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julio 31, 2023

LII EL ESPÍRITU DEL SEÑOR ESTÁ SOBRE MÍ (Salir del armario)

Sobre Lucas 1, 1-4; 4, 14-21.



Mi salida del armario -ya lo he compartido en otras ocasiones- no fue inminente, ni mucho menos de un día para otro. Creo que la primera vez que -con angustia- necesité dejar de aparentar lo que no era, tenía doce años. Y sé que desde ese momento asumí que el desconsuelo de vivir una doble vida iba a prolongarse por mucho tiempo más. Toda la formación y la educación que recibía, y lo que mis sentidos percibían a partir de cuanto me rodeaba, hacían muy difícil sincerarme. Tenía miedo a las consecuencias, primero desde el lado humano -pues me asustaba perder el afecto de familia y amigos- y también desde el plano de la fe, porque me habían dicho que las personas como yo eran -éramos- enfermas, peligrosas y estaban condenadas al infierno.

Aprendí a sobrevivir. En las relaciones familiares y personales desarrollé gran capacidad para fingir una heterosexualidad que me evitara preguntas incómodas o situaciones equívocas. Supongo que me convertí en un actor cuidadoso. Alguna vez leí que el miedo es el mejor aliado en la interpretación de papeles complicados. Yo agrego a eso la serenidad.

En esos largos años de armario, también tuve que sobrevivir a las crisis de fe. Primero, las más obvias creyendo que Dios no me quería tal como soy. Lo que más me torturaba era la convicción de que no podría alcanzar el cielo, sino que estaba destinado a las tinieblas si no dejaba de tener esos pensamientos y esos sentimientos… ¡y no podía evitarlos! Ese profundo dolor fundado en creerme repudiado por el Padre, junto a la incomunicación absoluta con los demás por el miedo a ser descubierto, provocó que a los dieciséis años deseara terminar con todo y no sufrir más. Acabar con mi vida no iba a suponer una gran pérdida, pues nadie en realidad conocía de verdad a Antonio, sino a su fantasma, a un avatar con su mismo aspecto medio rubio y con ojos azules, sonriente, divertido, reservado, reflexivo, que no tenía nada que ver con el real, angustiado, de alma triste, muerto de miedo, desconfiado, sin esperanza.

Dios da a las madres un sexto sentido y de alguna forma saltó su alarma dándole tiempo a cogerme y pedir ayuda. Un lavado de estómago evitó que mi plan tuviera éxito. Cuando regresé a la vida supe que no había cambiado nada. Ni siquiera tuve que explicarme. Supusieron que todo se debió a mis pésimas calificaciones en el colegio y a alguna otra cosa que no viene al caso. Era la versión oficial. Yo no puse otra excusa y me dejé llevar. Dentro de la mayor reserva -ni mis hermanos, ni nadie cercano se enteró de nada- estuve viendo a un psicólogo amigo de la familia, a quien también engañé, mientras al mismo tiempo tomaba la decisión de resistir hasta que fuera capaz de dar el paso de salir, y nunca más renunciar a esa esperanza.


En ocasiones repito en estos comentarios algún hecho de mi vida que descubro tiene un sentido especial desde el evangelio cada domingo. Cuando escarbo en mi historia, especialmente en mi vida de desierto como yo la llamo, sufro y quedo exhausto porque muevo mucho de mí -a veces demasiado- y termino la oración muy cansado, pero al mismo tiempo agradecido por todo lo que Dios me ha regalado, y por cómo da sentido a cada instante de mi existir, incluso durante el largo páramo. En ese camino sin sombras ni agua, y sobre todo a partir de mis dieciséis años, me aferré a cualquier cosa que pudiera ayudarme a no perder la ilusión en que todo saldría bien. En ese “todo” estaba incluida mi fe, y con ello mi búsqueda desesperada del Dios auténtico, que confiaba existiera en contraposición al que me habían estado mostrando hasta entonces. Por eso igual me aprendía de memoria un poema de Blas de Otero (“desesperadamente busco y busco un algo, qué sé yo qué, misterioso, capaz de comprender esta agonía que me hiela, no sé con qué, los ojos…”), que me aferraba a textos tan emocionantes como el que narra el evangelio de este domingo, cuando Jesús se presenta ante los suyos, en su pueblo, donde todos le conocían, y se definía mostrándose abiertamente tal como era, dando sentido a las palabras de Isaías.

Ya no era solo las frases del profeta lo que me sobrecogía -“el Señor me ha enviado a dar libertad a los oprimidos”-, sino que me parecía un gesto tan extremadamente valiente el de Jesús, que desde entonces no hacía más que pedirle que me diera fuerzas para imitarle en eso: en ser capaz de hablar ante las personas importantes de mi vida con la misma determinación que Él en la sinagoga de Nazaret.

Concebí el pasaje como si se narrara la salida del armario de Jesús, porque ahí mismo deja de estar oculto y desde ese momento es Él mismo, sin esconderse, sin temer nada, generosamente arriesgado.


Hay más textos en los Evangelios que muestran a cualquier persona LGBTIQ+ el amor que Dios nos tiene, si sabemos mirar con ojos de esperanza y suprimir las cargas morales y doctrinales que nos imponen. Este de Lucas 4 me fascina porque -aunque el núcleo de la intervención de Jesús lo hace en boca de Isaías- para mí tiene todo un sentido de inicio de un largo camino que acaba en la resurrección, sin olvidar que antes será necesario pasar por la pasión y la muerte.


