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noviembre 11, 2023

CIV PERDER ACEITE


Sobre
Mateo 25, 1-13



Entre la cantidad de palabras, expresiones y frases que se refieren despectivamente a las personas LGBTIQ+, se encuentra esta de “perder aceite”. Cuando se dice que alguien pierde aceite se está expresando con burla y mediante un eufemismo que esa persona es homosexual. 

He encontrado muchas explicaciones acerca de dónde procede la frase, todas muy pintorescas. Mi conclusión, en cualquier caso, es que me parece asombroso cuánto discurre la mente humana hasta encontrar formas diversas de insultar y despreciar a los que son diferentes de manera que sea políticamente correcto, como si se tratara de un chiste condescendiente que atenuase la crudeza de una clara ofensa, de forma que la mofa es socialmente aceptada. Cada vez que alguien dice “ese pierde aceite”, “esa tiene pluma”, “aquél es de la acera de enfrente”, “por ahí viene un palomo cojo”, “mira qué camionera” o “a ese le suda la espada” (por poner solo unos ejemplos de los más escuchados), se está insultando a hombres y mujeres que no merecen ser tratados de forma tan ridícula.


Siempre he vivido con mucho tormento lo relativo a los insultos dirigidos al colectivo LGBTIQ+, dentro del cual desde muy joven intuí que me encontraba. Aunque mi estatus de habitante del armario, invisible, no me situaba como blanco de las burlas —pues ya me esforzaba bastante por evitar cualquier sospecha acerca de mi orientación sexual—, las mofas contra el colectivo me hacían el mismo daño y acrecentaban el temor a ser discriminado si llegara el caso de que se hiciera pública mi homosexualidad. 

Los eufemismos me parecían igual de hirientes unos que otros. Hoy siento lo mismo. De vez en cuando recibo en mi correo y en las Redes algunas frases con insultos o burlas, casi siempre anónimas, pero ya no me ofenden en absoluto. En todo caso me duelen por lo que significan de afrenta barata a la dignidad de las personas, especialmente las más vulnerables por su edad, por el momento que viven o por los condicionantes en que se desenvuelven. Entre todos esos insultos la expresión que hace mención a que los homosexuales —y por extensión todas las personas LGBTIQ+— perdemos aceite, va a servirme para una —espero— interesante reflexión. 


La parábola de las diez doncellas habla de la importancia de tener las lámparas preparadas para que cuando llegue el novio estén encendidas y puedan mantenerse ofreciendo luz durante toda la noche. Con ese fin hará falta suficiente aceite. Si no se hace previsión del combustible —como le ocurrió a cinco de las doncellas— puede pasar que las lámparas no sirvan para nada, y si han de correr a la tienda a por más aceite, cuando vuelvan a la casa se encontrarán las puertas cerradas.

Se perderán la fiesta.

Esta parábola sobre el reino de los cielos siempre me la explicaron de forma muy simplista, como una advertencia de que debía estar preparado día a día porque cuando menos lo esperase llegaría el final de mi vida, y si mi lámpara no estaba encendida no entraría al banquete de bodas,  es decir, al reino de Dios. Esa interpretación me causaba mucha ansiedad pues, evidentemente, iba a llegar el final de mis días sin dejar de ser homosexual, y hasta donde me aseguraban todas las fuentes, eso era pecado mortal.


Ahora sé que Jesús no quiso hacer de esa parábola un texto amenazante. Sitúa la historia en una boda, es decir, una fiesta alegre. El novio es Dios mismo que invita a su casa a todo el mundo, sin excepción. No es intención de Jesús presentar como buena la actitud de unas doncellas que son previsoras y cuentan con suficiente aceite para sus lámparas, pero por otra parte resultan ser muy egoístas al no querer compartir sus alcuzas. Las otras cinco doncellas son unas despistadas, pero su necedad es la misma que la del hombre que construyó su casa sobre arena, es decir, no fueron conscientes de hay que estar alerta a cada detalle, a cada imprevisto, que hay que anteponerse a las necesidades del momento y también a las consecuencias de los errores, si se quiere entrar a la fiesta. Con su astucia —previsoras y poco solidarias— las cinco primeras doncellas pudieron dar luz al novio y disfrutaron del banquete. Las otras cinco se perdieron lo mejor.


El aceite es todo lo bueno que tenemos de cuanto Dios mismo nos ha regalado, lo que nos mueve a ser la luz que ilumina para que otros vean y lo que genera la esperanza que nos hace intuir que es posible un mundo nuevo. Nuestro Padre quiere que las lámparas que portamos estén bien servidas por alcuzas rebosantes de aceite para que nunca se apague la llama.

Esto lo sé ahora porque Dios me ha dado la oportunidad de descubrirlo, pero en otro tiempo mi experiencia fue diferente.


Podría decirse que fui una doncella que perdía aceite —por mantener la linea de personajes de la parábola. Y es así: muchas personas cristianas LGBTIQ+ hemos perdido aceite hasta quedarnos prácticamente sin nada: sin luz, sin esperanza, sin ilusión, sin apenas fe. 

Mi alcuza estaba agujereada por las dudas acerca de lo que sentía afectivamente, por el miedo a ser discriminado y excluido, pero sobre todo por el temor a que Dios no me sintiera como digno hijo suyo. Estos tres fundamentos alimentaban mi desesperanza. Mi lámpara no tenía posibilidades de estar mucho más tiempo encendida. Perdía confianza, perdía ilusión, perdía ánimo, perdía fe, perdía aceite con que encender la antorcha para esperar al novio, acompañarle y entrar a la fiesta.


Cada día en el armario fue una ofrenda al miedo, en el que venció todo aquello que supuso un obstáculo para que pudiese ser yo mismo y también triunfó todo lo que fue un impedimento para reconocer a Dios como Señor de mi vida. Cada día en el armario fue un continuo rendirme y despreciar la oportunidad de entrar en el banquete de bodas con mi lámpara encendida y mi alcuza reparada, sin pérdida de aceite, llena hasta los bordes. 


Por eso quienes hemos recibido el regalo de renovar nuestro sentimiento de ser hijas e hijos amados por el Padre, y porque por la misma razón nuestras lámparas están encendidas y conservamos aceite suficiente, por eso estamos llamados a dar luz a quienes siguen en la oscuridad de los armarios del miedo, de la falta de esperanza, de la necesidad de abrazar al Padre-Madre que espera en la puerta a recibirlos. Esta es nuestra promesa de curar resentimientos y tender puentes fijos sobre los que puedan cruzar para sentirse parte de la Iglesia. Es nuestro compromiso, que todas y todos participen del banquete de bodas.



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas. El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó una voz: "¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!" Entonces se despertaron todas aquellas doncellas y se pusieron a preparar sus lámparas. Y las necias dijeron a las sensatas: "Dadnos un poco de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas." Pero las sensatas contestaron: "Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta. Más tarde llegaron también las otras doncellas, diciendo: "Señor, señor, ábrenos." Pero él respondió: "Os lo aseguro: no os conozco." Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora.»

4 comentarios:

  1. Qué tu lámpara siga encendida y conserve aceite suficiente durante mucho tiempo para dar esa luz tan necesaria para tantas, tantos y tantes

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  2. Gracias por este nuevo testimonio y explicación del Evangelio hoy.

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