Sobre Juan 15, 1-8
Recuerdo muy bien una meditación sobre esta lectura de Juan, acerca de la vid verdadera y el verdadero viñador. Fue durante un retiro para catequistas hace muchos años. Andaba construyendo por enésima vez los andamios de mi vida, convencido de que no resultaba del agrado de Dios, decidido a vivir una doble vida que me permitiera disfrazar de normalidad eso que yo era y tanta vergüenza y miedo me daba confesar, y resignado a mentir por puro instinto de supervivencia para el resto de mi existencia. Estas tres desesperanzadas columnas sostenían toda mi vida. Y ahí, en ese punto, estaba yo, meditando sobre la vid verdadera y el viñador.
Conservo un cuaderno desde el que ahora comparto lo que escribí:
"Mi naturaleza parece que me hace incómodo a los ojos de Dios. Me doy cuenta de que no puedo ser sarmiento de la vid. Soy más bien espina de una zarza, púa de un cactus, una hoja de ortiga. No puedo ser diferente a lo que soy por mucho que me empeñe. Puedo engañar a cualquiera pero no al viñador. Mejor arrancarme de la vid”.
Eso hice. Abandoné todo. Dejé mi comunidad con no recuerdo qué excusa, renuncié como catequista (hacía días me sorprendí hablando a los jóvenes acerca de cómo ser fiel al Espíritu sin creerme un ápice lo que les decía), arrinconé mis hábitos de fe, me alejé de Dios tanto como pude durante un largo tiempo.
De otro modo, probablemente, si hubiese conseguido reunir el valor suficiente para salir del armario en ese momento, habría sido cortado de la vid como tantas otras, como tantos otros, podado por algún viñador celoso del método y la tradición, y de tantas razones como se preocupan de demostrar con poderosos argumentos teológicos y hermeneúticos que humillan la dimensión humana y ponen medida a la dignidad de las personas LGBTIQ+. Aunque quizá, este sea tema para profundizar en él en otro momento.
En mi caso, de manera voluntaria, como también les ocurre a muchas personas creyentes LGBTIQ+, decidí auto-arrancarme de la vid. Todo eso me creó un doble sentimiento, por un lado de paz, al reconocerme por primera vez honesto conmigo mismo, y por otro de vacío, porque posiblemente había conseguido valorarme como persona, mas comenzaba a entender que Dios no tenía nada que ver con esta historia de desprecio.
Paradójicamente, acordarme de todo esto ahora, años después y visto con perspectiva, me concede la oportunidad de agradecer a Dios que me permitiera descubrir cuánto necesitaba de Él. Es verdad que las personas LGBTIQ+ que en algún momento de nuestras historias personales fuimos rozadas por el Padre, nunca fuimos abandonadas por Él, pese a que quisimos irnos de su casa. Los creyentes LGBTIQ+ seguramente encontraremos infinitos argumentos para justificar nuestra marcha, pero en el fondo ninguna de esas razones se acreditan desde Dios, sino a causa de lo que algunos hombres de Dios interpretan respecto a cómo debemos ser para dignificarnos como cristianos.
Todo esto -ahora estoy seguro- y, desde que tengo uso de razón, tantas otras crisis de fe por lo de ser homosexual, no ha hecho otra cosa que acercarme más a Dios en vez de alejarme, porque así fui muchas veces hijo prodigo volviendo a casa, mujer apedreada por quienes no estaban libres de pecado, mal herido asistido por el buen samaritano, ciego que vuelve a ver, leproso que cura sus llagas, mujer que toca el manto del Maestro, oveja perdida a la que encuentra el pastor y, también, sarmiento cortado que el viñador injerta con cuidado en la vid, cura y vigila para que la savia vuelva a correr por él dando vida.
Cuando en oración miro atrás a mi vida, ciertamente no me hace feliz recordar cómo sufrí al no poder ser yo mismo durante buena parte de mi historia, pero veo claramente a Dios. Incluso en los tiempos en los que creí estar alejado de Él, sé que me sostuvo y le estoy eternamente agradecido por su constancia. Si digo que tengo fe no es solo porque creo en Dios sino porque Él nunca dejó de creer en mí. Pero han hecho falta muchos años para ser consciente de todo esto, desde aquella meditación sobre la vid y el viñador que me llevó a saltar desesperadamente del barco y huir.
Ahora sé con seguridad que Él es la vid verdadera que permanece unido a mí, y yo a Él. Ahora pido lo que quiero y sé que lo tendré.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».