Jesús, antes de dirigirse a la sinagoga aquel día, estuvo orando en el desierto y fue puesto a prueba, tal como narra Lucas al comienzo del capítulo. Es extraordinario que el punto de partida de la determinación por sobrevivir a mi armario fuese también tras grandes tentaciones, casi trágicas. Pero aún más, el último año antes de que fuese capaz de levantar la voz y contar a mis personas cercanas quién era yo de verdad, estuvo colmado de tentaciones, y a punto estuvo el diablo de convencerme para que escogiera otro camino. Por eso estoy tremendamente agradecido a Jesús. No solo me trajo la Buena Noticia de parte de un Padre misericordioso, no solo reveló mi libertad y me devolvió la vista, sino que me ha ungido con el Espíritu del Señor para anunciar, junto a otras muchas personas LGBTIQ+ cristianas, el tiempo de Gracia.


Un día reuní a la comunidad a la que me había reintegrado poco antes de estar convencido de salir del armario. Se llamaba Maranatha -significa “el Señor viene”, me encanta darme cuenta de eso ahora-. Les conté mi vida. Pedí perdón por ocultarles tanto de mí. Di gracias a Dios por cuidarme durante todo ese tiempo solo. E interiormente me acordaba del pasaje de Lucas y el texto de Isaías, repitiendo para mis adentros “hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”.



En aquel tiempo, Jesús volvió a Galilea con la fuerza del Espíritu; y su fama se extendio por toda la comarca. Enseñaba en las sinagogas y todos lo alababan.
Fue a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados, y se puso en pie para hacer la lectura. Le entregaron el libro del profeta Isaías y, desenrollándolo, encontró el pasaje donde estaba escrito: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido.
Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista.
Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.”
Y, enrollando el libro, lo devolvió al que le ayudaba y se sentó. Toda la sinagoga tenía los ojos fijos en él. Y él se puso a decirles: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oir.”

julio 30, 2023

LI EL MEJOR VINO

Sobre Juan 2, 1-11.



Desde muy pequeño esta narración de las Escrituras me resultó original. Puede que porque refleja la normalidad en las relaciones de la sociedad hebrea de aquella época, pero también por su aparente ausencia de simbología religiosa. Es fácil para un niño figurarse la situación. Siempre tuve desbordante imaginación, así que no me costaba trabajo meterme en esta historia como si fuera uno más de los críos que correteaban por la escena. Podía ver a los novios, seguramente muy jóvenes, disfrutando de la fiesta. Había mucha más gente, según permitía suponer el texto de Juan, quien dice que también estaban invitados Jesús y los discípulos. La madre de Jesús estaba allí. ¿Quiénes serían los recién casados? Música, comida, cantos… Con todo, me quedaba cavilando en cómo Jesús, de forma prudente, convertía el agua de unas tinajas en vino de buena cosecha.

Para cualquier niño este pasaje es uno de los más recordados de todos los Evangelios. Las bodas son siempre divertidas. Al menos a mí me sucedió así, y seguramente por esa razón, por ser un texto tan “manoseado” y haberse tratado muchas veces como un “eco de sociedad” o, de forma más trascendente, como la narración del primer signo de Jesús -signo que pasó desapercibido para todo el mundo excepto para María y los sirvientes-, por eso he tardado mucho en comprender lo que dice en realidad, y así trasladarlo a mi propia experiencia.


En mi vida he celebrado muchas bodas. Una vez mi pareja de ceremonia fue el miedo a ser yo mismo, otra vez el temor a mostrarme ante los demás como realmente era. También lo fue el recelo ante una Iglesia que no me ofrecía garantías de aceptarme sin condiciones. Otra vez mi pareja era el rencor. Otra, la inmolación, sintiéndome víctima ante los verdugos. También lo fue el orgullo, la lucha militante, la rebeldía, el silencio, el armario, la desesperanza, la desilusión…, y así incontables novias para un novio que celebraba bodas en las que siempre se acababa el vino.

Mis bodas son mi vida. Y en ella, durante mucho tiempo no he dado prioridad a vivirla en plenitud, cuidando de calcular el vino suficiente para que no faltase nunca. En cambio, he tenido bien guardadas muchas tinajas de agua para la purificación. Es decir, en el fondo estuve más preocupado de lo religioso, de lo doctrinal -aunque solo fuera para enfrentarlo a una idea de lo religioso que no condenaba nada de lo que soy- que a la trascendencia de vivir la vida como regalo de Dios, gozando de la fiesta que celebra la certeza de sentirme hijo querido de Dios tal como soy.

Dentro del armario no importa calcular el vino. Da igual si falta, porque la boda no es importante ni preocupa que los invitados se diviertan. Por el contrario, hay que prever suficiente agua para la fiesta de las purificaciones, porque en el armario aún hay que cumplir con la religión y la doctrina, aunque solo sea para simular lo que no se es y evitar comentarios.

Pero una vez fuera del armario me sucedió algo parecido. La novia es diferente, pero igualmente me ocupé más de lo religioso (las tinajas de agua) que de transformar mi vida dejando a un lado lo doctrinal permitiendo que Dios entrase en mí y me transformara. Es decir, celebrar la boda con abundante vino, procurando que no falte.


Transformar el agua en vino significa poner a la vida, a lo humano, al ser, por encima de lo doctrinal, de la religión. Y sin duda alguna cuando sucedió y fui consciente, me di cuenta de que era el primer signo de la presencia de Jesús liberador en mi vida. No es renunciar a lo bueno de la doctrina, sino restaurarla devolviendo a Dios a su esencia. Ya no es una empalizada que entorpece acercase a Dios, sino que es un instrumento para llegar a Él.


