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abril 21, 2024

CXXVIII NECESITAMOS PASTORES QUE HUELAN A OVEJA


Sobre 
Juan 10, 11-18

Sentí gran alegría cuando escuché al Papa Francisco pedir a los sacerdotes que fuesen pastores con olor a oveja. Ocurrió en la misa del jueves santo de 2013, pocos días después de ser elegido. Las personas creyentes LGBTIQ+, y en realidad todas las personas LGBTIQ+ con fe o no, estábamos acostumbradas a que muy pocos sacerdotes se arriesgaran a verse mezclados en nuestros asuntos, por mucho que demandábamos no solo la más mínima misericordia en no pocos juicios de valor por su parte, sino sobre todo la mayor de las atenciones en temas de pastoral y acompañamiento espiritual.
Los sacerdotes, religiosos y religiosas que, hasta ese momento, se atrevieron a rozarse con nosotros lo suficiente como para oler a oveja rosa, tuvieron que sortear obstáculos y dar explicaciones, cuando no actuar de tal forma que su labor no fuera descubierta.

La exégesis del texto del Buen Pastor suele presentar a Jesús como el pastor bueno que se preocupa de todas las ovejas, incluso de aquellas que no son propiamente de su rebaño, frente a otros pastores que envilecen su trabajo descuidando su deber.
Evidentemente, nuestra experiencia como ovejas de otro redil no es a causa de sentirnos menos cercanos de Dios, sino por estar más alejados de los pastores, de los malos pastores. Pues no es de Dios de quien somos ovejas perdidas, sino de la Iglesia.

Aún más dolorosamente, constatamos cómo las personas LGBTIQ+ creyentes que pierden el contacto con Dios, llegan a ese punto como consecuencia del mal hacer de malos pastores, incapaces de reconocer como parte de su misión a quienes, según el catecismo, por una parte merecemos respeto y debemos ser acogidos con compasión y delicadeza, pero por otra tenemos comportamientos desordenados que no pueden recibir aprobación en ningún caso.
Tanto a quienes abandonaron a Dios como a las personas que mantuvimos la fe, nos causa gran tristeza esta falsa condescendencia que permite seamos nosotros mismos siempre y cuando renunciemos a nuestra afectividad y a nuestra sexualidad, puesto que son conductas confusas y perturbadoras.

Cinco años después de aquel deseo de Francisco, en el que pedía a los ministros de la Iglesia que fueran buenos pastores, que se desgastaran con todas las ovejas sin preguntar, vamos percibiendo ciertos cambios, apreciando la cercanía de nuevas caras que se unen a las que siempre se arriesgaron y no pusieron reparos en ser rostro sincero de la Iglesia del Padre. 

Pero todavía queda un largo camino. Todavía sobran pasos atrás. Estorban miedos y tradiciones. Fastidian lobos con piel de amable pastor. Agobian pastores que empuñan la ley para callar sus propios miedos. Hostigan los fanáticos. Gritan los intolerantes. Ponen, entre todos, límites a nuestra dignidad como personas y como creyentes. Creyentes en el Dios que nos soñó tal como somos.
Aún así nada nos va a separar del amor que Dios nos tiene. Hoy como nunca cantamos con el Rey David “el Señor es mi pastor, nada me falta”.


Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. El asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, escapa abandonando las ovejas, y el lobo las arrebata y dispersa. Como es asalariado no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor: conozco a las mías y ellas me conocen a mí, como el Padre me conoce y yo conozco al Padre; y doy la vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no pertenecen a este corral; a ésas tengo que guiarlas para que escuchen mi voz y se forme un solo rebaño con un solo pastor. Por eso me ama el Padre, porque doy la vida, para después recobrarla. Nadie me la quita, yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y para después recobrarla. Éste es el encargo que he recibido del Padre.

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