Sobre Lucas 9, 11b-17
Lucas narra uno de esos momentos en los que Jesús muestra su dualidad Dios-Hombre, padre y madre preocupado de alimentar el espíritu pero también por saciar el hambre física de todas las personas que le seguían.
Esta es también una de las ocasiones en las que Jesús adelanta la cena de la Pascua. Quizá las vistas del atardecer desde la orilla del Lago de Galilea resultaran un espacio impresionante, aunque menos solemne que el cenáculo, pero al fin y al cabo era una demostración de lo que significaba para Él compartir, darse, entregarse, repartirse, partirse en pequeños trozos para poder llegar a todas y todos sin excepción.
Es fácil caer en la tentación de utilizar este relato para hacer una exégesis basada en la necesidad de compartir y el evidente problema del hambre en el mundo. Pero creo que mi comentario no va a ir por ahí, al menos no del todo.
De hecho, intuyo que estos versículos (que se repiten de forma muy similar en los cuatro Evangelios) pueden regalarnos muchas más cosas de lo que aparentemente sugieren. He compartido más de una vez cómo desde niño me gustaba imaginarme dentro de la escena del Evangelio que estuviese leyendo en ese momento, algo que fijé como método de oración en mi juventud y mantengo hasta ahora. Sé que mi manera de zambullirme en la Palabra y nadar torpemente en ella hizo posible que, aun en los momentos más complicados de mi vida, necesitara acercarme a los Evangelios tranquila y sosegadamente, buscando paz y la cercanía del Maestro. Muchos años después, cuando tuve la oportunidad de conocer la espiritualidad ignaciana, reconocí la oración contemplativa en mi modo de orar y quise profundizar en ello realizando los Ejercicios Espirituales, una experiencia sorprendente que no me ha dejado impasible y, estoy seguro, ha transformado mi fe en detalles que aún hoy se me están revelando.
Pero me estoy desviando del texto del evangelista entrando en otra historia, todo para decir que en la escena que describe Lucas es imprescindible introducirse con los sentidos, viendo, oyendo, mirando actitudes, gustando, oliendo, tocando.
Estamos junto a la orilla del mar de Galilea, huele a redes de pesca, amaina el calor del día, escuchamos el rumor de las olas suaves y oímos a las personas arremolinadas en el lugar conversando entre ellas; podemos observar a tres protagonistas de lo que allí está sucediendo: las gentes que habían estado siguiendo al Maestro, los apóstoles y Jesús, tres actitudes diferentes que van a centrar la oración de hoy.
- Los que seguían a Jesús.
Si la Iglesia preguntara de forma abierta y cercana a las personas LGBTIQ+ creyentes de qué tenemos hambre, qué necesitamos, es probable que surgieran muchas respuestas pero, en el fondo, en lo que todas coincidiríamos respecto a lo que echamos en falta es que se nos trate como Jesús atendió a esas gentes junto al lago de Galilea.
Tenemos unos pocos panes y peces, pero nos urge que, en el nombre de Dios, alguien los vaya multiplicando y repartiendo.
Nos hace falta experimentar la sensación de que alguien se preocupa sinceramente de nosotras, de nosotros, para que quedemos saciados de pan, de pez y de Dios, y nos sintamos parte de la Comunidad de Jesús.
El Maestro junto al lago no hizo distinciones entre las personas, no excluyó a nadie de aquella cena inesperada. Más bien se ocupó de que ni una sola quedara sin atender. Nuestra experiencia hoy —en ambiente sinodal y recién llegado un nuevo Papa— no es del todo así. Aún hay veces en las que se nos niega el pan y los peces, o en los que se reparte con una condescendencia que entristece. Jesús no actuaría de esa forma, ese no es el estilo de Jesús.
Hay muchas personas creyentes LGBTIQ+ que siguen esperando un signo como el del lago de Galilea. Hay hambre de esperanza.
Hay necesidad de que se comparta con nosotras y nosotros, pero también de compartir lo que tenemos, de dejar que se redoblen nuestros panes y peces, que se partan y repartan nuestros corazones y que el Maestro nos dé con sus propias manos el Pan de la Vida.
- Los apóstoles.
La actitud de los apóstoles es muy desconcertante, porque lo primero que intentan hacer es descargar en Jesús la responsabilidad de lo que está sucediendo, intentando que el Maestro despida a las gentes y les ruegue que se dispersen para evitar problemas. Recuerda demasiado a las formas de hacer de muchos pastores de nuestras Iglesias, que procuran desentenderse de complicaciones y se aferran a lo que la doctrina dicte (la lógica religiosa que implica multitud de normas y comportamientos establecidos para cada situación).
En estos tiempos de sinodalidad no es coherente mirar a otro lado esquivando realidades (mucho menos rechazándolas), ni actuar condescendientemente ante ellas, sino más bien es necesario, urgente, apremiante, actuar desde el Evangelio. Jesús incorporó a la cena del lago de Galilea a todas y cada una de las personas que le habían estado siguiendo. Lo hizo porque los apóstoles aportaron unos panes y unos peces. Necesitamos pastores que nos acerquen al Jesús que se reparte entre nosotras y nosotros, sin importar de dónde venimos, qué necesidades traemos, cuál es nuestra orientación sexual o nuestro género.
- Jesús.
Jesús pronuncia una frase imperativa que desconcierta a los apóstoles: “Dadles vosotros de comer”.
Ellos se ven incapaces de cumplir lo que les pide y ponen ante Él lo único que tienen, sabiendo que es insuficiente: unos pocos panes y peces. En su lógica es imposible que con eso puedan alimentar a tantas personas.
Pero Jesús adelanta la última cena y parte en miles esas hogazas y esos pescados, hasta que sobró.
Contemplando esa escena, resuenan en mí las palabras de Jesús: “dales vosotros de comer”. Como si estuviera dirigiéndose a quienes hemos recibido el regalo de conocer al Mesías y reconocer que Él nos ama intensamente como somos, aceptando nuestra diversidad como un don de su creación hecha mujer y hombre en ti y en mí, en cada una y en cada uno de nosotros. Tenemos en nuestras alforjas unos panes y unos peces con los que estamos llamados a dar de comer a cada una de esas personas que esperan en silencio ser reconfortadas, acogidas, abrazadas y amadas hasta que sean capaces de sentir el amor de Dios y su misericordia sin despreciar por eso su identidad sexual.
Las mujeres y hombres LGBTIQ+ creyentes estamos convocados a dar testimonio del Amor que Dios nos tiene. Superando resentimientos, por encima de cierta Iglesia que sigue anestesiando el Evangelio de Jesús y empoderando la doctrina. Nada nos separará del Amor de Dios. Construir puentes debe ser nuestra misión, hacer posible la sinodalidad es nuestra misión. Dar de comer a quien espera en silencio una palabra de acogida, de aceptación, es nuestra misión.
A orillas del lago de Galilea Jesús proclama que es imposible seguirle si la doctrina (la norma, lo lógico, lo esperado) supera lo imprevisto, lo insospechado. Él es la sorpresa. Jesús nos incorpora a quienes le siguen. Más tarde dirán: “Escándalo para los judíos, necedad para los gentiles”.
© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com
En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban.
Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.»
Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.»
Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres.
Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.»
Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos.
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