El signo de Jesús en las bodas de Caná fue el primero según el evangelio de Juan. Es curioso que no tenga un aparente sentido religioso, y suceda sin trascendencia, más allá de María y los sirvientes, tal como antes recordaba. Por el contrario, para las personas LGBTIQ+ cristianas esta experiencia personal en la que participamos de la transformación liberadora del agua en vino, sucede cuando Jesús ha trabajado y moldeado nuestro espíritu. Es imposible que suceda antes.Yo sé que no sería capaz de percibir cómo el agua se ha hecho vino en mi vida -con su riquísimo significado- si Dios no hubiese hecho otros signos en mí a lo largo de estos años. Por lo mismo, trasciende de lo religioso y, desde luego, no queda solo en la memoria de los sirvientes.


Finalmente, seguro que mi fe no sería tan firme sin la constante presencia de María. Ella es la que está atenta a mis tiempos como estuvo en la boda pendiente del vino. Ella es la que anima a Jesús para que haga posible todo lo que le pide, también para mí. En su humildad me hace fuerte.



En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: "No les queda vino."
Jesús le contestó: "Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora."
Su madre dijo a los sirvientes: "Haced lo que él diga."
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dijo: "Llenad las tinajas de agua."
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó: "Sacad ahora y llevádselo al mayordomo."
Ellos se lo llevaron.
El mayordomo probó el agua convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llamó al novio y le dijo: "Todo el mundo pone primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el peor; tú, en cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora."
Así, en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en él.

julio 29, 2023

L NACER DE NUEVO

Sobre Lucas 3, 15-16.21-22



Un año antes de salir del armario, estaba en una de las reuniones con los jóvenes siendo catequista y hablábamos del bautismo. Justo había utilizado este texto de Lucas para ilustrar la charla y orientar la dinámica, para que así entendieran lo que significaba el sacramento. Les hablé de nacer de nuevo, dejando atrás en el agua todo lo que nos mancha, permitiendo que el fuego del Espíritu reescribiese nuestras vidas. Mientras explicaba todo eso a las chicas y chicos que me escuchaban, sentía un vacío inmenso porque no vivía -ni siquiera creía- nada de lo que les contaba. De repente era plenamente consciente de que todo lo que estaba ofreciéndoles como persona era un fraude. Hacía mucho tiempo que ni el agua bastaba para purificarme, ni mucho menos sentía el calor del Espíritu entibiar mi doble vida. Cuando terminó la reunión busqué al Responsable de mi Equipo de catequistas y le dije que no volvería más.


Por lo que he podido compartir con otras personas LGBTIQ+ creyentes, es bastante común esta sensación de parecer una estafa -en especial entre los que desempeñamos en momentos alguna tarea pastoral. No en vano, en nuestro secreto interior mantuvimos una encarnizada lucha entre quien se supone que deberíamos ser -y así lo interpretábamos en nuestra trágica-cómica vida- y lo que realmente éramos -¿a quién pretendíamos engañar?- porque era inevitable autoaceptar nuestra identidad sexual o por el contrario arrancarla de cuajo y resignarnos a ser lo que la sociedad de bien y la religión esperaban de nosotros, enterrando nuestro yo real para perpetuar una vida de mentira.


Meditando ahora la lectura de Lucas, vienen a mí los días en que me alejé del Jordán y las corrientes de Enón. Ese momento supuso un tiempo de dolor y soledad, de ruptura y desierto, pero también un punto más en el que tomé decisiones y desde el que me puse en búsqueda hasta colocarme a tiro de Dios mismo.


Las personas LGBTIQ+ creyentes hemos sorteado incontables crisis de fe en nuestras vidas. Que ahora podamos dar testimonio de las proezas que Dios ha hecho en nosotras y nosotros, forma parte de un largo camino de descubrimiento personal no exento de tiempos de desconsuelo. Todo esto viene a mi pensamiento para poner de manifiesto que, quizá, nadie mejor que los creyentes LGBTIQ+ podemos dar fe de cuánto nos ama Dios, porque pocas personas han luchado tanto y tan a contracorriente para salvaguardar la fe, incluso cuando hubo tantas razones para abandonarla definitivamente.

Por eso mismo puedo decir que fui bautizado con agua, pero detrás de un instante en el que me sentí un mierda, una piltrafa, -porque no terminaba de aceptarme a mí mismo, porque tenía miedo de mostrar mi identidad, porque no sabía leer los renglones torcidos de Dios-, detrás de ese momento en que me sentí una estafa como persona ante esos jóvenes que me escuchaban, estaba la gran oportunidad de ser acogido por el Creador, otra vez.

Yo sé lo que significa ser bautizado con el Espíritu Santo y fuego, y conmigo muchas personas LGBTIQ+ creyentes, una vez sanadas las heridas, han experimentado la fuerza de Dios en sus vidas. Ahora podemos dar testimonio de que hemos nacido de nuevo en ese bautismo que no viene de Juan sino de Dios.

Nacer de nuevo es dejar atrás una vida de temor, engaño y dudas, y a cambio comenzar a confiar plenamente en Dios.

Nacer de nuevo es también entrar en un continuo compromiso con Jesús, aceptando el riesgo de ser su testigo en terrenos a veces poco propicios.


Juan anuncia en el texto de Lucas que detrás de él viene quien de verdad puede transformar las vidas, poniendo en valor los dones recibidos, sin renunciar a nada, dando gracias por lo que somos, obra suya. Y en el bautismo Jesús participa con todas y todos -también con las mujeres y los hombres LGBTIQ+- la alegría de ser hijas e hijos amados por Dios. El Padre sin duda se complace en nosotras, se alegra en nosotros, nos ama. Y esa es, precisamente, la mejor de las noticias.



