Siempre me explicaron este pasaje del Evangelio como una alegoría de la resurrección. De hecho Jesús hace alusión a ella en los últimos versículos, aunque los discípulos presentes no se enteraron de nada de lo que quería decir.
Jesús salió de sí mismo, se transfiguró, como poco tiempo después le sucedería volviendo a la vida a los tres días de ser crucificado.
Resucitar es evidentemente regresar a la vida. Salir de la muerte y volver a existir. De eso las personas LGBTIQ+ que decidimos abrir las ventanas de nuestra vida tenemos bastante experiencia. Y los que somos creyentes le agregamos un sentido más profundo y trascendente.
Para un homosexual asustado que no está seguro de si le van a aceptar o no sus amigos, su familia, sus compañeros, su mundo… ser capaz de expresar y contar quién es, qué es y cómo se siente es como resucitar, es transfigurarse, salir de sí y confiar en que a partir de ahora todo va a ir mejor. Las personas LGBTIQ+ cristianas tuvimos que hacer además un ejercicio de re-encuentro con Dios, con un Dios nuevo que de repente nos amaba incondicionalmente, que nos aceptaba tal como éramos, que lloraba nuestro tiempo alejadas de Él. Un Dios diferente al que nos habían contado. Este era el buen Dios que daba sentido a todo, que nos recuperaba, que nos salvaba.
Recuerdo ese episodio de mi vida con absoluto agradecimiento y respeto. Y cuando con algunos más, juntos fuimos orando esa experiencia de auténtica resurrección, pudimos haber dicho “¡qué bien se está aquí! Pongamos tres tiendas, y quedémonos con Jesús en este sitio tan fantástico”. Pero optamos por bajar de la montaña alta y compartirlo con quien quisiera escuchar que Dios tiene una palabra de salvación para cada una y cada uno de nosotros. Ya podemos anunciarlo, porque el Hijo del Hombre ha resucitado, y nosotros con Él.
Seis días más tarde tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan y se los llevó aparte a una montaña elevada. Delante de ellos se transfiguró: su ropa se volvió de una blancura resplandeciente, tan blanca como nadie en el mundo sería capaz de blanquearla. Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: —Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a armar tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías –No sabía lo que decía, pues estaban llenos de miedo–. Entonces vino una nube que les hizo sombra, y salió de ella una voz: —Éste es mi Hijo querido. Escuchadle. De pronto miraron en torno y no vieron más que a Jesús solo con ellos. Mientras bajaban de la montaña les encargó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que aquel Hombre resucitara de la muerte. Ellos cumplieron aquel encargo pero se preguntaban qué significaría resucitar de la muerte.
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