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diciembre 15, 2023

CIX ¿QUIÉN ERES?


Sobre
Juan 1, 6-8.19-28


¿Quién dice que solo hay un armario? No es así. Las personas LGBTIQ+ cristianas superamos más de uno de ellos antes de sentirnos completamente libres. Vamos a echar un vistazo.


El primero, el que afecta a la familia, los amigos, el trabajo, y toda la estructura social. Es el armario que se construye a partir de las barreras morales convencionales, los comportamientos reglados y los argumentos sociales tradicionales. Responde al principio ancestral de que ser diferente no es lo "normal" y, por tanto, debe prohibirse, limitarse, acotarse o excluirse. 

Así surge el primer armario, el del miedo a los demás.


El segundo, el que afecta a la fe, a las creencias, especialmente si la fe está fundamentada no solo en creer en Dios, sino en sentirse parte inseparable de la Iglesia de Cristo, por cuanto es la propia Iglesia —en cuanto a la doctrina que dicta la jerarquía— quien afirma que los comportamientos homosexuales no pueden recibir aprobación en ningún caso (CIC 2357). 

Es el armario del miedo a Dios.


El tercer armario alude al propio colectivo LGBTIQ+. Ser cristiano en el ambiente no es generalmente bien visto. En cierto modo está justificado, porque la Iglesia —vuelta a la jerarquía, la doctrina y todo eso— ha atacado sistemáticamente durante siglos a las personas LGBTIQ+. 

En la base de la mayoría de las conductas morales que desaprueban a las personas no heterosexuales en todas las culturas, hay un componente religioso que es, a su vez, digno de un profundo estudio que, cuanto más reflexivo y serio es, más aleja del amor de Dios esa ofensiva y ultrajante moral. 

Es el armario de la humillación.


A veces es más difícil decir que soy cristiano en una tertulia de amigas y amigos LGBTIQ+, que aclarar que soy homosexual en un entorno creyente. Esto debería hacernos reflexionar. Cuando en el ambiente digo que soy cristiano, la mayoría de los que me están escuchando ven en mí el discurso bronco, áspero e inmisericorde de la Iglesia intransigente, la misma que les hizo daño y por la que se muestran dolidos y resentidos. 


Son tres armarios y los tres transpiran exclusión. Los dos primeros apuntalan el miedo a hacernos visibles, porque tememos las consecuencias, a veces dolorosas, de descubrirnos tal como somos. Quienes hemos vivido ese tiempo a oscuras lo recordamos como un espacio perdido de nuestras vidas, en el que no pudimos ser nosotros ni nosotras mismas, ni se nos fue revelado el amor de Dios, porque se nos educó en el miedo al pecado por ser diferentes, se nos contó que el Padre no nos quería así.


El tercero bien puede ser consecuencia de los otros dos, y es el efecto de nuestra visibilidad (en este caso como creyentes), resultado del riesgo de ser testigos de Jesús y nos descubre el reto de ofrecer una Iglesia diferente a la que se refieren, distinta a la que les dolió y los separó.


Desde esta realidad, quienes hemos tenido la suerte de que el Padre Dios entre en nuestras vidas tenemos el compromiso adquirido de ser puente, de acercar la Palabra a tanta gente que ha sido escandalizada, apartada o expulsada y por eso alejada de la Iglesia que es, sobre todo, Pueblo de Dios, casa de todas y de todos. 


Nos preguntarán, como a Juan, ¿pero tú, quién eres?. Contestaremos que no somos el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. Pero muchas veces somos —como decía Juan— “la voz que grita en el desierto: “allanad los caminos del Señor””, y nos sorprenderemos confesándonos testigos, casi avergonzados, porque hace muy poco estábamos en las fronteras de la Iglesia y hoy, sin renunciar a ese territorio donde es imposible acomodarse e instalarse, pedimos justicia y anunciamos la misericordia de Dios. 



Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. 
Y éste fue el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a Juan, a que le preguntaran: «¿Tú quién eres?» 
Él confesó sin reservas: «Yo no soy el Mesías.» 
Le preguntaron: «¿Entonces, qué? ¿Eres tú Elías?» 
El dijo: «No lo soy.» 
«¿Eres tú el Profeta?» 
Respondió: «No.» 
Y le dijeron: «¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?» 
Él contestó: «Yo soy la voz que grita en el desierto: "Allanad el camino del Señor", como dijo el profeta Isaías.»
Entre los enviados había fariseos y le preguntaron: «Entonces, ¿por qué bautizas, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?» 
Juan les respondió: «Yo bautizo con agua; en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia.»
Esto pasaba en Betania, en la otra orilla del Jordán, donde estaba Juan bautizando.



2 comentarios:

  1. Gracias por ser voz y ser luz para muchos que lo necesitan y no lo saben o no pueden ni mencionarlo. Qué no se apague ni tu voz ni tu luz 🙏🙏🙏

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