Lo más hermoso que le puede suceder a una persona es sentirse amada. Ser amada en plenitud, es decir, ser aceptada sin reparos, reconocida tal como es, respetada sin condiciones. Ese es el amor al que se refiere Jesús y no a otro. Amor incondicional. Amor sin prejuicios. Amor sincero. Amor desinteresado.
No soy consciente de cuándo me sentí por primera vez realmente así, amado en plenitud. No me refiero al enamoramiento, eso es más eléctrico, más pasional e incontrolable. Hablo del amor sin interés.
Por supuesto, el amor de mis padres, de mi familia, de las personas cercanas, es una constante en mi vida. Pero dentro del armario siempre, siempre, siempre existía el miedo a revelar el gran secreto, eso que me señalaría, me pondría un sello visible y me haría foco de burlas, desprecios y humillaciones, como estaba harto de ver les sucedía a los gays que se atrevían a salir o eran sacados a trompicones del armario.
Yo no me atreví a contarlo. Precisamente por el temor a que hacerlo rompiera el frágil equilibrio que mantenía vivo eso que yo llamaba amor de los demás y por los demás. Hasta pasado mucho tiempo no pude saber si el amor mutuo hubiera sido el mismo antes que después de contar mi verdad.
De adolescente más de una vez soporté asustado las charlas acusadoras sobre lo terrible de ser un desviado, un pervertido sodomita, y cuánto entristecía a Dios este tipo de comportamientos enfermos. Al rato esa misma persona que me había hundido convenciéndome de lo horrible que yo era, podía proclamar con la mayor naturalidad la lectura de Juan, “amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Entonces me preguntaba cómo podían amarme y cómo podía amarme Dios. Según eso, nunca iba a suceder.
Thalía, una chica transexual de 17 años, se suicidó incapaz de soportar la presión y el acoso que sufría. Una persona joven más, y ya no sé cuántas, que se desespera y decide morir porque es mejor que vivir así, en un infierno.
Cuando a la presión social se une la culpabilidad religiosa, es todavía peor; porque quienes alimentan esa desesperanza nos hacen confundir el infinito amor que Dios tiene a todas sus criaturas, por rechazo y vergüenza. El “amaos los unos a los otros como yo os he amado” pierde todo su sentido trascendente y es un fraude. Entonces prefieres morir, como Ekai, como Thalía, como yo con dieciséis años.
Debo dar gracias a Dios porque conmigo evitó que consiguiera irme. Me salvó de la muerte, me salvó de mis miedos, me salvó de las fieras y no me perdió de vista en mis travesías por desiertos enormes. No lo elegí yo a Él, sino que fue Él quien me eligió a mí.
Al final, en el lugar más inhóspito siempre hay un pozo. Sacié mi sed y tomé fuerzas para recuperar fe y vida. Ahí encontré el amor de Dios y supe que las palabras de Jesús –“como el Padre me amó, así os amo yo–“ las pronunció pensando en las personas a las que nos fue arrebatada la posibilidad de ser naturalmente, desde muy jóvenes, desde siempre, amadas tal como somos.
Como el Padre me amó así yo os he amado: permaneced en mi amor. Si cumplís mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he dicho esto para que participéis de mi alegría y vuestra alegría sea colmada. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os amé. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por los amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace el amo. A vosotros os he llamado amigos porque os comuniqué cuanto escuché a mi Padre. No me elegisteis vosotros; yo os elegí y os destiné a ir y dar fruto, un fruto que permanezca; así, lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo concederé. Esto es lo que os mando, que os améis unos a otros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comparte lo que quieras. Fírmalo si quieres. Siéntete libre y exprésate con respeto. ¡Gracias!