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febrero 22, 2025

CLXII. AMAD A VUESTROS ENEMIGOS


Sobre
Lucas 6, 27-38


Nadie dice que seguir a Jesús sea fácil ni descansado, por mucho que el seguimiento del Evangelio provoque la alegría del espíritu. Ir contracorriente supone colocarse en situación de desventaja frente a la arrolladora mayoría que va en la dirección más natural: el curso del torrente, las olas hacia la costa, el viento que sopla fuerte en una dirección... 
Jesús nos pide elegir entre la dialéctica humana y la lógica de su Palabra. Paradójicamente, para muchas personas el mensaje de Jesús, lejos de ser racional y prudente, es un absurdo. San Pablo avisó a los corintios que Cristo crucificado es un escándalo para los judíos, y una necedad para los gentiles. 

Lo que Jesús nos dice hoy es radical. Por supuesto, parece básico cumplir todo esto que expone. Pero una cosa es predicarlo y, otra muy distinta, hacerlo vida.

En estos imperativos de Jesús hay dos grupos de personas contrapuestas y bastante bien definidas. De una parte, las víctimas, los odiados, los malditos, los injuriados, los violentados, los robados. De otra, todas aquellas que hacen daño a las primeras. 
Habitualmente, hombres y mujeres del colectivo LGBTIQ+ nos situamos entre esas primeras sintiéndonos las últimas. Así me ha pasado toda la vida, prácticamente. Aunque colocarme de víctima suele incomodarme de un tiempo a esta parte (el límite entre ser víctima y hacerse la víctima es muy sutil), bien es verdad que no pasan muchos días sin que alguna noticia me devuelva a la realidad y me haga reconocer como parte de quienes sufren daño. 

Lo cierto es que la mayoría de las mujeres y hombres LGBTIQ+ cuando nos acercamos a este pasaje de Lucas, lo hacemos con el sentimiento de víctimas que hemos adquirido y aceptamos como algo propio de nuestra identidad, porque verdaderamente acarreamos una larga experiencia de afrentas. El dolor que sentimos, el miedo, la soledad, la tristeza, bloquean cualquier sospecha de que también exista la posibilidad de abandonar nuestra posición de desfavorecidos para transformarnos en sujetos activos y proceder así con la misericordia que, quizá, no recibimos de otras personas.


Ahora es a mí a quien se dirije Jesús cuando dice "amad a vuestros enemigos". Llevo mucho tiempo orando esta certeza, hasta el punto de lograr conmoverme y agitar mi corazón, porque de ningún modo las mujeres y hombres LGBTIQ+ somos ajenos a la reacción que suscita cada frase de Jesús.

Más bien lo contrario. Las personas LGBTIQ+ cristianas hemos desarrollado una capacidad enorme para comprender y asumir todo tipo de situaciones adversas. La experiencia de no sentirnos aceptados ha acrecentado nuestra capacidad de esperar hasta que las percepciones del prójimo hacia nosotras y nosotros cambien y su aceptación sea una realidad. Esto es, esperar en la esperanza de que se transformen los corazones, dando tiempo y oportunidad a la misericordia para arraigar en el alma de todas las mujeres y hombres.


Creo que la novedad no está en esperar que esta palabra de Jesús se cumpla en nosotros como sujetos pasivos. Lo subversivo y radical es que las personas LGBTIQ+ comencemos a comportarnos con la misericordia que Jesús nos ruega. Somos nosotras y nosotros quienes debemos amar a nuestros enemigos y hacer el bien a quien nos odia, bendecir a los que nos maldicen y orar por quienes nos calumnian.

Cuando nos hieran la mejilla, ofrecer la otra, y a quien nos quite el manto démosle también la túnica. Demos a quien nos pida y a quien nos quita lo nuestro no se lo reclamemos.


Tratemos a los demás como queremos que nos traten. Seamos misericordiosos como nuestro Padre es misericordioso. No juzguemos y Dios no nos juzgará. No condenemos y Dios no nos condenará. Demos y Dios nos dará.


Estas actitudes desarman todo argumento donde subyace la exclusión, la marginación y cualquier actitud lgtbi-fóbica. Cuando hemos actuado así, hemos podido desmontar prejuicios y trasladar a un plano anecdótico la tradición y la doctrina que han empobrecido el mensaje autentico del Evangelio durante siglos. Hemos conmovido corazones.

