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febrero 03, 2024

CXVI LA FUERZA DE LA ORACIÓN


Sobre
 Marcos 1, 29-39



El relato de hoy es aparentemente poco llamativo. Nos cuenta cómo transcurrió aquel día, después del suceso anterior en la sinagoga por la mañana: fue a casa de Simón y Andrés, y allí curó a la suegra de Simón, y tras ella a muchas más personas que fueron llevándole. Después se retiró a orar, y más tarde hizo planes para el día siguiente.
Sin embargo en este texto se resume buena parte de la actitud vital de Jesús: para empezar vuelve a dejar la ley y la tradición a un lado y no le importa curar en sábado, porque antes está el bien de la gente que el cumplimiento de las normas. No dice Marcos si predicó, pero es fácil imaginar que sí, su forma de hacer, de hablar con autoridad y su estilo transgresor seguramente abrieron los corazones de cuantos estuvieran con él ese día.
Y, por último, se retiró a orar.

Cuando hace años algunas personas homosexuales comenzamos a reunirnos, ansiábamos ser curados del miedo, del rencor, del dolor, de tanta condescendencia con que en los templos de la época se nos iba tratando con autoridad preñada de amenazas. Teníamos algo claro: debíamos descubrir al verdadero Jesús antes de perder definitivamente el norte y matar de fiebre nuestra débil fe. Tuvimos la misma suerte que aquel hombre de la sinagoga, que la suegra de Simón y que tantas otras personas que fueron tocadas por Jesús, pero no por estar sino por querer. Esa es nuestra fe. Como la suegra de Simón, enseguida descubrimos que teníamos que ponernos a servir. Sin pérdida de tiempo.

Y, por supuesto, la oración. No hay acción sin oración detrás. Es imposible hacer por hacer. La fe no se sostiene haciendo cosas, sino sustentada por una espiritualidad que aporte energía, ánimo, voluntad, confianza, alegría de saberse en manos de Dios.
Jesús basaba todo su hacer en la oración. Una oración que no se quedaba ahí, sino que le llamaba a actuar y a dar sentido a todo.

Las cristianas y cristianos LGBTIQ+ tenemos mucho que decir, que anunciar; mucho que hacer, mucho que transformar, que curar. Pero ni una sola de nuestras palabras ni de nuestros actos serán realmente creíbles si no surgen de la oración, del encuentro tranquilo y confiado con papá Dios, el Abbá de Jesús.


En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar.
Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca.»
Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.» Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios. 

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