Jesús se bautizó. Mientras oraba, se abrió el cielo

En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: "Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego."

En un bautismo general, Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del cielo: "Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto."

julio 28, 2023

XLIX REYES Y REINAS

Sobre Mateo 2, 1-12.



No soy teólogo ni historiador, así que no puedo asegurar o negar nada respecto a si realmente los Reyes Magos han existido o no. Buena parte de lo que he podido leer sobre ello apunta a que no son personajes históricos, sino actores de una elaborada tradición religiosa que simboliza la manifestación de Jesucristo al mundo. Lo hace ante tres personas que bien pudieran representar a toda la humanidad, en especial a los no creyentes, al mundo pagano de entonces y también de ahora.

La alegoría de los Reyes Magos es muy bella. Y su significado puede ser perfectamente actualizado trayéndolo al presente. La tradición católica dice que tres personas venidas de diferentes lugares, atraídas por un suceso cósmico, conocedoras de las Escrituras y sus profecías, llegaron hasta el sitio donde había nacido el Mesías para adorarle y reconocerle como Hijo de Dios. En las diversas manifestaciones artísticas de la adoración, incluso en los belenes navideños, las figuras de los Reyes se personifican de diferentes formas. Solo coincide en todos ellos que uno es negro, Baltasar. Los otros pueden ser uno rubio, el otro castaño, con tez clara o morena, incluso en algunos casos uno de los Reyes es oriental. En definitiva, lo que se expresa es cómo toda la humanidad, sin excepción, reconoce a Jesús y en Él al Mesías.


Hace años tuve que hacer una reflexión sobre la Epifanía. En ella dije que no era cierto que la revolución de Jesucristo comenzara con su vida pública, aproximadamente a los treinta años. Jesús ya provocó un cambio radical en la percepción de Dios cuando tenía pocos días de vida, haciendo posible que personas diferentes, con distintas culturas, distintas razas, distintas sensibilidades, distintas creencias, distintas realidades... personas diversas en cualquier caso, se unieran a los pies del recién nacido, entraran juntos en el Templo del pesebre, y le reconocieran como Hijo de Dios.

Evidentemente en los pastores -el pueblo más cercano- pero sobre todo en los tres Reyes Magos -toda la humanidad expresada en su diversidad- estamos representadas las personas LGBTIQ+.

Esta meditación de unos años atrás produjo alguna crítica por escandalosa. Pero hoy, orando el texto de Mateo sobre la Epifanía, me surge el mismo pensamiento asegurando aquella atrevida reflexión.


En unos tiempos donde se propone coartar a la persona LGBTIQ+ el desarrollo de su vocación sacerdotal o religiosa, o en los que se pone en duda que pueda poner sus talentos al servicio de la Comunidad eclesial en misiones de responsabilidad, con las mismas oportunidades que una persona heterosexual, en estos tiempos, pues, probablemente resulte escandaloso manifestar que en la Epifanía estamos presentes los hombres y las mujeres LGBTIQ+, en las figuras de los Reyes Magos.

Negro o blanco, de oriente o de occidente, judío o pagano, libre o esclavo, hombre o mujer, heterosexual o no, en ellos tres está representada nuestra existencia, nuestra participación en el preciso instante en el que Dios hace pública su humanidad.



Jesús nació en Belén de Judá en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo". Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos pontífices y a los letrados del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías. Ellos le contestaron: "En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: "Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá; pues de ti saldrá un jefe que será el pastor de mi pueblo Israel"".

Entonces Herodes llamó en secreto a los Magos, para que le precisaran el tiempo en que había aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: "Id y averiguad cuidadosamente qué hay del niño, y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo". Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.

Y habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino.

julio 27, 2023

XLVIII LAS SAGRADAS FAMILIAS

Sobre Lucas 2, 41-52



Me cuesta mucho hacer oración y reflexionar sobre este pasaje de Lucas sin recordar con tristeza las manifestaciones de hace años, en este día, convocadas para defender el matrimonio cristiano, aunque en realidad no eran más que un grito descarado contra otros modelos de familia que se estaban consolidando en nuestro país.


Me llegué a sentir muy lejos de esa Iglesia intransigente y fanática que mostraban, que ostentaban y sobre la que nos intentaron hacer creer que era la verdadera, la auténtica, la legítima. Parecían gritar “o conmigo o contra mí” portando esas pancartas.

Fueron años muy oscuros en los que era difícil contestar con argumentos aceptables a quienes me preguntaban la razón por la que seguía siendo católico. Muchas personas a mi alrededor optaron por apostatar. Y no encontraba ni una sola palabra para persuadirlos. Bastante tenía yo con mantener vivos mis propios principios de fe y convencerme a mí mismo de que esa Iglesia incoherente era también mi Iglesia, de la que nadie iba a expulsarme por las buenas. Ya estaba más que habituado a que echaran sobre nosotras, las personas LGBTIQ+, cargas pesadas de llevar. De alguna manera había conseguido “curar” mi actitud victimista, convencido de que yo no era un sacrificio destinado a inmolarse en honor de ningún Dios justiciero. Y eso evitó que sacudiera el polvo de mis pies antes de dejar la casa donde no fui -donde no fuimos- bien recibido.


Aún así todos estos recuerdos siguen provocándome una inmensa tristeza, porque esos intolerantes desvirtuaron el sentido auténtico de la familia adueñándose de todos los derechos sobre ella, con la misma arrogancia que los religiosos del Templo se apropiaron del nombre de Yavhé y así expulsaron a Jesús hasta matarlo.


