Sobre Marcos 6, 1-6
La reacción que describe este pasaje sobre el paso de Jesús por Nazaret pudiera parecer desmesurada, teniendo en cuenta su larga experiencia como persona rechazada en otros lugares y por muchas otras causas. Está más que acostumbrado a jaleos de ese tipo.
Pero hay un matiz que a veces, de tanto presuponerlo, olvidamos: Jesus es hombre, y en su humanidad le duele mucho más el rechazo de “los suyos”, en su pueblo, de su gente, de los que fueron sus mayores y sus compañeros de juegos. Eso le duele tanto que no regresó allí nunca más.
Ya se lo preguntaba a sí mismo Natanael, «¿qué puede salir bueno de Nazaret?» (Juan 1,46).
Es muy probable que sucesos similares ocurriesen en otros pueblos, sin que ningún escrito lo recogiese, puede que por ser algo habitual. Lo que en esta ocasión llama la atención del evangelista es que sucediera en la ciudad donde creció y se educó Jesús. Quiero resaltar que la experiencia de rechazo no era hiriente para Jesús, porque estaba permanentemente unida a su acto profético y estaba acostumbrado a las burlas y al escarnio. Fue el dolor de que ni siquiera los suyos le acogieran ni escucharan lo que tenía que contarles: la Buena Nueva.
Las personas creyentes LGBTIQ+ conocemos el rechazo de los nuestros. Padres, madres, hermanas y hermanos, familiares, amigas y amigos, compañeros, gente sin nombre ante la que en un primer momento somos incapaces de expresar con palabras lo que pensamos, lo que sentimos, lo que aman nuestros corazones... y cuando nos atrevemos a salir del armario, incluso entonces, perdura el riesgo de recibir el rechazo condescendiente, cuando no el cruel repudio que sintió Jesús en Nazaret.
Si mi padre, mi madre, mis hermanas y hermanos me aceptan y acogen soy enormemente feliz, incluso hasta el punto de que me da igual si los demás se comportan igual o no. Pero si los míos me rechazan, me duele el corazón y me siento defraudado. Así debió sucederle a Jesús.
Aún más: las personas creyentes LGBTIQ+ no salimos de un solo armario cuando lo hacemos, sino de dos. Uno, el más conocido, el del ámbito familiar y social cuando despejamos nuestros rostros de maquillaje, nos descubrimos sin caretas y contamos lo que somos. Otro, el del espacio religioso, no ya porque ciertos grupos de la Iglesia conservadora repudian al colectivo LGBTIQ+, sino también y en especial al darnos a conocer ante nuestras personas conocidas del mundo elegebeté como mujeres y hombres cristianos. Siempre decimos que las personas LGBTIQ+ creyentes experimentamos un doble rechazo, como homosexuales ante el colectivo creyente y como creyentes ante el colectivo homosexual.
Con todo, lo más doloroso es que las personas católicas cristianas LGBTIQ+ seamos rehusadas y aborrecidas por otras mujeres y hombres católicos cristianos. Literalmente rechazados por los nuestros, como le sucedió a Jesús. Despreciados por quienes se acreditan desde la doctrina y la tradición de la Iglesia. Pero a nosotras, a nosotros, nos avala el Evangelio de Jesús.
Así, a veces ocurre que regresas allí donde creciste en la fe, donde te entregaste y te deshiciste, donde honestamente diste un paso atrás para ordenar las ideas y ponerte ante Dios esperando una respuesta. Regresas a casa y los tuyos se preguntan qué tiene este que decirnos. Ese es el rechazo que duele. Solo unos pocos se resisten a la tentación del prejuicio, como hizo Natanael, y acompañan a Felipe cuando contesta: “ven y verás” (Jn, 1,46).
© Antonio Cosías Gila, en https://diossinarmario.blogspot.com
Saliendo de allí, se dirigió a su ciudad acompañado de sus discípulos. Un sábado se puso a enseñar en la sinagoga. Muchos al escucharlo comentaban asombrados: —¿De dónde saca éste todo eso? ¿Qué clase de sabiduría se le ha dado? Y, ¿qué hay de los grandes milagros que realiza con sus manos? ¿No es éste el artesano, el hijo de María, el hermano de Santiago y José, Judas y Simón? ¿No viven aquí, entre nosotros, sus hermanas? Y esto lo sentían como un obstáculo Jesús les decía: —A un profeta sólo lo desprecian en su tierra, entre sus parientes y en su casa. Y no pudo hacer allí ningún milagro, salvo sanar a unos pocos enfermos a quienes impuso las manos. Y se asombraba de su incredulidad. Después recorría los pueblos vecinos enseñando.
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