Lo cierto es que la mayoría de las mujeres y hombres LGBTIQ+ cuando nos acercamos a este pasaje de Lucas, lo hacemos con el sentimiento de víctimas que hemos adquirido y aceptamos como algo propio de nuestra identidad, porque verdaderamente acarreamos una larga experiencia de afrentas. El dolor que sentimos, el miedo, la soledad, la tristeza, bloquean cualquier sospecha de que también exista la posibilidad de abandonar nuestra posición de desfavorecidos para transformarnos en sujetos activos y proceder así con la misericordia que, quizá, no recibimos de otras personas.
Ahora es a mí a quien se dirije Jesús cuando dice "amad a vuestros enemigos". Llevo mucho tiempo orando esta certeza, hasta el punto de lograr conmoverme y agitar mi corazón, porque de ningún modo las mujeres y hombres LGBTIQ+ somos ajenos a la reacción que suscita cada frase de Jesús.
Más bien lo contrario. Las personas LGBTIQ+ cristianas hemos desarrollado una capacidad enorme para comprender y asumir todo tipo de situaciones adversas. La experiencia de no sentirnos aceptados ha acrecentado nuestra capacidad de esperar hasta que las percepciones del prójimo hacia nosotras y nosotros cambien y su aceptación sea una realidad. Esto es, esperar en la esperanza de que se transformen los corazones, dando tiempo y oportunidad a la misericordia para arraigar en el alma de todas las mujeres y hombres.
Creo que la novedad no está en esperar que esta palabra de Jesús se cumpla en nosotros como sujetos pasivos. Lo subversivo y radical es que las personas LGBTIQ+ comencemos a comportarnos con la misericordia que Jesús nos ruega. Somos nosotras y nosotros quienes debemos amar a nuestros enemigos y hacer el bien a quien nos odia, bendecir a los que nos maldicen y orar por quienes nos calumnian.
Cuando nos hieran la mejilla, ofrecer la otra, y a quien nos quite el manto démosle también la túnica. Demos a quien nos pida y a quien nos quita lo nuestro no se lo reclamemos.
Tratemos a los demás como queremos que nos traten. Seamos misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso. No juzguemos y Dios no nos juzgará. No condenemos y Dios no nos condenará. Demos y Dios nos dará.
Estas actitudes desarman todo argumento donde subyace la exclusión, la marginación y cualquier actitud lgtbi-fóbica. Cuando hemos actuado así, hemos podido desmontar prejuicios y trasladar a un plano anecdótico la tradición y la doctrina que han empobrecido el mensaje autentico del Evangelio durante siglos. Hemos conmovido corazones.
Y en sentido recíproco, percibimos que Dios ya no sólo nos ama inmensamente como personas LGBTIQ+, sino también porque actuamos conforme a su voluntad, dando amor porque de Él recibimos amor.
Personalmente durante demasiado tiempo me he sentido bloqueado para darme, porque el rencor, el resentimiento y la actitud victimista han secuestrado mi capacidad de perdonar. Y sin querer, eso afectaba a mi relación con Dios porque no era fiel a su Palabra. Es muy difícil orar por los que me calumnian, por ejemplo. Como homosexual, lamentablemente estoy expuesto a todos esos riesgos: que me odien, que me excluyan, que me insulten o difamen, que me hieran, que roben mi dignidad, que sean inmisericordes conmigo, o que me condenen o señalen. Todo eso pueden hacerme por ser diferente. Pero si yo no reacciono con amor y comprensión, con misericordia aún sin renunciar a la denuncia profética, entonces seré como ellos. Porque con la medida con que mida, Dios me medirá a mí.
© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com
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