Lo más sorprendente es que el texto de Lucas no expresa un apego especial de Jesús por la familia. Cuando María y José encuentran al niño tras estar varias jornadas alejado de sus padres, Jesús no se alegra sino más bien les recrimina ese interés por mantenerse unidos en el núcleo familiar, porque “debía ocuparse de otros asuntos”, y no entraba en sus planes precisamente el convivir dócilmente con sus padres.

Hay muchos ejemplos en los Evangelios donde Jesús no parece otorgar una importancia sagrada a la familia. Pero el más duro y llamativo es el texto de Lucas 14, 26-27: “si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre y a su madre, a su mujer e hijos, a sus hermanos y hermanas, no puede ser mi discípulo”. Es decir, lo importante en realidad no es el modelo de familia, pues incluso sin ella como soporte se puede seguir a Jesús. Más aún: sin familia es como se le puede seguir de manera radical.


¿Y entonces qué? Está claro que la familia -también para Jesús- constituye un elemento importantísimo e irreemplazable, pero es preciso reconocer que ha evolucionado y probablemente lo seguirá haciendo, sin que nadie pueda evitarlo.

Cuando los grupos católicos conservadores la emprendieron contra los diversos modelos de familia distintos al tradicional, me preguntaba qué estaban defendiendo. ¿El modelo patriarcal, en el que el esposo domina todas las decisiones y ejerce el poder absoluto, a veces de forma despótica? ¿El modelo destinado a la procreación, cuyo fin principal es dar hijos a Dios, en algunos casos de forma irresponsable? ¿El modelo machista, en el que la mujer está sometida al hombre durante toda su vida matrimonial? ¿Qué modelo defendían? Cualquiera de los anteriores estaba totalmente bendecido por la Iglesia sin discutir los detalles y podrían definirse todos ellos como matrimonios cristianos. Pero ¿dónde dejamos el amor?


Evidentemente hay familias felices, incluso entre estas que he descrito anteriormente. Pero yo también conocía a parejas del mismo sexo que vivían la felicidad de desarrollar un proyecto de vida en común, que eran cristianos y deseaban integrar su fe en sus vidas plenamente. Parejas que se habían casado ante un juez y no les estaba permitido disfrutar del sacramento del matrimonio pese a que su fe en Dios y su amor del uno por el otro estaban fuera de toda duda. Conozco un matrimonio de mujeres, madres de dos hijos, profundamente creyentes, arriesgadamente comprometidas, que están educando cristianamente a sus dos chavales. Para mí constituyen un ejemplo de fe asentada, de amor de pareja y de motor de familia tan grande como lo fueron mis propios padres. Y así muchos otros ejemplos que seguramente los guardianes de la doctrina tacharían de modelos de pecado, cuando en realidad son modelos de amor en la adversidad, porque aún hoy ser una persona cristiana LGBTIQ+ casada con otra del mismo sexo es signo de escándalo en la Iglesia, razón sobrada para ser apartada de cualquier responsabilidad de servicio en la comunidad eclesial, entre otras consecuencias.


Si la Iglesia no renuncia a los prejuicios sobre los diferentes modelos de familia, aceptando de entrada la integración real y palpable de las personas LGBTIQ+ en la propia Iglesia y sus tareas de misión, si no lo hace no será fiel a la misericordia que emana del propio Dios para todas sus criaturas, ni al infinito amor de Jesucristo por todas y todos aquellos por quienes nació y murió. No hay una sagrada familia sino muchas familias sagradas, diversas, prósperas en dones, ricas en Espíritu.



Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua. Cuando Jesús cumplió doce años, subieron a la fiesta según la costumbre y, cuando terminó, se volvieron; pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén, sin que lo supieran sus padres. Éstos, creyendo que estaba en la caravana, hicieron una jornada y se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos; al no encontrarlo, se volvieron a Jerusalén en su busca. A los tres días, lo encontraron en el templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba. Al verlo, se quedaron atónitos, y le dijo su madre: "Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados." Él les contesto: "¿Por qué me buscábais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" Pero ellos no comprendieron lo que quería decir. Él bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad. Su madre conservaba todo esto en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres.

julio 26, 2023

XLVII HACERNOS MUJERES

Sobre Lucas 1, 39-45


Dicen que las personas LGBTIQ+, especialmente los chicos, mantenemos una relación singular con nuestras madres. No puedo concretarlo en nada pero es verdad que, desde siempre, mi madre y yo nos servimos de un código de comunicación no verbal, según el cual ella sabía perfectamente lo que me pasaba en cada momento. No supe valerme de esa suerte de confianza que me ofreció a la hora de compartir con ella cómo me sentía, mientras que mi madre mostró siempre un respeto casi sagrado a mis silencios. Incluso en los momentos complicados, ella supo estar a mi lado ofreciéndose a todo, también ante mi terca reserva. Estoy seguro de que ni mi padre ni mis hermanos sospecharon de nada de lo que me sucedía, gracias a su prudencia.

Con todo, desde que puedo acordarme siempre tuve la certeza de que mi madre sabía que yo era gay. Nunca me atreví a preguntárselo. De hecho jamás mantuvimos una conversación sobre el tema, ni siquiera a mis dieciséis años, cuando perdí el rumbo. Nunca charlamos, probablemente más a causa de mis temores que por otra razón. Seguro que ella estaba deseando hablarlo. Y ahora me arrepiento de no haberlo hecho.

Cuando salí del armario ya era tarde.


