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junio 29, 2023

XVII. ESTAS SON LAS SEÑALES

Sobre Marcos 16, 15-20


Expulsar demonios, hablar en lenguas desconocidas, agarrar serpientes con las manos, beber veneno sin peligro o imponer las manos a los enfermos y lograr su curación eran cualidades casi mágicas que el autor de este texto atribuía a quienes creyeran y fuesen bautizados. Sólo así serían salvados. Es decir, la inmensa mayoría de las personas cristianas no vamos a salvarnos, porque no disfrutamos de ninguno de esos dones. Al menos yo no, desde luego en el sentido literal. ¿O sí?

Hoy sé que no es del todo cierto. De hecho pude expulsar los demonios del miedo, del rencor, de la desesperanza, del cansancio, de la falta de fe. Tantos demonios como ganas de abandonar, de rendirme, de morir o de huir.
Hablé lenguas desconocidas cada vez que supe entender que las palabras que me herían no tenían derecho a hacerme sentir peor persona; también cuando aprendí a leer las señales de peligro y supe contestar pronunciando perfectamente “yo soy la mejor versión de mí mismo”. Agarré serpientes con las manos: la serpiente del odio, del desprecio, del insulto, de la murmuración, de la burla, de la discriminación… La serpiente de la rabia.
Las agarré con las manos.
Bebí el veneno del resentimiento y no me hizo mal. No pudo conmigo.
Impuse las manos a otras personas que buscaban salida, que precisaban una luz que les mostrase el camino para ser ellas mismas sin perder de vista al Creador, sin olvidar ni renunciar a la fe.
Descubrir esto ahora, y que se revele en mí como experiencia de vida, hace que me envuelva un inmenso sentimiento de gratitud a Dios, por cuanto me ha regalado todo eso que parecía imposible.

Porque hay algo que une a la mayoría de las personas LGBTIQ+, y especialmente a las creyentes: en algún momento de nuestras vidas pedimos a Dios que nos cambiara, que borrara nuestra identidad de lesbiana, gay, bisexual, transexual, …, y nos permitiera gozar de una existencia sin miedos, sin escondites, sin disfraces, sin dificultades. Confieso que yo tuve más de una vez largas conversaciones con Dios en oración pidiéndole que, si era posible, me cambiara de raíz porque ya no podía aguantar más, porque ya no sabía ni siquiera si merecía ser escuchado, si me oía, si me prestaba atención.
Y hubiera dado cualquiera de mis súper poderes, el don de lenguas, la expulsión de demonios, lo que fuera, con tal de ser como mi amigo Carlos que tenía novia,
y no tenía nada que ocultar como yo hacía, siempre cauto, siempre disimulando,
siempre aparentando quien no era.

Atravesar desiertos, la soledad, obliga a enfrentarse a uno mismo y con ello a los miedos, los temores, las sombras. Y definitivamente nos dirige hacia los oasis, los pozos donde, de repente, encuentras a Dios esperando y te hace ver que por mucho que huyes, Él te encuentra, te cura, te renueva y te dice: no temas a los demonios, habla, cuenta tu historia, atraviesa nidos de serpientes, no temas al veneno que te ofrezcan, y además ten presente que tu testimonio será igual a mis manos, porque yo estaré contigo, yo soy tu Dios.

Ya no hablo solo por mí cuando afirmo que las personas LGBTIQ+ cristianas estamos llamadas a hacer realidad todos estos dones, y lo estamos manifestando, lo estamos haciendo realidad.
Cumplimos por eso la voluntad de Jesús, quien nos dice “id por todo el mundo y proclamad la buena noticia a toda criatura”.
Para nosotras, para nosotros la Buena Noticia es que Dios nos quiere tal como somos, sin juzgarnos, sin oponer resistencia a nuestra forma de sentir o de amar. Esto tan sencillo le está siendo ocultado y arrebatado a muchas personas que esperan una Palabra de esperanza para recuperar al Dios Padre que les robaron.



Y les dijo: —Id por todo el mundo proclamando la Buena Noticia a toda la humanidad.  Quien crea y se bautice se salvará; quien no crea se condenará. A los creyentes acompañarán estas señales: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán lenguas nuevas, agarrarán serpientes; si beben algún veneno, no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se sanarán. El Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos salieron a predicar por todas partes, y el Señor los asistía y confirmaba la Palabra con las señales que la acompañaban.

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