Y en sentido recíproco, percibimos que Dios ya no sólo nos ama inmensamente como personas LGBTIQ+, sino también porque actuamos conforme a su voluntad, dando amor porque de Él recibimos amor.


Personalmente durante demasiado tiempo me he sentido bloqueado para darme, porque el rencor, el resentimiento y la actitud victimista han secuestrado mi capacidad de perdonar. Y sin querer, eso afectaba a mi relación con Dios porque no era fiel a su Palabra. Es muy difícil orar por los que me calumnian, por ejemplo. Como homosexual, lamentablemente estoy expuesto a todos esos riesgos: que me odien, que me excluyan, que me insulten o difamen, que me hieran, que roben mi dignidad, que sean inmisericordes conmigo, o que me condenen o señalen. Todo eso pueden hacerme por ser diferente. Pero si yo no reacciono con amor y comprensión, con misericordia aún sin renunciar a la denuncia profética, entonces seré como ellos. Porque con la medida con que mida, Dios me medirá a mí.



© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com



En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "A los que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os injurian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, déjale también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores lo hacen.
Y si prestáis sólo cuando esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
¡No! Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; tendréis un gran premio y seréis hijos del Altísimo, que es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante.
La medida que uséis, la usarán con vosotros."


febrero 15, 2025

CLXI. ¡DICHOS@S! (¡BIENAVENTURAD@S!)


Sobre
Lucas 6, 17.20-16



Cuando salí del armario tuve que contar a las personas cercanas todo lo necesario para que me conocieran de verdad, tal y como era realmente. A unas sólo relaté lo imprescindible; con otras, las más queridas, necesitaba narrarles a corazón abierto mi historia. Pero con algunas, muy pocas, los lazos hacían imprescindible compartir tanto como fuera capaz. Una de estas últimas escuchó en silencio mirándome a los ojos todo el tiempo. Cuando terminé, y antes de abrazarme muy fuerte un rato largo, sólo fue capaz de decirme: “Has tenido que ser muy desdichado”. 

De repente caí en la cuenta de que verdaderamente lo había sido, pero también fui consciente de que a partir de ese momento podía ser feliz


No es fácil expresar en palabras la experiencia de desdicha sin que las heridas se resientan, incluso las muy curadas. Muchas personas LGBTIQ+ se sienten desdichadas a causa del rechazo, la exclusión o el miedo. Pero para quienes además somos creyentes, nuestra infelicidad es más dolorosa porque la desdicha también se refiere a la sensación de que Dios se nos arranca separándole de nosotras, por ser personas impuras, que mantenemos conductas desordenadas o nos entregamos a quién sabe qué extraños comportamientos.

Por eso la mayor parte de mi vida no me sentí dichoso. Cuando fui consciente de mi homosexualidad quería ser como los demás chicos y rezaba constantemente para que Dios me hiciera “normal”, porque desde todos lados llegaba a mí que las personas como yo somos enfermas, viciosas y pervertidas. La educación religiosa que recibía me angustiaba aun más porque también desde ahí me hacían sentir un pecador, por ir contranatura, lo que me condenaría irremediablemente al infierno.


Ningún pobre se siente dichoso por el hecho de serlo, ni un hambriento tampoco, por mucho que se le prometa que más tarde tendrá riquezas o será saciado. Por eso, si Jesús me estaba colmando de desdichas para prometerme la felicidad en un tiempo futuro, no lo sabía ni lo hubiera entendido.

La intención de Jesús tampoco es la de asegurar ningún premio a quienes de una u otra forma sufren, sino dignificarlos, ensalzando lo que son. Porque desde ahí, lejos de toda abundancia o fortuna, identidad o posición, es mucho más fácil apreciar la misericordia y la bondad de Dios. No es consolarles en su dolor y su pena sino asegurarles que son sus predilectos.


Es la razón por la que entender el sentido de las bienaventuranzas en la propia vida no me fue fácil. Sólo después de superar el desierto de las desdichas, una vez conseguí reconocer a Jesucristo en mi vida y opté por hacerme visible, pude por fin comprender que en cada frase de las promesas de Jesús estaba un trozo de mi historia. Eso es lo que ahora me atrevo a compartir en oración:


Dentro del armario o siendo víctima de exclusión se es terriblemente pobre de esperanza. No hay valor, fuerza ni autoestima. Dios se desdibuja y es suplantado por un juez implacable. La pobreza espiritual hace posible que nada tenga sentido ni valga la pena. Muchas personas LGBTIQ+ cristianas llegan al borde de la desesperación porque creen que Dios les ha abandonado. ¿Qué mayor pobreza que la de sentirse abandonado por el Padre y los hermanos? Pero dice Jesús: “dichosos los pobres, porque vuestro es el Reino de Dios”.