Fui su primer hijo. Imagino que sentirme en su vientre supuso para ella una gran ilusión, además de crearle incertidumbres, miedos, temores. Pero por encima de cualquier otra cosa, estoy seguro de que cada vez que me movía y me sentía vivo, su felicidad compensaba todo lo demás.

Estoy convencido de que, igual que le sucedió a María con Isabel, mi madre estaría deseando compartir la noticia de su primer embarazo. Claro que yo no iba a ser ningún Mesías, pero para mi madre era su primer hijo, y una buena nueva que deseaba contar a todo el mundo. No había nada más grande que comunicar y celebrar. Para ella, bendito era su vientre.


Mi madre -junto a mi padre- me educó en la fe cristiana. No fue especialmente insistente para que cumpliera los preceptos, sino más bien supo despertar mi fe en la misma medida que me ofrecía la libertad de elegir. Estudié con los claretianos, y en ellos encontré un estilo evangelizador basado en que Dios era padre por encima de todo, y nos quería efectivamente libres. No era un juez que castiga sino un padre que ama. Y algo más, que marcó mi fe sin duda alguna: María.

Cuando mi identidad sexual fue evidente para mí y surgieron las grandes crisis de fe, la única que permaneció inalterable y a quien nunca renuncié fue María. Había muchas cosas que me atraían de ella, pero lo que más me emocionaba era su confianza en la voluntad de Dios. En mis oraciones de adolescente, de joven, habitualmente rogaba al Padre que me hiciera "normal", porque ser homosexual me producía mucho sufrimiento. No precisamente por serlo sino por el rechazo y la exclusión que percibía y que si no experimenté directamente hasta entonces fue gracias a mi eficaz armario, donde aparentaba con éxito ser quien no era. Aprendí a terminar mi oración con una breve frase: hágase tu voluntad.

No creo que nunca consiga alcanzar a confiar como lo hizo María, tan segura de que Dios siempre estaría ahí. Pero esta corta oración, que la misma madre de Jesús pronunció ante el ángel Gabriel, me hace estar tranquilo, dejándome hacer, descansando en el Padre, con la certeza de que todo lo que va sucediendo en mi historia tiene un sentido desde Dios.


María, mi madre, mujeres fuertes, lo son sin perder su papel secundario en la historia, pese a que sin ellas nada habría sido posible. La situación de la mujer en la sociedad sigue siendo precaria en relación al varón, aún tras una evolución significativamente positiva en cuanto a derechos. En la Iglesia la mujer está singularmente vetada, como si sus talentos fueran menores o simplemente fuesen incapaces de asumir las mismas responsabilidades que los hombres.

Las personas LGBTIQ+ cristianas no podemos ser cómplices de esa actitud patriarcal. Desde nuestra particular posición en las fronteras de la Iglesia, es necesario que nos hagamos mujeres, nos incorporemos a su manera de sentir a Dios, notemos cómo nuestro vientre salta de alegría y brota de nuestros corazones la confianza en la voluntad de Dios, Padre bueno.



En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá."

julio 25, 2023

XLVI NARRAR LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO

Sobre Lucas 3, 10-18



Las personas LGBTIQ+ cristianas -todas las personas, pero mujeres y hombres LGBTIQ+ especialmente, por nuestra historia colectiva- no podemos entender en plenitud el texto del evangelio de hoy sin antes interiorizar las lecturas de Sofonías y de San Pablo a los Filipenses que lo acompañan en la liturgia del tercer domingo de Adviento. En ambas se nos transmiten mensajes de esperanza que parecen dirigidos con certeza a todos los grupos que, de una u otra forma, vivimos en las fronteras de la Iglesia. En la primera deja claro que Dios nos ama y que esa verdad ha de ser la razón por la que hemos de estar alegres. En la segunda, San Pablo igualmente nos exhorta a estar contentos y nos anima a no preocuparnos, porque nuestras necesidades las conoce el Señor y serán escuchadas.


Cuando era un chaval, y aún siendo adulto, no me creía absolutamente nada de eso. Ni tenía razones para estar alegre, ni había indicios de que Dios me amara, y desde luego estaba muy agobiado pensando que al final de mis días acabaría condenado, porque yo no era como el Padre de los cielos quería que fueran sus hijos, tal y como mis educadores interpretaban la Palabra para mí.

No comprendí la trascendencia de todo lo que Juan Bautista dice hasta que me empapé del amor de Dios, hasta que me reconocí hijo querido suyo, y hasta que me alegré en Él y aprendí a confiar mis necesidades poniéndolas en sus manos, dejándome hacer en su voluntad.


No en vano fui capaz de separar mi fe en Dios de la religión y la doctrina angustiosa, antes de que ambas provocaran que esa débil fe desapareciera por completo. Y lo hice yéndome al desierto de Juan Bautista, al silencio donde, si logras callar la tormenta, descubres que la voz de Dios no está en los truenos sino en la débil brisa que susurra y te roza el rostro. Allí me dejé llevar como en el canto de Oseas: me dejé seducir y dejé que hablara a mi corazón.

Esperé a reencontrarme con mi Creador para salir del armario. Creo que necesitaba tranquilizar mi alma y recuperar al Dios que perdí de pequeño, antes de quitarme el disfraz y ser de una vez por todas yo mismo. Cuando me sentí amado por Dios empecé a vivir la alegría del Evangelio y fui capaz de poner en su corazón mis preocupaciones, desvaneciéndose cada una de ellas. Es justo en ese momento cuando el mensaje de Juan Bautista tiene sentido.


