglesia que no me ofrecía garantías de aceptarme sin condiciones. Otra vez mi pareja era el rencor. Otra, la inmolación, sintiéndome víctima ante los verdugos. También lo fue el orgullo, la lucha militante, la rebeldía, el silencio, el armario, la desesperanza, la desilusión…, y así incontables novias para un novio que celebraba bodas en las que siempre se acababa el vino.

Mis bodas son mi vida. Y en ella, durante mucho tiempo no he dado prioridad a vivirla en plenitud, cuidando de calcular el vino suficiente para que no faltase nunca. En cambio, he tenido bien guardadas muchas tinajas de agua para la purificación. Es decir, en el fondo estuve más preocupado de lo religioso, de lo doctrinal -aunque solo fuera para enfrentarlo a una idea de lo religioso que no condenaba nada de lo que soy- que a la trascendencia de vivir la vida como regalo de Dios, gozando de la fiesta que celebra la certeza de sentirme hijo querido de Dios tal como soy.

Dentro del armario no importa calcular el vino. Da igual si falta, porque la boda no es importante ni preocupa que los invitados se diviertan. Por el contrario, hay que prever suficiente agua para la fiesta de las purificaciones, porque en el armario aún hay que cumplir con la religión y la doctrina, aunque solo sea para simular lo que no se es y evitar comentarios.

Pero una vez fuera del armario me sucedió algo parecido. La novia es diferente, pero igualmente me ocupé más de lo religioso (las tinajas de agua) que de transformar mi vida dejando a un lado lo doctrinal permitiendo que Dios entrase en mí y me transformara. Es decir, celebrar la boda con abundante vino, procurando que no falte.


Transformar el agua en vino significa poner a la vida, a lo humano, al ser, por encima de lo doctrinal, de la religión. Y sin duda alguna cuando sucedió y fui consciente, me di cuenta de que era el primer signo de la presencia de Jesús liberador en mi vida. No es renunciar a lo bueno de la doctrina, sino restaurarla devolviendo a Dios a su esencia. Ya no es una empalizada que entorpece acercase a Dios, sino que es un instrumento para llegar a Él.


El signo de Jesús en las bodas de Caná fue el primero según el evangelio de Juan. Es curioso que no tenga un aparente sentido religioso, y suceda sin trascendencia, más allá de María y los sirvientes, tal como antes recordaba. Por el contrario, para las personas LGBTIQ+ cristianas esta experiencia personal en la que participamos de la transformación liberadora del agua en vino, sucede cuando Jesús ha trabajado y moldeado nuestro espíritu. Es imposible que suceda antes.Yo sé que no sería capaz de percibir cómo el agua se ha hecho vino en mi vida -con su riquísimo significado- si Dios no hubiese hecho otros signos en mí a lo largo de estos años. Por lo mismo, trasciende de lo religioso y, desde luego, no queda solo en la memoria de los sirvientes.


Finalmente, seguro que mi fe no sería tan firme sin la constante presencia de María. Ella es la que está atenta a mis tiempos como estuvo en la boda pendiente del vino. Ella es la que anima a Jesús para que haga posible todo lo que le pide, también para mí. En su humildad me hace fuerte.



En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: "No les queda vino."
Jesús le contestó: "Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora."
Su madre dijo a los sirvientes: "Haced lo que él diga."
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dijo: "Llenad las tinajas de agua."
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó: "Sacad ahora y llevádselo al mayordomo."
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: "Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora."
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.

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