En mi angustia, abrumado por el miedo a ser visible, el desconcierto afectivo, la tristeza, las recriminaciones religiosas o el aparente silencio de Dios, quise perder la vida. Pero Jesús dice: “dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis”.


No perdí la fe por muy lejos del Padre que me encontrara. Más bien comencé a tener auténtica hambre de Dios y eso me puso en camino para buscar su rastro y encontrarle. Como en el canto de Oseas, me dejé seducir por el Señor, me llevó al desierto y allí habló a mi corazón. Dice el Maestro: “dichosos los que ahora tenéis hambre, porque Dios os saciará”.


Y aún hay más:


Las mujeres y los hombres LGBTIQ+ cristianos tenemos que salir dos veces del armario. La primera es complicada, al hacernos visibles como LGBTIQ+ ante todas las personas de nuestro entorno familiar, social o laboral. La segunda es difícil, al visibilizar nuestra fe ante el colectivo LGBTIQ+. Y aún hay una tercera, cuando nos identificamos como cristianos LGBTIQ+ ante la propia Iglesia.

Las tres experiencias de salida del armario generan problemas de exclusión y discriminación. Si bien, el rechazo que como cristianos podamos acusar por parte del colectivo es consecuencia del dolor provocado por la Iglesia a lo largo de decisiones y declaraciones contra el propio colectivo, siglo tras siglo, año tras año, día tras día. Pero lo más contradictorio es cuando la misma Iglesia nos desprecia y discrimina, o no nos acoge con el aprecio y la misericordia que al resto del pueblo de Dios. Entonces dice Jesús: “dichosos seréis cuando os odien y cuando os excluyan, os injurien o maldigan vuestro nombre a causa del Hijo del hombre”.


Por último, el texto de Lucas incluye unas duras advertencias de Jesús en consonancia con las bienaventuranzas anteriores. Pudieran parecer amenazas o maldiciones. En otro momento, desde mi propia experiencia resentida, podría pensar algo así como “se lo tienen merecido por su poca misericordia y solidaridad y por cuánto nos hicieron sufrir. Quienes eran ricos de Dios y se apropiaron de Él elevando duras leyes en su nombre, que ahora sufran porque ya recibieron su consuelo. Quienes estaban saciados y satisfechos de Dios, que ahora pasen hambre de Él. Quienes reían porque nadie les provocaba tristeza ni dolor, que ahora lloren”.

Quizá cuando salí del armario y aún guardaba razones para alimentar mi sentimiento de víctima hubiera utilizado estos versículos como arma arrojadiza.


Ahora más bien me brota el agradecimiento por todo lo bueno que Dios nos está regalando:

Dichosa la Iglesia que abre su casa y nos acoge, porque ella es reflejo de la misericordia de Dios.

Dichosos quienes arriesgan por acompañar a las personas LGBTIQ+, porque con certeza serán bendecidos por el Padre.

Dichosos quienes arriesgan por reconocerse diversos en la Iglesia, porque Dios también los reconocerá como hijas e hijos que aman sin reserva, y los pondrá a su derecha.


LGBTIQ+ significa hija e hijo de Dios.



© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com




En aquel tiempo, bajó Jesús del monte con los Doce y se paró en un llano, con un grupo grande de discípulos y de pueblo, procedente de toda Judea, de Jerusalén y de la costa de Tiro y de Sidón.

Él, levantando los ojos hacia sus discípulos, les dijo: "Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.

Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.

Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.

Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.

Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo. ¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre. ¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.

¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas."

febrero 08, 2025

CLX NO ESTÁIS ECHANDO LAS REDES DONDE ÉL DICE


Sobre
Lucas 5, 1-11

El Evangelio de este domingo habla de la confianza que demostraron los apóstoles haciendo caso al hijo del carpintero de Nazaret, cuando les pidió que echaran la red donde Él dijo. Simón es pescador, sabe de qué va la tarea, y supone que no sacarán ni un pez, así que responde al Maestro, «hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada»

Seguro que los que estaban en la barca pensaron que Jesús probablemente tendría mucha destreza creando una mesa o una silla, pero carecía de oficio para pescar. Sin embargo, Simón añade: «por tu palabra, echaré las redes». 

