Sobre Lucas 5, 1-11
El Evangelio de este domingo habla de la confianza que demostraron los apóstoles haciendo caso al hijo del carpintero de Nazaret, cuando les pidió que echaran la red donde Él dijo. Simón es pescador, sabe de qué va la tarea, y supone que no sacarán ni un pez, así que responde al Maestro, «hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada».
Seguro que los que estaban en la barca pensaron que Jesús probablemente tendría mucha destreza creando una mesa o una silla, pero carecía de oficio para pescar. Sin embargo, Simón añade: «por tu palabra, echaré las redes».
Cuenta Lucas que eran tantos los peces, que comenzaron a reventarse las redes, y tuvo que acercarse otra barca para ayudar. Las barcas casi se hundían con tanto peso, de lo que habían sacado del lago.
Cientos de peces estaban allí donde nadie lo esperaba, donde nadie lo imaginaba, donde Simón y varios más, los profesionales de la pesca, pensaban que no habría nada que mereciese ni su interés ni su esfuerzo.
Pues bien. Esta semana me han golpeado dos noticias. La primera sucedía en Huelva, cuando el obispo de allí prohibía rotundamente la iniciativa de la parroquia de San Pablo, que ofrecía acompañamiento y formación espiritual antes de recibir la bendición religiosa, tanto a parejas del mismo sexo como a parejas en situación irregular. La segunda noticia narraba que un párroco de Arcos de la Frontera ha prohibido a un hombre ser padrino de confirmación porque este es homosexual. El obispo de Asidonia-Jerez aún no se ha pronunciado. Como tampoco lo ha hecho el Arzobispo de Sevilla, que es el más alto pastor en decir la última palabra sobre ambas situaciones, si lo estimase.
El pasado verano en Sevilla, un chico de Ichthys, mi comunidad de fe, entró en la capilla de San Onofre, donde está la adoración eucarística perpetua, para hacer un ratito de oración antes de regresar a casa. Llevaba en la muñeca una discreta pulsera con el arcoíris sobre el que va dibujado el pez de Ichthys. Cuando estaba orando, de rodillas, se sobresaltó ante las voces de un hombre que le obligó a salir de la capilla, mientras gritaba que personas como él no eran bienvenidas allí.
Para las personas LGBTIQ+ son recurrentes este tipo de sucesos. A mí —me lo dicen en muchas ocasiones— no deberían afectarme. Pero a veces me entristecen tanto, me hacen tanto daño, que irrumpen en la oración desbaratándolo todo y rompiendo la paz que necesito para ponerme en situación de soportar y perdonar.
Esta Iglesia que me duele se empeña en olvidar lo importante, lo fundamental, el Evangelio. Se aferra a la tradición y a la doctrina como si esas dos cosas fuesen Palabra de Dios.
Esta Iglesia que me hiere se obceca en creer que la teología de la misericordia que proclama el papa, y la apuesta profética por la sinodalidad, son cosas de Francisco, cuando en realidad son obra del Espíritu Santo.
Esta Iglesia que me lastima insiste en echar las redes donde no hay nada, mientras desconfía del Maestro cuando pide que las echen en las aguas fértiles y riquísimas de las fronteras de la Iglesia.
No estáis echando las redes donde Él os dice. Os quedaréis con los aparejos vacíos. Vuestras barcas no temerán hundirse por el peso. No sabéis ser pescadores de hombres. No lo sois, por mucho que os lo creáis.
Pero oíd: no importa si nos coartáis, si nos prohibís, si nos expulsáis. Hay una Iglesia de puertas abiertas que no nos ignora, que sabe acercarse a los bordes de los caminos y no rehúsa tocar nuestras manos, que arriesga en nombre de Cristo y su Evangelio, que confía en su Palabra y echa las redes donde Él dice. Esa es la Iglesia en la que creo. Esa es la Iglesia de Jesús, la casa de todas y todos, sin excepción. Y sabed que nada podrá arrojarnos fuera de ella.
© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com
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