Porque en definitiva, lo que Juan anuncia es lo que yo había experimentado en esa desesperada "reconversión" en la que recuperé la fe que me había sido pervertida y secuestrada cuando que era un crío.

Las personas LGBTIQ+ cristianas no salimos del armario y continuamos con nuestras vidas con total normalidad, como si no hubiese pasado nada. Más bien nos ocurre como cuenta el evangelista. Hice en voz alta la misma pregunta que aquellas gentes: ¿y ahora qué debo hacer?

Juan tiene un dictamen para cada realidad concreta. Yo no obtuve una respuesta personal, sino que -al principio tropezando, después orando mucho- intuí qué quería Dios de mí, qué había de hacer. Y esa intuición en cuanto a lo que el Padre espera, coincide con la de la mayoría de mujeres y hombres LGBTIQ+ cristianas que pasan por esta experiencia, es decir, poner en valor mi historia, contar cómo Dios ha dado sentido a mi vida y narrar de qué manera y con cuánta generosidad me ama tal como soy.


Después de todo, contar cómo Dios es fuente de alegría en mi vida es el preámbulo de lo que Juan anuncia, cuando se coloca a un lado para dar protagonismo a Jesús. Cristo es quien de verdad enciende el corazón y facilita que el fuego del Espíritu sea el auténtico bautismo que convierte los corazones. Definitivamente desaparece la tristeza, no hay más dolor, todo tiene sentido.

Las mujeres y los hombres LGBTIQ+ cristianos estamos llamados a ser nosotros mismos, sin miedo. Solo desde nuestra sincera realidad, confiadas y confiados en el Señor, seremos instrumentos eficaces en el anuncio de la Buena Noticia. Nadie como nosotros, -que con tanto esfuerzo conservamos la fe en lámparas encendidas y guardamos suficiente aceite para que no nos faltara luz-, nadie pues como nosotros sabe lo que significa estar al borde del camino y ser rescatados, curados, abrazados, valorados como obras perfectas del Creador.



En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan: "¿Entonces, qué hacemos?" Él contestó: "El que tenga dos túnicas, que se las reparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo." Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron: "Maestro, ¿qué hacemos nosotros?" Él les contestó: "No exijáis más de lo establecido." Unos militares le preguntaron: "¿Qué hacemos nosotros?" Él les contestó: "No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie, sino contentaos con la paga." El pueblo estaba en expectación, y todos se preguntaban si no sería Juan el Mesías; él tomó la palabra y dijo a todos: "Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizara con Espíritu Santo y fuego; tiene en la mano el bieldo para aventar su parva y reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga." Añadiendo otras muchas cosas, exhortaba al pueblo y le anunciaba el Evangelio.

julio 24, 2023

XLV REYES DE OTRO MUNDO

Sobre Juan 18, 33-37.



La realeza de Cristo no podría darse de otra forma que en lo más bajo, en lo ultimo, en lo despreciado, en lo excluido. Ahí sí tiene sentido Cristo hecho Rey.

No lo entiendo de otra forma. El mismo escenario que describe Juan en estos y posteriores versículos, nos muestra detalles que se alejan mucho de la realeza convencional pero que son símbolos perfectos de lo que el Maestro pretendía transmitir. No hay un rey vestido de oropeles y ricas túnicas, sino que lleva unos jirones de tela miserables. No hay una corona de oro y diamantes, sino otra de lacerantes espinas. No habrá sonido de cítaras y música de fiesta sino el terrible ruido del látigo. Ni un desfile en bellas carrozas en olor de multitud, pero sí un largo camino con la cruz hasta el calvario. No habrá bailes o festejos. Solo el golpe del martillo sobre los clavos. Ese es el Cristo Rey que me sedujo y no otro.

Jesús renunció a cualquier parecido con la realeza tal como era entendida y parecía comprender Pilato. El reino de Cristo no es de este mundo, sino de otro en el que los últimos son los primeros.


Aún más: Jesús quiere que compartamos con Él esa realeza, dando valor a cada una de las cosas que nos han dado miedo contar, que no hemos sabido compartir, que no hemos sido capaces de asumir como algo bueno y agradable a Dios. Y así podamos hacernos reinas y reyes junto a Él mismo.


Puede que este sea el más complejo, pero también, el más bello y trascendente descubrimiento de cercanía y entrega de Dios hacia mí, lo que me empujó a salir del armario para sentarme en el trono de mi casa, dando por primera vez gracias a Dios por mi homosexualidad. Hasta que no dejé de compadecerme, no pudo entrar Dios en mi vida. Cuando lo hizo, realzó todo lo que antes me agobiaba haciéndolo digno y noble, en absoluto vergonzoso.


Pero de la misma forma, al mismo tiempo hay túnica de jirones y también latigazos, hay que llevar la cruz a cuestas, ser investido con una corona de espinas y tal vez crucificado. Compartir la realeza con Jesús significa participar de su pasión. Las personas LGBTIQ+ -y creo que especialmente las creyentes- no dejamos de pertenecer al colectivo de últimos y despreciados, ni siquiera en el mejor de los contextos. Y aunque superemos nuestros miedos, dispongamos de nuestros derechos, contemos nuestras historias, compartamos nuestras esperanzas y demos fe de nuestra confianza en Dios, padre que nos ha creado como obra perfecta suya, aún así habrá quien nos acuse y quiera colgarnos de una cruz, incluso en nombre de un extraño Cristo Rey que necesita que se le hagan sacrificios humanos con todas aquellas personas que no se ajustan a los comportamientos ni a los cánones que marcan la tradición y la doctrina.