Cuenta Lucas que eran tantos los peces, que comenzaron a reventarse las redes, y tuvo que acercarse otra barca para ayudar. Las barcas casi se hundían con tanto peso, de lo que habían sacado del lago.

Cientos de peces estaban allí donde nadie lo esperaba, donde nadie lo imaginaba, donde Simón y varios más, los profesionales de la pesca, pensaban que no habría nada que mereciese ni su interés ni su esfuerzo.

Pues bien. Esta semana me han golpeado dos noticias. La primera sucedía en Huelva, cuando el obispo de allí prohibía rotundamente la iniciativa de la parroquia de San Pablo, que ofrecía acompañamiento y formación espiritual antes de recibir la bendición religiosa, tanto a parejas del mismo sexo como a parejas en situación irregular. La segunda noticia narraba que un párroco de Arcos de la Frontera ha prohibido a un hombre ser padrino de confirmación porque este es homosexual. El obispo de Asidonia-Jerez aún no se ha pronunciado. Como tampoco lo ha hecho el Arzobispo de Sevilla, que es el más alto pastor en decir la última palabra sobre ambas situaciones, si lo estimase.

El pasado verano en Sevilla, un chico de Ichthys, mi comunidad de fe, entró en la capilla de San Onofre, donde está la adoración eucarística perpetua, para hacer un ratito de oración antes de regresar a casa. Llevaba en la muñeca una discreta pulsera con el arcoíris sobre el que va dibujado el pez de Ichthys. Cuando estaba orando, de rodillas, se sobresaltó ante las voces de un hombre que le obligó a salir de la capilla, mientras gritaba que personas como él no eran bienvenidas allí.

Para las personas LGBTIQ+ son recurrentes este tipo de sucesos. A mí —me lo dicen en muchas ocasiones— no deberían afectarme. Pero a veces me entristecen tanto, me hacen tanto daño, que irrumpen en la oración desbaratándolo todo y rompiendo la paz que necesito para ponerme en situación de soportar y perdonar.

Esta Iglesia que me duele se empeña en olvidar lo importante, lo fundamental, el Evangelio. Se aferra a la tradición y a la doctrina como si esas dos cosas fuesen Palabra de Dios. 

Esta Iglesia que me hiere se obceca en creer que la teología de la misericordia que proclama el papa, y la apuesta profética por la sinodalidad, son cosas de Francisco, cuando en realidad son obra del Espíritu Santo. 

Esta Iglesia que me lastima insiste en echar las redes donde no hay nada, mientras desconfía del Maestro cuando pide que las echen en las aguas fértiles y riquísimas de las fronteras de la Iglesia. 

No estáis echando las redes donde Él os dice. Os quedaréis con los aparejos vacíos. Vuestras barcas no temerán hundirse por el peso. No sabéis ser pescadores de hombres. No lo sois, por mucho que os lo creáis. 

Pero oíd: no importa si nos coartáis, si nos prohibís, si nos expulsáis. Hay una Iglesia de puertas abiertas que no nos ignora, que sabe acercarse a los bordes de los caminos y no rehúsa tocar nuestras manos, que arriesga en nombre de Cristo y su Evangelio, que confía en su Palabra y echa las redes donde Él dice. Esa es la Iglesia en la que creo. Esa es la Iglesia de Jesús, la casa de todas y todos, sin excepción. Y sabed que nada podrá arrojarnos fuera de ella.


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com



En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios. Estando él de pie junto al lago de Genesaret, vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes.
Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».
Respondió Simón y dijo:
«Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Y Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.





febrero 01, 2025

CLXIX LUZ DEL MUNDO


Sobre
Lucas 2, 22-40

Dios sabe que muchas personas creyentes LGBTIQ+ esperamos durante buena parte de nuestras vidas que Él se haga presente y cercano. Nuestra historia vital es un desencuentro continuo con el Padre, aunque teóricamente nos ama sin reparos. Sin embargo lo que nos cuentan sobre Dios no es eso. Nos dicen que siendo homosexuales tendremos problemas para ser admitidos en el Reino. Nos lo exponen de diferentes formas, con variados argumentos y diversas justificaciones, pero nos lo dejan claro desde muy pequeños: «No sois aptos, Dios no os quiere así».


Esta dicotomía crea un grave conflicto que no lo soluciona la condescendencia que acompaña al discurso del «¿quién soy yo para juzgarlos?». Está bien el cambio de sensibilidad, pero no se aprecia ni suficiente ni sincero mientras no se eliminen los sermones del miedo que aprueba tácitamente el silencio de buena parte de la Jerarquía, o se borre del catecismo algo tan inmisericorde como que «los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados, son contrarios a la ley natural [...] no proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual, no pueden recibir aprobación en ningún caso.» (CIC, 2357).


En medio de tanta contradicción no todo el mundo termina descubriendo al Señor. Muchas personas LGBTIQ+ pierden la fe porque no encuentran respuestas y sencillamente se olvidan de Dios. Otras conservan alguna clase de relación espiritual pero se mantienen absolutamente alejadas de la Iglesia, escandalizadas por lo que ven y oyen. No pocas se desesperan, no encuentran salida y agobiadas por la soledad, la exclusión y el temor deciden perder la vida porque no pueden ser felizmente ellas mismas. 

La realidad LGBTIQ+ creyente soporta muchos golpes por parte de la sociedad que no se preocupa del pobre que pide limosna pero se lleva las manos a la cabeza si dos chicos se besan en un Mac Donalds delante de sus hijos. Todavía es más escandaloso que una persona cristiana LGBTIQ+ no pueda expresarse como tal en su parroquia sin recibir —por lo general— el reproche de unos y otros aconsejando discreción, secreto y prudencia.

Estas cosas suceden. He pasado por todo eso, aunque por alguna razón —de la que solo el Espíritu sabe— no me quedé perdido en el desierto de la duda, la angustia y el desaliento sino que pude salir exhausto, aunque alentado a ser yo mismo, feliz porque en el silencio escuché la voz del Padre prometiéndome que vería a su hijo Jesús, sin la menor duda.


Simeón atravesó toda una larga vida esperando que la promesa de Dios se hiciera realidad. Su paciencia y confianza contrastan con mi experiencia de desasosiego e intranquilidad, desde que mi memoria puede recordar. 

Simeón oraba cada día agradeciendo a Dios su promesa, confiando que se haría realidad cuando Él dispusiera. Yo también pedía a Dios que se dejase ver de alguna forma pero con urgencia, cuanto antes. Sobre todo, reivindicaba que me transformara en otra persona diferente para no sufrir más tanto armario y tanta soledad.


Las personas cristianas LGBTIQ+ estamos habituadas a pedir pero muy pocas veces confiamos, así que tampoco sabemos escuchar, siempre recelosas y prevenidas por si lo que van a lanzarnos será otra afrenta. Superar esta mecánica de defensa cuesta mucho, porque supone aprender a vivir con un corazón nuevo confiando en la voluntad de Dios, sin más. Y eso es demasiado arriesgado.

Sobreponerse al victimismo, al rencor y al resentimiento forma parte de la dinámica de conductas y voluntades que son claro fruto de ese nuevo corazón confiado.

Situarme ahí me hace presentir que la demanda de justicia, honestidad y conciencia no sirven de nada si no está inspirada por la misericordia. La denuncia profética se carga de rabia si no va empapada de amor. No puedo luchar si quito a Dios del centro y pongo otras cosas en su lugar, porque mi propósito podría ser muy justo pero sólo será mío.


Me habría gustado parecerme a Simeón en cuanto a la confianza ciega y a la esperanza segura en Dios, incluso aunque, en verdad, yo también aguardé que algún día el Mesías llegara a mi vida. Pero me faltó la seguridad, la certeza, en definitiva la confianza en que el Señor estaba conmigo siempre, levantándome al caer, curando mis heridas, secándome las lágrimas o librándome de la muerte. De todo eso me di cuenta más tarde. 

Y ahora que lo sé, que le debo todo al Padre y Madre de los cielos, deseo unirme a Simeón en su canto agradecido, proclamando que Jesús está entre nosotras, vive entre nosotros, para ser luz que alumbre a todas las personas, especialmente a quienes me tocan más de cerca, quienes estamos en las fronteras de la Iglesia, homosexuales, lesbianas, transexuales, bisexuales, porque también las personas LGBTIQ+ somos parte del Reino.


«Ahora, Señor, según tu promesa, dejas libre y en paz a tu siervo.

Porque mis ojos han visto a tu Salvador,

a quien has presentado ante todos los pueblos:

luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel.»


© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com


Cuando se cumplieron los días de la purificación de María, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor.
Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel. Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de Él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, y una espada te atravesará el alma a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.