Sobre Mateo 2,13-15.19-23
Al orar con el relato de Mateo sobre la huida a Egipto y el regreso a Nazaret, el texto enseguida se abre como una revelación silenciosa sobre la fragilidad y la diversidad de las familias en las que Dios decide habitar. No se trata de una escena edulcorada ni ideal: es una familia amenazada, desplazada, obligada a tomar decisiones difíciles para proteger la vida que se le ha confiado.
La Sagrada Familia aparece aquí lejos de cualquier modelo cerrado o idealizado. Es una familia en tránsito, que huye por miedo, que cruza fronteras, que aprende a vivir como extranjera. En ese movimiento forzado, Dios no se ausenta: permanece. El Hijo de Dios crece en medio de la precariedad, del desarraigo y de la inseguridad. El Evangelio muestra así que la bendición divina no se apoya en la estabilidad social ni en la corrección de las formas, sino en el amor que cuida y protege la vida.
Desde la experiencia de las personas LGBTIQ+, este pasaje resuena con especial fuerza. Muchas familias diversas conocen también la amenaza, el cuestionamiento y la necesidad de buscar espacios seguros donde amar y criar sin miedo. Han tenido que cruzar sus propios “Egiptos”: contextos sociales, religiosos o educativos donde no se les reconocía dignidad ni legitimidad. Y, como en el relato evangélico, ese camino no las aleja de Dios, sino que se convierte en lugar de encuentro con Él.
El texto de Mateo sugiere que Dios no bendice un único modelo familiar, sino la fidelidad al cuidado mutuo. Familias con dos madres o dos padres, familias diversas, elegidas o reconstruidas, participan de la misma verdad profunda: allí donde hay amor que protege, Dios habita. No son realidades secundarias ni toleradas, sino espacios auténticos de gracia.
El regreso a Nazaret refuerza esta intuición. Nazaret es un lugar insignificante, marcado por el prejuicio. Sin embargo, es allí donde Jesús crece, se forma y aprende a amar. Dios elige lo pequeño, lo cuestionado, lo que no encaja en las expectativas dominantes. Así, el Evangelio afirma que ninguna familia queda fuera de la bendición por su forma o composición.
Este pasaje invita a una reconciliación serena entre fe y diversidad. Permite contemplar todas las familias actuales —incluidas las familias LGBTIQ+— como realidades igualmente dignas, igualmente amadas y bendecidas por Dios. No es la conformidad a un esquema lo que hace sagrada a una familia, sino el amor que sostiene la vida día a día.
En la huida, en el regreso y en la vida cotidiana de esta familia evangélica se revela un Dios que acompaña, que protege y que se queda. Un Dios que sigue naciendo y creciendo en hogares diversos, frágiles y verdaderos.
Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.»




