Desde Marcos 12, 28b-34
Una tarde, un chico se acercó a orar ante el Santísimo, como tantas veces. Entró en la capilla y se arrodilló. Cuando estaba en mitad de sus rezos, un hombre se acercó a él y, a plena voz, le dijo que tenía que marcharse, porque ni él, ni gente como él, eran bienvenidos en la Iglesia.
El joven se asustó, porque lo que estaba sucediendo le parecía inimaginable y se sobresaltó. Entonces el hombre repitió en el mismo tono, para que todas las personas que estaban en la capilla lo escucharan, que no era bien recibido él ni nadie como él, señalando una pulsera con el arcoíris y el pez de Ichthys que llevaba en la muñeca. El hombre decía “no tienes nada que hacer aquí, no sois bienvenidos en la Iglesia, márchate”.
Nadie increpó a este buen cristiano. Nadie evitó lo que estaba sucediendo. El joven se levantó confundido, y salió de la capilla. Dentro siguieron rezando ante el Santísimo.
Esta historia sucedió de verdad. Ojalá no. Hace solo unos meses.
A Jesús le preguntaron por el primer mandamiento. Respondió: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser.
Verdaderamente, esas personas de la capilla estaban cumpliendo ese mandamiento. Ciegamente. Por encima de todo. Por encima de todas y de todos.
El segundo —añade Jesús— es este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El escriba había tendido al Maestro una trampa, pero acaba asombrado ante la respuesta de Jesús y, admirado, dice: Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.
¡Dice que amar al prójimo vale más que todos los holocaustos y sacrificios!
En aquella capilla se quedaron con sus holocaustos y sus sacrificios. Pero no amaron al prójimo.
Porque Jesús, ni en este pasaje ni en ningún otro hace diferencias entre quiénes son prójimos dignos y quiénes no. Para Él todas y todos son merecedores del amor de sus semejantes. Y sin ese amor a los demás, de nada sirven holocaustos ni sacrificios. De nada vale amar a Dios.
El mensaje de Jesús en Marcos resuena con un poder especial para aquellos que hemos experimentado el rechazo. Afirmar que el amor es el mandamiento más importante significa reconocer que toda acción debe ser evaluada en función de si promueve o no el bienestar, la dignidad y el respeto de los demás.
Para la comunidad LGBTIQ+, este pasaje no solo es un recordatorio del amor incondicional de Dios, sino también una invitación a desafiar cualquier discurso religioso o cultural que siembre odio o exclusión. Si el amor es el mandato fundamental, entonces cualquier forma de discriminación o rechazo carece de fundamento desde la perspectiva cristiana que Jesús propone.
Jesús llama a amar al prójimo sin condiciones, y este llamado incluye a todos y todas, tal como son.
© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com
En aquel tiempo, un escriba se acercó a Jesús y le preguntó: "¿Qué mandamiento es el primero de todos?" Respondió Jesús: "-El primero es: "Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser." El segundo es éste: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." No hay mandamiento mayor que éstos." El escriba replicó: "Muy bien, Maestro, tienes razón cuando dices que el Señor es uno solo y no hay otro fuera de él; y que amarlo con todo el corazón, con todo el entendimiento y con todo el ser, y amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios." Jesús, viendo que había respondido sensatamente, le dijo: "No estás lejos del reino de Dios." Y nadie se atrevió a hacerle más preguntas.
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