De alguna forma todo esto último me hace plenamente consciente de lo que significa la auténtica realeza de Cristo, porque lo fácil sería huir pero hago justo lo contrario, desinstalándome e implicándome hasta donde puedo, a veces sin medir las consecuencias.

Ya estoy muy lejos del armario y a estas alturas me cautiva más el Jesús provocador que el prudente. Y me siento en comunión con Él cuando dice a Pilato que su misión consiste en dar testimonio de la verdad. Imagino que las personas LGBTIQ+ cristianas estamos llamadas a ser testigos de la verdad. Nuestras realidades han sido muchas veces tan penosas, nuestras historias tan dolorosas, que la presencia de Dios en nuestras vidas ha sido especialmente liberadora, y nos ha contagiado la necesidad de denunciar la injusticia y favorecer a los perseguidos, los excluidos, los apartados a las fronteras, los últimos y olvidados.



En aquel tiempo, dijo Pilato a Jesús: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Jesús le contestó: "¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?" Pilato replicó: "¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?" Jesús le contestó:
"Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí." Pilato le dijo: "Conque, ¿tú eres rey?" Jesús le contestó: "Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz."

julio 23, 2023

XLIV CUANDO EL CIELO CAE SOBRE TU CABEZA

Sobre Marcos 13, 24-32.



Siendo niño y adolescente, los textos donde aparecía cualquier alusión al apocalipsis o el fin de los tiempos me producían mucho temor. Al fin y al cabo, mi fe de esos años se construyó en base a una educación religiosa en la que cualquier persona como yo estaba predestinada al infierno. Excepto si lograba apartar a un lado esos sentimientos impuros y deseos pecaminosos, algo que no podía evitar, como no podía dejar de tener los ojos azules; o bien me arrepentía de corazón y rogaba a Dios que me ayudase a eludir ser así, lo cual hacía con frecuencia siendo el fondo recurrente de mi oración a lo largo de muchos años.


Pero claramente Dios no tenía ninguna intención de impedir que su obra -en este caso un chaval medio rubio, no muy alto, de ojos claros, algo tímido y propenso a meterse en líos- desarrollara su afectividad como algo natural, perfectamente bueno y agradable a los ojos del Creador. Aunque esos planes de Dios no se me pasaban por la cabeza. Tristemente en teoría sí, pero en la vida real nadie me había enseñado a apreciar que el Padre era inmensamente bondadoso, tanto como para que el hecho de que fuera homosexual resultase algo tan anecdótico como el color de mi pelo. Muy al contrario, seguí intimidado en el armario por mucho tiempo pensando que, tal como decía el evangelio de Marcos, sobre mí el sol se haría tinieblas, la luna no daría su resplandor, los astros se tambalearían, y el Hijo del hombre aparecería con gran poder y majestad enviando a los ángeles para reunir a los elegidos, entre los cuales evidentemente, no podría estar.


Una de las muchas razones que me empujaron a salir del armario fue el convencimiento de que Dios verdaderamente me ama tal como soy. Esa certeza hizo saltar por los aires cualquier sentimiento de culpabilidad y de pecado con respecto a mi identidad. Por primera vez pude ponerme ante el Padre y hablarle como homosexual, sin caretas ni disfraces. Hasta ese momento había tenido que ofrecer en sacrificio esa parte real de mí para poder congraciarme con Él, sin darme cuenta de que en verdad Dios no tenía nada que ver con ese holocausto. Y, aunque eso sucedió hace ya bastante tiempo, es ahora cuando la oración me posibilita encontrar sentido a todo eso que viví, con mayor o menor dolor, durante un periodo prolongado de mi historia.

No me quejo. Cualquier experiencia era de Dios, incluso esas en que parecía ausente, esas que parecían parte de un escenario del apocalipsis que tanto miedo me daba. Y es que ahora sé que, como para cualquier persona LGBTIQ+ creyente, el fin del mundo ocurrió durante el tiempo de la vida en que no pude ser yo, porque como persona estaba negado por los demás y, consecuentemente, anulado por mí mismo, auto castigado por ser homosexual. Las personas LGBTIQ+ creyentes tenemos que atravesar momentos de oscuridad, de astros y estrellas cayendo sobre nuestras cabezas, antes de poder disfrutar de la presencia del Padre y percibirnos como obra perfecta suya.


El texto de Marcos es precioso cuando semeja el brotar de las yemas en las ramas de los árboles con la cercanía de Dios. Y es cierto. Doy testimonio de la vida en el tiempo en que no era yo, no podía serlo y por lo mismo me alejaba del Padre. En ese espacio hubo tinieblas, los astros cayeron sobre mi cabeza y era el fin de todo. Es la época en la que no encuentro sentido a nada, me desespero, tomo decisiones equivocadas y fracaso al despreciar la presencia de Jesús en mí.


Pero cuando recobro las fuerzas y recupero la lucidez, Dios se hace fuerte y las yemas empiezan a brotar en las ramas de mi vida.


El apocalipsis es espacio de oscuridad, de temor, de dolor, de soledad. Es algo que supuestamente sucede al final de los tiempos pero no siempre es así. Cualquier persona LGBTIQ+ puede confirmar que los cielos y la tierra se derrumban sobre sus cabezas al principio de sus historias vitales, cuando todo se complica, y ese fin del mundo terrible solo acaba cuando tomas consciencia de la bondad de Dios, te dejas hacer por Él, confías y por fin notas cómo brotan las tiernas yemas en tu aparentemente duro y seco corazón.



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán. Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte. Aprended de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas, deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros suceder esto, sabed que él está cerca, a la puerta. Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre."