Sobre Juan 1, 1-18
“Y la Palabra se hizo carne"
No eligió una carne ideal, correcta, aceptada por todos. Eligió la carne real. Vulnerable. Cuestionada. Expuesta. Por eso no puedo leer este texto sin pensar en nuestras vidas LGBTIQ+, tantas veces tratadas como si fueran un problema que Dios debería corregir y no una historia que Dios desea habitar.
Antes de que nadie nos pusiera nombre, antes de que la Iglesia nos señalara, antes incluso de que aprendiéramos a desconfiar de nosotros mismos, la Palabra ya estaba. Y en ella estaba la vida. Nuestra vida también. No una vida a medias, no una vida tolerada, sino una vida querida desde el principio.
El nacimiento de Jesús es una denuncia silenciosa pero radical: Dios no se revela en la pureza, ni en la norma, ni en la exclusión, sino en la carne. Y cuando Dios se hace carne, desautoriza cualquier teología que desprecie cuerpos, afectos o identidades. Toda fe que humilla, que margina o que obliga a vivir escondidos no nace de la Encarnación.
“Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron.”
Esta frase tiene nombres y rostros. Son las personas LGBTIQ+ expulsadas de comunidades cristianas. Somos las que aprendimos a rezar pidiendo no existir así. Son las que aún hoy escuchan que su amor es un pecado estructural, un trastorno que curar, una ofensa a Dios. Jesús conoce ese rechazo desde su nacimiento. Y no se pone del lado de quienes excluyen en nombre de Dios, sino de quienes quedamos fuera.
Pero el prólogo del evangelista Juan no se queda en el rechazo. Afirma algo profundamente subversivo: a quienes acogen la Palabra se les concede ser hijas e hijos de Dios. No a quienes controlan, juzgan o vigilan. A quienes acogen. Y muchas personas LGBTIQ+ hemos acogido a Dios desde la intemperie, desde la herida, desde la resistencia. Eso también es fe. Aun más, es una fe adulta.
La Palabra se hace carne y acampa. No funda una fortaleza doctrinal. Acampa entre quienes no tienen lugar seguro. Por eso me atrevo a decir que Cristo sigue naciendo hoy en los cuerpos y las historias LGBTIQ+ que luchan por vivir con verdad, con dignidad y con amor.
“La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la venció.”
Esta no es una frase piadosa. Es una promesa para quienes han sido empujados a la sombra. La luz no se apagó cuando nos dijeron que no éramos personas bienvenidas. No se apagó cuando nos pidieron silencio. No se apagó cuando confundieron fidelidad a Dios con violencia espiritual.
Creer en el nacimiento de Jesús, desde nuestra experiencia LGBTIQ+, es afirmar que Dios no está en contra de nuestras vidas, sino comprometido con ellas. Que nuestro existir no es una deficiencia ni nuestros gritos son un error teológico, sino un lugar donde la Palabra sigue encarnándose. Y que mientras haya una persona LGBTIQ+ creyendo, amando y resistiendo, la Encarnación no habrá terminado.
Dios sigue naciendo. También aquí. También así. Y nadie, en absoluto, tiene autoridad para negarlo.

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