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diciembre 02, 2023

CVII ¡DESPERTAD!


Sobre
Marcos 13, 33-37

Una vez, en un encuentro con una comunidad cristiana me pidieron que definiese con una palabra mi experiencia en el armario. 

“Pesadilla” —contesté. 

Insistieron y me invitaron a que añadiera un solo término más que describiese mi vida en el armario como persona LGBTIQ+ cristiana. 

“Angustia” —respondí. 

Alguien pidió la voz y me preguntó: —“¿Y cómo hacías para sobrellevarlo?”

Entonces dije: —“Continuamente trataba de despertar de esa angustiosa pesadilla”.


Cuando hace unos días reflexionaba acerca de todo lo acontecido con Álvaro, me dolió hasta llorar el rememorar los detalles y recuperar sensaciones y sentimientos. 

Pero lo que más me entristeció fue precisamente lo que sentí al bucear en la angustiosa pesadilla del armario, reconociendo cuántas mentiras fabriqué para construir una vida falsa, a cuántas personas engañé con el único fin de preservar la imagen que deseaba proyectar de mí mismo, para así evitar ser apartado, excluido, burlado, despreciado por ser como era, como soy.


Salir del armario no ha supuesto olvidarme de lo que sucedió en ese periodo de mi vida. Es frecuente recordar momentos y experiencias, porque al fin y al cabo ahí está casi toda mi historia. Mucho de lo que ocurrió —especialmente todas las condiciones que forzaron la construcción del armario— ha modelado buena parte de mi forma de ser. Tampoco todo en esos años es esencialmente aborrecible. Hay experiencias a las que muchas personas se enfrentan de forma corriente, con sus pequeñas diferencias y matices, sí, pero con una cadencia natural, como es el descubrimiento del cuerpo, del propio yo con sus riquezas y limitaciones, de los demás y de cómo respetar sus singularidades, del amor, de la vida, de Dios mismo. Experiencias y descubrimientos que, situado dentro del armario, viví con especial intensidad. 


Destaco el amor, puesto que en el armario siempre es amor prohibido, perseguido y perverso pero aún así inevitable. Destaco la vida, porque en numerosos armarios está íntimamente amenazada por la muerte como única salida a una existencia hostigada. Destaco a Dios, porque en muchos armarios se han forjado las relaciones más profundas, vivas y apasionadas con el Creador que jamás pudieran darse, seguramente porque parten de una búsqueda activísima en ambas direcciones: de Dios que sale al encuentro y de la persona que siente la necesidad de reconocerse hija e hijo querido del Padre y por eso pelea y se esfuerza hasta conseguir el abrazo deseado.


Con diversas peculariedades, la mayoría de las personas cristianas LGBTIQ+ a quienes he podido escuchar su historia en el armario coinciden conmigo, en cuanto a definir esa parte de sus vidas como una angustiosa pesadilla. Y muchas de ellas, la mayor parte, estuvieron en un continuo intento de despertarse para dejar atrás ese mal sueño. 


Pero ¿despertar a qué? Buena pregunta. Lo tentador para muchas personas LGBTIQ+ que salen del armario es liberarse, en el sentido más amplio del término, y quedarse ahí sin profundizar más, sin valorar qué más hacer. De hecho la visibilidad tiene de por sí mucho de redención, porque resitúa a la persona, la permite reconciliarse consigo misma y plantar cara a muchos miedos que hasta hace nada fueron una poderosa razón para ocultar la verdadera identidad a los demás. Como LGBTIQ+ cristiano debería ser inviable quedarse “solo” en eso. 

Cuando salí del armario tuve mi tiempo de diva y estrella presentando en sociedad mi nuevo estatus de homosexual visible y orgulloso. No fue tan frívolo como parece. Pero caí en esa primera tentación a la que antes me refería. 


Pese a todo, la pregunta seguía rondando mi cabeza. Había logrado salir de la angustiosa pesadilla del armario y despertar. ¿Despertar a qué? 

Realmente en mi recorrido personal de salida del armario tuvo mucho que ver la fe. A veces me he referido al desierto como experiencia inevitable pero indispensable, un tiempo en el que me enfrenté a mí mismo y durante el que busqué furiosamente a Dios, escudriñando respuestas, pidiéndole explicaciones sin dejar de gritar, hasta que, agotado, callé y solo entonces pude escuchar la voz del Padre llamándome por mi nombre. Entonces fue posible mi reencuentro con Dios, pude reconocerme por primera vez, con absoluta claridad, hijo querido del Padre.


Tenía la intuición de que todo ese proceso —junto al de otras personas— nos orientaría hacia un compromiso concreto con el colectivo LGBTIQ+ creyente, trabajando para, por un lado, anunciar que Dios ama a todas las personas por igual, sin menospreciar su género ni su orientación sexual, desarrollando herramientas para acoger y también para sanar heridas, acompañar y reconciliar. Y de otro lado, crear sinergias y tender puentes mediante los que hacer posible una Iglesia realmente acogedora e inclusiva. Así, por cierto, nació Ichthys en el año 2004.


Toda esta reflexión surge a partir del texto del evangelista Marcos con el que iniciamos el Adviento. El Maestro pide que nos mantengamos despiertos. Que estemos alerta. No es un relato apocalíptico en el que nos amenace acerca de las consecuencias de quedarnos dormidos y encontrarnos así el dueño de la casa a la vuelta de su viaje. Más bien nos está recordando que si nos vence el sueño perderemos la oportunidad de acoger al Señor a su regreso, habremos desperdiciado la ocasión de dar sentido a todo este tiempo de espera. 

Al colectivo LGBTIQ+ cristiano, Jesús nos está invitando a despertar, a salir para siempre de las largas y trágicas pesadillas en las que aparecimos como víctimas y donde a veces nos apoltronamos, en una actitud de mártires que nos resulta en cierta forma rentable porque enaltece nuestros derechos y pone en evidencia al opresor, pero por contra alimenta el rencor y el resentimiento hasta cotas imprevisibles. No es ese nuestro sitio. Más bien debemos apoyarnos en nuestros propios testimonios para desde ahí construir en lugar de romper.


Por eso Jesús nos empuja a despertar, a ser testigos, a sacudir la insolencia con la que buena parte de la jerarquía trata a hombres y mujeres LGBTIQ+, a recuperar el auténtico rostro de Dios en la Iglesia, a restaurar la misericordia de la que habló Jesús, a contribuir en la construcción de una comunidad de hermanas y hermanos que conformen el Pueblo de Dios, la Iglesia de Cristo, con un corazón nuevo, que sea fuente de esperanza para todas y todos sin excepción. 



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!»

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