La pasión de Jesús es una historia de aparente fracaso. Pareciera como si el Hijo de Dios hubiese llegado a este mundo para nada. Un profeta más que la religión habría de sacrificar, perpetuando así sus tradiciones y poderes. Otro loco incómodo a eliminar. Algo fácil. Ya se había hecho otras veces.
Ni tan siquiera la fe se mantuvo intacta en la inmensa mayoría de sus seguidores, que se escondieron y prácticamente abandonaron al Maestro, convencidos de que todo había sido un desastre.
Pero el plan de Dios avanzaba según lo previsto, y este plan perfecto incluía la legión de decepcionados que, impasibles y asustados, asistían al proceso de muerte de Jesús. Esos actores (los soldados del Templo, las gentes de las calles y plazas, Pilato, Caifás y los sacerdotes de diferente clase, el rey Herodes, los romanos que azotaron a Cristo, Simón de Cirene, Judas, los apóstoles, María y las mujeres, o la criada del sumo sacerdote), todos y más fueron pieza imprescindible y necesaria en la narración que describe las horas previas a la muerte en cruz de Jesús.
Muy pocos ante el dolor y la desesperanza fueron capaces de conservar la fe.
Mi oración de estos días gira en torno a eso mismo. Es muy fácil reconocerme como uno más de los que abandonaron a Jesús cuando las cosas se pusieron mal, o en quienes se sintieron decepcionados porque las promesas de que existía un Dios Abbá se desvanecían, y de nuevo se levantaba el terrible tótem de Yavéh interpretado por la clase religiosa y sus pesadas cargas. Buena parte de la vida de muchas personas LGBTIQ+ pudiera reflejar esa experiencia de frustración, de rendición clamando un "ya no puedo más", y la amarga búsqueda del Dios robado.
Ciertamente es muy fácil hurgar en esa parte de uno mismo que aún huele a rencor por el dolor infligido. Pero hay un personaje que no me permite excusa, y ese es Pedro.
Pedro niega a Jesús. No es más que un reflejo del miedo a correr una suerte similar a la del Maestro. Seguramente fue el primer seguidor de Cristo que sintió en propia carne la burla, el rechazo y la persecución por creer en Él. Y naturalmente se aterró.
Yo salí del armario al mismo ritmo que Dios se iba adentrando en mi vida dando luz a cada rincón oscuro de mi casa. El hijo pródigo que se fue porque no se sentía bienamado, al regresar se encontró a un padre generoso que lo recuperó para sí.
Fue muy emocionante aprovechar ese regalo que Dios me hacía y recobrar toda la gente a la que hasta ese instante había ocultado buena parte de mí mismo.
El gallo me estaba esperando fuera, donde había vivido gastándome la herencia. Allí conocí estupendas personas, amigas y amigos a los que quería y a los que no deseaba renunciar. Era el mundo real que me acogió y que ahora, como la criada del sumo sacerdote, me preguntaba si yo era de los que andaba con Jesús de Nazaret. Negué porque tuve miedo. Sonó el gallo. Y otra vez y mil me interrogaban por si yo era uno de ellos. Negué también. Y el gallo cantó hasta romperme los tímpanos. Ridículamente había salido de un armario para meterme en otro. Como Pedro, estaba lleno de Dios y eso me había hecho fuerte, pero por primera vez tenía que dar testimonio de Él y no fui capaz.
Me costó mucho salir de este armario donde encontraba las mismas actitudes de rechazo que en el otro lado. Antes me acosaban entre los creyentes por ser LGBTIQ+ y ahora en el ambiente homosexual por ser creyente.
Ya no me sucede evidentemente. A Pedro le bastaron dos cantos del gallo y a mí algunos más, pero la fe estaba ya bien arraigada y los miedos desaparecieron hasta revertirse en riesgo.
Sé que Dios me avisa muchas veces de que volveré a negarle antes de que salga el sol. Hay muchas formas de negar a Jesús. Infinitas ocasiones y con cada una de ellas una tentación. Cuando me pillo renunciando a Cristo es terrible. La pasión de Jesús empezó con la pasión de Pedro. Yo no deseo otra pasión en mi vida. Esta es mi Oración: acrecienta mi Fe, para así nunca negar que soy tu hijo pródigo, nunca traicionar tu abrazo ni mi sueño.
Después cantaron los salmos y salieron hacia el monte de los Olivos. Jesús les dijo: —Todos vais a fallar, como está escrito: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Pero, cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea. Pedro le contestó: —Aunque todos fallen, yo no. Le dijo Jesús: —Te aseguro que tú hoy mismo, esta noche, antes de que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres. Él insistió: —Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Lo mismo decían los demás. Estaba Pedro abajo en el patio, cuando una criada del sumo sacerdote, viendo que se calentaba, se le quedó mirando y le dijo: —También tú estabas con el Nazareno, con Jesús. Él lo negó: —Ni sé ni entiendo lo que dices. Salió al zaguán [y un gallo cantó]. La criada lo vio y empezó a decir otra vez a los presentes: —Éste es uno de ellos. De nuevo lo negó. Al poco tiempo también los presentes decían a Pedro: —Realmente eres de ellos, pues eres galileo. Entonces empezó a echar maldiciones y a jurar que no conocía al hombre del que hablaban. Al instante cantó por segunda vez el gallo. Pedro recordó lo que le había dicho Jesús: Antes de que el gallo cante dos veces me habrás negado tres. Y rompió a llorar.
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